CONTRATAPA

Auschwitz y sus complicidades

Por Tato Pavlovsky

Cuando Adorno, después de Auschwitz, señaló que ya no se podría escribir más poesía, había algo de verdadero en su afirmación. Un cambio cualitativo se había producido en la naturaleza humana y en la cultura. Pero el hombre no podría vivir sin la imaginación creadora porque moriría de dolor y mediocridad en un mundo tan monstruoso.
Goldhagen, Browning y Kershaw, tres de los más importantes investigadores sobre el nazismo y el Holocausto, suministran algunos testimonios desgarradores, aportando algunos datos no tan conocidos. Goldhagen es el más duro frente a la complicidad civil del hombre “corriente alemán” durante ese período y sus escritos levantaron una gran polémica hoy todavía no resuelta.
El 27 de enero de 1945, la vanguardia de la Armada Roja Soviética descubre por azar Auschwitz, y se enfrenta a la gran masacre inimaginable, la mayor crueldad hasta ahora conocida, la incomprensible maldad y sadismo humano desplegados en el plan de exterminio nazi. G. Steiner afirma que cierto tipo de monstruosidades evoca los límites del lenguaje y llega a decir que ante los extremos de lo atroz parece imponerse el silencio. Cree, sin embargo, que a los seres hablantes del lenguaje –los intelectuales– impone el deber de transmitir aquellas experiencias que están en el límite de la posibilidad de articularlas, y entonces se sigue creando poesía, teatro, cine, política de investigación y León Ferrari nos muestra lo ilimitado de la imaginación de la creación en su obra a sus 83 años, y entonces uno se pregunta si la ruptura del silencio y de la complicidad no cumplen una gran función reparadora en la sociedad.
“Una vez más hay que preguntar a quienes sostienen que un gran número de alemanes no se regía por el antisemitismo exterminador, que nos expliquen y demuestren dónde y cómo, de qué instituciones, de qué sermones religiosos, de qué literatura, de qué libro de texto aquellos alemanes podrían haber extraído alguna imagen positiva de los judíos. Se sabe, en cambio, que en las tres últimas décadas del siglo XIX existían en Alemania 1200 publicaciones dedicadas a examinar ‘el problema judío’, y la mayoría pertenecía al campo abiertamente antisemita”, afirma Goldhagen.
El afán de matar judíos que tenían tantos alemanes “corrientes” se puso de relieve durante una de las operaciones del famoso batallón policial 101. En noviembre de 1942 se supo que el batallón iba a realizar una matanza de judíos en Lukow (Polonia). Estaban invitados esa noche al pabellón policial un grupo de músicos, para tocar y amenizar la velada. Cuando los integrantes del grupo musical se enteraron del inminente fusilamiento de 4 mil judíos, se ofrecieron a participar de la ejecución, rogando con vehemencia que se les permitiera intervenir. Además, el deseo de hacerlo no fue considerado una patología o una aberración. Al día siguiente, el grupo de músicos se convirtió en la mayoría del grupo ejecutante (Los verdugos voluntarios de Hitler, D. Goldhagen, pág. 487).
El análisis de los músicos verdugos voluntarios en la matanza explica la increíble complicidad civil de los crímenes nazis contra los judíos. Y también dice Goldhagen que es una buena forma de que esta aberración musical humana pudiese explicar todo el Holocausto en sí mismo.
No eran veinte psicópatas, eran gente común y corriente que había escogido la música como vocación, pero que se ofrecían para matar judíos voluntariamente.
Sabemos que algunos de los hombres que administraron Aus-
chwitz habían sido educados para leer a Shakespeare y a Goethe, y que no dejaron de leerlos durante las matanzas. Era el Holocausto cultural alemán nazi. Los “hombres de escritorio” de Todorov.
Dice Goldhagen: “Algunos de ellos iban a la iglesia... rezaban a Dios... los católicos se confesaban y comulgaban”. Otro de los mitos que se crearon en Alemania era que los encargados de las matanzas estaban obligados siempre a realizar las ejecuciones.
