CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

La provocación y sus fantasmas

 Por Juan Sasturain

“Hay que aprender a resistir. / Ni irse ni a quedarse / a resistir. /
Aunque es seguro que habrá más penas y olvido.”
Gelman, Mi Buenos Aires querido.

Somos muchos los que adherimos absolutamente a los dichos, hechos y escritos últimos de Raúl Zaffaroni. Que no son más que la continuidad de sus dichos, hechos y escritos anteriores, coherentemente. No los vamos a repetir acá, sería una pobre versión.

Por eso, tratemos de no ser ni obvios ni redundantes: sabemos que una vez más se contraponen –en blanco sobre negro– dos modelos de país y dos formas de entender la sociedad; sabemos y experimentamos día a día la brutalidad de lo que está haciendo la derecha liberal (sólo en lo económico) en el poder; sabemos y advertimos ya en su momento respecto de los errores del sectarismo y la soberbia durante la gestión del gobierno transformador al que adherimos y reivindicamos (esto es nuestro); y finalmente sabemos –o creemos saber– algo de lo que se viene.

Y éste es el aspecto de los dichos de Zaffaroni que nos gustaría subrayar.

Lo que se viene –que ya está latente en los métodos despiadados del ajuste– es la (inevitable) provocación. La incitación tácita o explícita a la reacción violenta. El pretexto de esa reacción para naturalizar la violencia, la cínica justificación para la venganza asesina.

Y –ojito con esto– la provocación puede tomar muchas formas: directas, como el uso excesivo de la fuerza represiva, buscando el límite de tolerancia pasiva; o solapadas, como la generación de situaciones que motiven y “justifiquen” la represión violenta. Y eso puede venir de cualquier lado. Y cuando decimos cualquier lado quiere decir exactamente eso, que el sujeto provocador suele ser inidentificable o equívocamente identificado. Y eso es muy difícil, para no decir imposible, de parar. Cuando llegan los muertos y los impunes comienzan a tirarse cadáveres, habremos empezado a tocar fondo como sociedad. Y no nos merecemos –con todas nuestras miserias y flaquezas– eso.

Por eso, desde el campo de la resistencia actual al autoritarismo de la derecha, nos corresponde tener claro que hay actitudes de supuesta y sospechosa protesta –la seducción de la acción directa, el vandalismo, el anonimato ultra– que sólo benefician a la continuidad y profundización de las políticas represivas. Al apocalíptico “cuanto peor, mejor” ya lo conocemos por sus frutos tenebrosos. Y no son los provocadores los que lo sufren. Y ahí sí que tenemos (como país, como comunidad) todo pero todo que perder. O seguir perdiendo.

Porque esta vez –inéditamente en democracia– el perverso Poder real tiene el Gobierno, los Medios y todos los permisos del Imperio y de la Banca internacional para hacer lo que quiera. Y no cabe duda de que es capaz de hacer cualquier cosa. Cualquier cosa, como siempre y sin límites.

Ante estas circunstancias, no cabe mirar –sectaria y rencorosamente– para atrás por lo perdido cómo y por qué, sino para adelante. Sobre todo, cabe ser conscientes de que somos parte de una mayoría objetiva –más de medio país– que se opone a estas políticas y métodos antipopulares. Y que sólo sirve y vale juntarse –más allá de la claudicación largamente anunciada de gran parte de las conducciones obreras que sólo conducen al abismo, y de la mayoría de los políticos (de ambas fuerzas mayoritarias) que siguen mirando para otro lado ante estos atropellos– y organizarse y responder con firmeza y coherencia ante cada avance. Y confiar más en los hechos que en las palabras.

Si antes del último ballottage de diciembre la tarea fue persuadir al electorado de cuál era la opción en juego y cuáles las consecuencias para el país del triunfo de uno u otro (con todas las salvedades que se quiera ponerle a la cuestión) hoy, con la evidencia de los hechos, la tarea es –sin enfatizar el dramatismo– la misma: persuadir, juntarse, convencer y sumar desde la buena leche sin sectarismos ni anteojeras. Pareciera que la unidad por abajo es más factible que los acuerdos por arriba, que acaso vayan en un sentido diferente. Habrá que ver.

Y volviendo: firmeza y convicciones, pero alerta ante la provocación, porque eso es lo que –lamentablemente– creemos / tememos que se viene. Estamos en democracia y aunque la derecha en el gobierno no la cuide, nos cabe ser sus verdaderos sostenedores. Estas groserías autoritarias tendrán en su momento que tratar de conseguir el respaldo de las urnas. Y perderán. No dejemos que ahora nos embarren (más aún) la cancha. Ni presos ni tiros ni muertos ni helicóptero.

La mayoría no quiere / queremos eso. Queremos paz con justicia en democracia. No es mucho, pero pareciera demasiado, intolerable para los provocadores. Guarda.

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Imagen: Adrián Pérez
 
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