CONTRATAPA

El actor

Por Enrique Medina

–¿Por qué el atractivo que ejerce el actor es muchísimo mayor al de cualquier otra profesión? Y no hace falta especificar “al de cualquier otra profesión más seria”, porque es sabido que aun la más humilde es más seria que la de actor. Esto, si es que se entiende a la seriedad como algo necesario, positivo, útil, funcional, como lo es un sabio, un enfermero, barrendero, policía, economista, soldado, sepulturero, albañil, cocinero. Todos cumplen un papel necesario, es decir ejercitan un movimiento, una acción que beneficia y aprovecha otro semejante. Ellos son imprescindibles. En cambio el actor, al jerarquizar su morisqueta a profesión –y ni mencionar la pretensión del ridículo vuelo artístico–, sólo consigue expatriarse de sí, extrapolarse a lo inexistente.
–Pero, el actor, ¿acaso no da, no favorece...? Digo, dando placer, satisfacción...
–Alegría espiritual, en fin, todo el verso, de acuerdo. Refiero la desproporción de lo poco y nada que ofrece, a cambio del enorme prestigio que alegremente se le otorga. Si el actor visita al Papa, es el actor no el Papa. Si Michael Jackson viola chicos, la televisión lo muestra haciendo la V de la victoria como el emperador Bush. Si Madonna le chuponea la boca a la Spears, se insinúa que no es mal ejemplo a seguir. ¿Por qué se está pendiente y se acepta como referente al actor? Reagan, caricatura de papel maché, presidente. Igual pasará con Schwarzenegger. La pobre gente es la que le da entidad al actor al creer que, por admirarlo, se beneficia. No es beneficio, es ficción trivial, delirio de la ilusión.
–¿Es innecesario el actor?
–Prescindible, más bien. Finge, finge que alguien te creerá. Superchería pura. Cortesano y fantasma, si se buscan méritos.
–Pero entonces hay infinitas profesiones prescindibles...
–Goethe no leía los diarios porque perdía tiempo y porque las noticias realmente importantes siempre se saben. ¿Es necesario el periodismo?
–Se supone.
–Pero la profesión de periodista no siempre existió. Y no pretextemos las cuevas de Altamira. En cambio, la profesión de actor es inmemorial, a esto me refiero...
–Lo que no le agrega seriedad ni le quita frivolidad al badulaque. ¿Y el escritor?
–Deja testimonio. Aquí vale traer a cuento las cuevas de Altamira. Peor animar un escrito, amorisquetearlo, vamos, ¿cuál es el valor?
–Entonces, ¿por qué la fascinación?
–He ahí la cuestión. Quizá no haya tal fascinación, quizá sólo sea un aporte del hechizado. El actor no pide firmar el autógrafo; el sumiso, el indigente de espíritu, el apocado de alma, el insignificante se lo pide y lo jerarquiza en un pedestal de puerca niebla, ostentándolo como bandera espuria. El actor quema por ser hielo. El hielo se derrite mintiendo ser agua. O al revés.
–Pero distrae, entretiene, tiene una función, eco...
–Prescindible. Absurdo color de la existencia, justificación del mosquito.
–¿La música?
–Es otra cosa. Aunque el músico no existiera, la música está en el corazón y la mente. Es como la religión. No es opio ni es pretexto por lo desconocido, es una convención para unificarnos buenos, y hacer brotar la misericordia en los hombres y hermanarlos en un propósito.
–¿Y el actor no unifica?
–Unifica el texto, no él. Al ser nada, el actor tergiversa para ser diferente y hallar un espacio.
–¿Dónde está, entonces, su encanto?
–No es encanto, es vanidad enmascarada en apócrifa simpatía. Produce en negativo el actor, cultiva el aplebeyamiento de las masas, la servidumbre voluntaria hacia el colonizador, renegar lo propio y admirar lo ajeno, eso. El actor es virtual. Para ser debe invadir al inventado por el dramaturgo; inventado que, por otra parte, no existe. El actor embelesa la voltereta ridícula, embruja el disfraz, seduce la mueca y el embuste, lo nulo. El actor es nuestro espejo: nada. Espejo sin cristal que sueña ser. Somos nada, ni triste parodia. Por ello se inventa al actor: para creer que existimos en este lapso quimérico: para abrir el telón, salir a escena y mentir un texto que encima es ajeno.
–Salgamos, pues.

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