CONTRATAPA

Modas

 Por Antonio Dal Masetto

Unos amigos que viajaron a Italia me traen de regalo un par de zapatos. Unos timbos preciosos. Los estreno dando una vuelta por el barrio. “Vaya, vaya, tenemos zapatos nuevos”, me dice el quiosquero cuando paso. “Vaya, vaya, zapatos italianos”, me dice el diariero. Y así. Advierto que no sólo los conocidos me los relojean. La gente que pasa se da vuelta. Me miran los taxistas, los colectiveros detenidos en los semáforos. Me voy sintiendo cada vez más incómodo. Los zapatos empiezan a pesarme una tonelada. La situación se repite al día siguiente. Al tercer día cuando salgo a la calle cargo con una paranoia de padre y señor nuestro. Para volver a casa evito pasar donde hay conocidos que ya me han mirado los zapatos. Siempre que estoy en problemas recurro al licenciado Almayer, que es un tipo con respuestas para todo. Lo visito en su pomposa oficina y le cuento.
–Tranquilícese –me dice–, el suyo no es un caso aislado, en los últimos tiempos esto de ser mirado es un drama que padece mucha gente. Se puso de moda la envidia. Envidia por los que están bien, envidia por el éxito. Y por supuesto se ha vuelto incómodo y desagradable andar por la calle acosado por las miradas envidiosas de todo el mundo. Ya no se puede disfrutar tranquilamente de lo que se tiene. Mi empresa estudió el fenómeno y creamos una nueva moda para combatir y neutralizar a la de la envidia. ¿Cuál es esa moda nueva? Disfrazamos a nuestros clientes de pobres. Un equipo de creativos recorrió los barrios humildes para chequear cuáles son los hábitos y las usanzas de esos lugares. Retratamos, filmamos, analizamos cómo visten, cómo calzan, cómo se mueven y se manifiestan los pobres, cual es su moda actual. También qué vehículos utilizan si llegan a tener uno. A partir de esas investigaciones diseñamos nuestros productos. Tomemos el caso de un ejecutivo que debe salir de su oficina y volver a su casa al final del día. En menos que canta un gallo nuestros productos lo transformarán en el último pobretón, pelado, ojeroso, barba de varios días, cicatrices. Son adminículos adhesivos, con imanes, con el sistema abrojo, todos de velocísimo quita y pon. Una pequeña funda dental lo convertirá en desdentado. La corbata lucirá manchas de grasa. Los zapatos estarán reventados. El reloj se transformará en uno marca Pekín con una flor de loto en el cuadrante. El traje, ni le cuento, hilachas es decir poco. En minutos, sin quitarse lo que tiene puesto, nuestro hombre se convierte en un menesteroso que no se diferenciará en nada de los otros miles que andan por la calle. Su flamante BMW va a lucir como un cascajo del año 1964, lleno de abolladuras. Se le aplica un minúsculo aparato a pila que lo hace echar humo y toser con un infernal ruido a bielas reventadas. Un cubretapizado desgarrado por todas partes y los resortes bailoteando. Pero después, apenas entra en el garaje de su casa o cruza la entrada del country, sin esfuerzo, con la misma celeridad, se producirá la metamorfosis inversa y el hombre podrá presentarse ante su esposa y sus hijos en su verdadero y digno aspecto. Hace unos años la moda era mostrar todo, casas, coches, amantes, perros, caballos. Ahora se pasó del exhibicionismo al ocultamiento. Mis clientes que hoy quieren esconderse son los mismos que antes querían mostrarse. Modas. En cuanto a su caso, es una pavada. En esa vitrina tengo lo que necesita. La idea surgió de las tradicionales galochas que se usaban los días de lluvia para proteger el calzado. Esta nueva versión protege de que se lo codicien. Aplíqueselas, déjeme ver, le quedan pintadas. Recíbalas como un obsequio de la empresa y camine y pise tranquilo que el mundo es suyo.
Le agradezco al licenciado y me voy a recorrer las calles de la ciudad sin la persecución de miradas molestas. Aunque en realidad no veo la hora de llegar a mi casa, arrancar el camuflaje y disfrutar de verdad de mis zapatos italianos. Mi departamento es chico, no hay mucho espacio paracaminar, pero el palier del edificio es amplio y después de media noche no anda nadie, así que podré ir y venir a gusto e inclusive mirarme los zapatos cada vez que pase delante del espejo.

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