En este punto, Goldhagen, Browning y Kershaw coinciden en que los destinatarios de las órdenes de ejecución podían rehusarse a realizarlas por motivos personales o ideológicos. Matar niños judíos exigía un claro convencimiento de que la tarea era patriótica, decía Himmler. La frase que Himmler utilizaba como responsable ideológico del pabellón 101 era la siguiente: “Los aliados han arrojado casi 3 millones de toneladas de bombas en nuestro país en sus bombardeos de 1941, ’42 y ’43. Decenas de miles de niños alemanes han muerto bajo las bombas. ¿Por qué un niño judío debe valer más entonces que un niño alemán? No tengan piedad con ellos”.
Un ejemplo paradigmático fue el teniente Buchman –oficial de reserva–, que se negó a matar judíos aduciendo que no coincidía con la medida de la generalización de la matanza de judíos, y que personalmente no estaba dispuesto a realizar algo que no lo aceptaban sus principios y valores personales y que, además, pensaba que Alemania, en un futuro, podía pagar muy caro este genocidio. Según las palabras del comandante Wohlauf, del pabellón 101, no hubo nadie que matara judíos contra su voluntad. El teniente Buchman no mataba porque no lo presionaban, los demás mataban de todos modos porque la presión era innecesaria.
Si alguno de los oficiales rehusaba ejecutar la orden, se les encomendaba para otras tareas. Algunos aducen que rehusarse era “esquivar el bulto” y podían ser vistos como cobardes por sus camaradas. También el argumento opuesto es comprensible. Si existía la posibilidad de no matar, y no ser juzgados, ¿por qué no funcionó este acto de rebeldía como una correa ética de contagio entre los demás? Lo que sobraban siempre eran voluntarios para las ejecuciones. Ofrecerse a matar era la norma del batallón. Como los músicos de los que hablamos.
Por eso el Holocausto provocado por los nazis es demasiado real para ser entendido en su totalidad.
Deleuze diría que en lo “molar” aparece la “representación”: las fotos de los judíos hacinados, cadáveres amontonados en estado de total desnutrición, hombres mujeres y niños asesinados por el plan de exterminio más brutal de la era moderna. Eso es lo que uno ve y lo que “representa” el Holocausto. Los museos y algunas películas de cine. Los testimonios de los sobrevivientes (películas de B. Koronovich).
El otro fenómeno es “molecular”, aquello que no tiene representación: la función micropolítica del Holocausto, el gran “cuchicheo” antisemita de un gran sector de la población alemana, “las conversaciones” tan bien descriptas por Goldhagen. Ese es el gran tema de la complicidad civil. Nosotros sabemos mucho de ese fenómeno. Ese fue el germen del otro Holocausto. El invisible. Porque las conversaciones de la gente común no son visibles. Pasan como murmullo “entre” los cuerpos. Es el silencio cómplice. Un eco casi inaudible.
Al respecto, dice Goldhagen: “La conclusión es que durante el período nazi existió una conceptualización de los judíos que casi todo el mundo compartió y que constituía lo que podríamos definir como una ideología ‘eliminadora’, a saber, la creencia de que la influencia judía, destructiva por naturaleza, debía ser eliminada de la sociedad...”.
Historiadores como Kershaw, Dulka, Bankiev y Browning distinguen, sin embargo, una minoría de activistas de partidos para los cuales el antisemitismo era una prioridad urgente de los restantes integrantes de la población alemana para quienes no lo era, pero muchos de los alemanes corrientes aceptaron las medidas legales del régimen que terminaron con la emancipación y excluyeron de los puestos públicos a los judíos en 1933, los condenaron al ostracismo en 1935 y expropiaron sus propiedades en 1938/39... Dice Kershaw: “El camino que va a Auschwitz se construyó con odio, pero se pavimentó con indiferencia”. Kulka se refiere al termino “complicidad pasiva”.
Goldhagen es más enfático, y dice que la indiferencia y la complicidad pasiva fueron una demostración de lo “despiadada” que fue la conducta corriente de un gran sector del pueblo alemán.
“No hay crímenes sin complicidad civil que los avale o los haya avalado. ¿O no? No soy ingenuo de pensar que un sector de la población no fue cómplice del Holocausto. Seguro. Pero mi obligación es denunciar lo otro, el gran fenómeno de la complicidad civil del otro sector del alemán ‘corriente’, de uno de los pueblos más cultos del mundo. De eso se trata. De lo siniestro, lo irreparable.” Psicología de las masas, de W. Reich.

Compartir: 

Twitter

 
CONTRATAPA
 indice
  • Auschwitz y sus complicidades

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.