CONTRATAPA

Cuerpos Residuales

Por Eduardo “Tato” Pavlovsky *

La rebelión de los narcotraficantes del Primer Comando de la Capital (PCC de S. Pablo), que mantuvo a la mayor ciudad de Sudamérica sitiada por tres días y que provocó 300 muertos, es una tragedia que debe hacernos reflexionar más allá de la batalla entre los narcotraficantes y la policía.

Los medios iluminan con fuerza las escenas “esplendorosas” del crimen organizado y las fuerzas policiales y toda la gama del aparato represivo. Es una escena que encandila y no permite observar ciertos acontecimientos menos visibles.

Uno de ellos es que el ejército rebelde de los narcotraficantes contó con un gran apoyo de los habitantes de las favelas. Los narcos son suministradores habituales de dinero para ese sector excretado de la sociedad desarrollada paulista.

Dinero para la alimentación, salud, educación y mejoras de sus viviendas. Es decir que los PCC no sólo contaban con un armamento y organización poderosos, sino también con la colaboración de una inmensa parte de la población de las favelas que se siente protegida por esta organización. Algunos opinan que no hubiera sido posible la efectividad del ataque del PCC sin la ayuda de la población de las favelas. Allí donde el Estado está ausente –sumergiendo a nivel subhumano a un gran sector de la población marginal–, allí aparecen los narcos suministrando los recursos humanos necesarios, en muchos casos, para escalar a la zona de humanidad.

¿Para qué denunciar a quienes los protegen y permiten que los niños puedan concurrir a las escuelas y tener un nivel sanitario apropiado? ¿Con qué ética manejamos esto?

Loic Wacquant (Cárceles de la Miseria) sugiere que en Chicago los varones negros jóvenes tienen mayor probabilidad de sufrir muerte violenta que los soldados enviados al frente en el punto culminante de la guerra de Vietnam.

El agotamiento de todo tipo de inversiones –retiro del Estado– y pérdida de los puestos de trabajo en forma acelerada han sumido al gueto negro en un verdadero estado de postración social (“sálvese quien pueda”). Política urbana de abandono concertado por parte del Estado norteamericano desde 1961 en forma paulatina.

Según Wacquant, este capitalismo de saqueo –del que el tráfico de drogas constituye la punta de lanza– es una de las principales causas de la pandemia de violencia que afecta al gueto. El sistema educativo de Chicago es una especie de reserva escolar donde se “depositan” a los niños del gueto –familias negras y latinas (85%)– que viven por debajo del umbral oficial de pobreza (el 70%). Y es precisamente desde allí donde surge el fenómeno del “hustler profesional”, que se puede traducir como sujetos con nociones de rebusque, astucia, ratería y robo mediante arrebatos en la comunidad (también crímenes). Con estos robos los hustler abastecen a sus familias. El fenómeno del hustler que surge de la insuficiencia de las entradas obtenidas con el trabajo o la poca o casi ninguna ayuda social, hace que casi todos los residentes deban recurrir a algún hustler para sobrevivir. Según los autores, los hustler no serían merecedores de un análisis en términos de delincuencia. No sólo no es raro el fenómeno, sino que reúne ejemplarmente un repertorio de propiedades y conductas valoradas en el gueto. El hustler es el “efecto” de llevar al extremo una lógica de exclusión socioeconómica y racial que afecta a todos. Tienen prestigio social. Al ser la exclusión parte del orden de las cosas –como obvio y natural– se produce un fenómeno de privación de la conciencia de la exclusión.

Tanto la colaboración de la población de las favelas con los narcotraficantes del PCC en Brasil como el emergente del fenómeno “hustler”en EE.UU. son nuevas subjetividades sociales producidas por la ausencia del Estado Benefactor.

Zygmunt Bauman (Vidas desperdiciadas) sugiere que una transformación abre la cultura y política contemporáneas: la producción de residuos humanos, poblaciones superfluas, todo el conjunto de los excluidos del sistema transformados en seres humanos residuales.

La globalización se ha convertido en la muy prolífica cadena de montaje de residuos de seres humanos o seres residuales.

El residuo humano, lo excedente humano, es el secreto oscuro y bochornoso de toda producción. No hay producción que no fabrique desechos.

Agamben lo torna más dramático cuando dice: “No hay ley para los excluidos, la condición de ser excluido, excretado del sistema, consiste en la ausencia de ley aplicable a él”. En la práctica, lo excluido, expulsado del centro de atención, transformado a duras penas en estadística, arrojado a las sombras, relegado a la fuerza al trasfondo invisible, ya no pertenece a “lo que es”.

“Su eliminación no es un movimiento negativo, sino un esfuerzo positivo para organizar el entorno” (Mary Douglas: Pureza y peligro).

El Presidente nos convocó a los argentinos el 25 a pensar con él una nueva Argentina más justa para todos los argentinos. Toda Latinoamérica padece del problema, con diferentes singularidades. En ese sentido, Cuba no es lo mismo que Haití.

El Indec señala que los que viven en el 10 por ciento de los hogares más pobres reciben 65 pesos por mes y los que viven en los hogares más ricos disponen de 2226 pesos por mes. De esta forma, cada integrante de las familias más ricas percibe 34 veces más que la vivienda más pobre (Daniel Muchnik). La mitad de los trabajadores tiene ingresos menores a 600 pesos. La pobreza infantil alcanza el 50 por ciento: ¡5 millones de niños pobres!

¿No se convierten estos datos en casi una prioridad fundamental?

No todos los pobres son delincuentes. Pero también es cierto que la pobreza de la exclusión y la indigencia se convierten en una fábrica de toda forma de delincuencia que no se soluciona con el aumento de las penas. Sino con una visión más global que debe ser discutida entre todos. En una democracia menos delegativa y más participativa. Todos debemos pensar soluciones. Todos.

Pero quiero contribuir con mi autocrítica. A pocos metros de Figueroa Alcorta y Pampa existe una vivienda de cemento de 2,5 x 2,5. Allí vive una pareja con cinco niños. Al principio estaba horrorizado cuando veía salir a los integrantes de la familia. Se me ocurrió escribir una obra de teatro sobre ese espacio tan reducido con personas adentro. Escribí la obra. Cuando ahora diviso la casa y la familia, observo que se me pasó el horror del comienzo. Ahora sólo pienso en la escenografía. El horror se interiorizó como obvio. Mi preocupación ahora es el hiperrealismo norteamericano en la escenografía. ¿Cómo lograrlo? Pero me vuelvo a horrorizar cuando leo que un 12 por ciento de la población de la ciudad carece de viviendas.

Ricardo Forster, en Crítica y sospecha, alude a la dificultad que a veces tenemos los argentinos de realizar las autocríticas de nuestras contradicciones.


* Psicoanalista y dramaturgo.

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