CONTRATAPA

Por el país

 Por Enrique Medina

Orondas, una de ellas medio cachonda (Felisa) –si se apunta el modo atrevido con que mira al bien afeitado y de corbata que en su propio embrollo fuma y fuma, solo y solo esperando como don Scalabrini Ortiz–, ingresan en la Richmond de Florida. Es un grupito de maestras amigas que en esta confitería se reúne fraternalmente cada doce meses para insuflarse esperanzas y buenos deseos en el nuevo año. Alborotadas, derrochando júbilo en voz alta, no pasan desapercibidas ante los clientes casuales y fijos que leen diarios, especulan en la Bolsa, engoman negocios, urden políticamente, se aburren o simplemente pierden el tiempo como el viejo del rincón viendo pasar la gente joven. Con la ayuda del mozo se ponen de acuerdo en una mesa. Se acomodan alrededor desensillando carteras, bolsos, saquitos, y Yolanda la chaqueta de lino suizo que compró ayer para esta ocasión. Nélida, no queriendo perder protagonismo, continúa el tema que venían abordando desde la calle: el peligro de que el petróleo siga subiendo, inicio de clases, el presupuesto, sueldo, sindicato, movilización, al tiempo que el mozo se retira memorizando los pedidos. Entendiendo representar el parecer de la mayoría, Delfina, con el don de gentes que todas le reconocen, le ruega: “Nena, no rompas más los nísperos ¿querés? Estoy hasta acá con el puto laburo... Parala un poco, eh, allanate, respirá hondo y exhalá perfumes de Oriente, eh, dale”. Luego de las risas, se distienden y abordan temas chirles. Irma levanta la puntería comentando el programa de bailando-cantando-rompiéndola por un sueño. Delfina asegura que se llegará a fifar por un sueño, y no te rías. Con simpatía, el mozo deposita el pedido calculando la propina y disimulando la insistente mirada de Felisa, que lo viene relojeando desde que entró. Se alarma Esther de cómo se le ha pasado el tiempo: “Volando, volando, ¿viste?, qué cosa, che...”

Cargándola, Yolanda le aconseja unas cremas para la cara muy especiales, una de día y otra de noche: “Y vas a ver cómo recuperás lo perdido”. En este tramo, casi como una sociedad secreta, se ponen de acuerdo y bajan el tono levantando el lamento. “Somos seres humanos –ironiza Patricia–, parece que no pero sí...”. No pudiendo con su genio, Nélida aprovecha para bajar línea: que en las radios sólo se escucha música extranjera, que en la televisión no nos respetan, que esto, que lo otro. Georgina cambia el rollo y relata cómo vio a un carterista trabajar en el subte D. Otra se sulfura: “¡Y a mí qué me importa! ¡A mí me importa que nos roban el país, eso me importa!”. Y siguen y siguen. Hasta que, esta vez con afecto, pasan a lo personal. Una, desencantada pero con esperanzas. Aquella, conforme como siempre: “Bien, ¿viste?, las cosas pudieron salir mejor, pero, bueno, una tiene una familia, ¿no?”. Esta levanta los hombros. La otra ya asumió la separación y dice: “Por ahora trato de valorar la libertad, leo, salgo, ¡miro y busco!”. Todas ríen. Son muy amigas. Se conocen desde hace mucho, algunas desde la primaria, como Yolanda y Felisa. Dejan de hablar, y los de la mesa vecina se vuelven a mirarlas, de golpe extrañados por la ausencia de bochinche. Como si se le escapara un pensamiento muy íntimo, casi con el aliento, Eleonor astilla el silencio: “Otro año, no lo puedo creer”. Se miran. Comienzan a emocionarse. Felisa se hace la dura: “Este año no lloro, lo juro”. Esther ya lagrimea. “Bueno, brindemos, che”, pide Delfina. Y acercan las copas y se desean felicidad. Se besan, se abrazan. Una copa se vuelca sobre la mesa. Ríen y gritan. ¡Alegría, alegría! Mojan un dedo en la bebida derramada y unas a otras se hacen la cruz sobre la frente. ¡Alegría, alegría! ¡Será un buen año! ¡Por la familia, hijos, amor, amantes, salud, dinero, por el país!

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