CULTURA › LA ANTOLOGIA DEL CUENTO FANTASTICO ARGENTINO CONTEMPORANEO

Veintidós miradas sobre lo extraño

El libro que publica Página/12 reúne autores de cinco décadas, un panorama que demuestra la buena salud del género.

Por Angel Berlanga

“Las historias pueden ser falsísimas, pero para que uno las crea tienen que ser abundosas en sucesos cotidianos”, sostiene Alberto Laiseca en El monstruo en el sur, uno de los veintidós textos reunidos en Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo, el último libro de la serie que publica este diario desde hace cinco meses. Los veintidós autores –un grupo bastante heterogéneo– que escriben en este volumen han infiltrado esas cotidianidades con variadísimos procedimientos, estilos y dosis de rarezas, extrañezas, sucesos insólitos unas veces macabros y otras llenos de humor, unas veces apenas esbozados y otras en dominio de todo un escenario. “Cuando estamos cómodamente instalados en lo cotidiano de una historia –anota Lucía Gálvez en el prólogo–, el contraste con lo fantástico nos sacude. Del mismo modo, la caída en el absurdo de lo normal y lo racional puede ser aterradora.”
Casi cincuenta años median entre las fechas de nacimiento de Angélica Gorodischer y Pola Oloixàrac, un dato que quizá dé cuenta de la rica, saludable y poco frecuente variedad generacional de autores que agrupa esta antología, que incluye a algunos escritores de trayectoria y reconocimiento –Ana María Shua, Liliana Díaz Mindurry, Rudy, Leonardo Moledo– con otros que empezaron a publicar hace poco, nacidos en la década del 70, como Guillermo Mc Kay y Romina Doval. Patricia Suárez –la autora de la premiada Perdida en el momento–, Liliana Bodoc –quien escribió La saga de los confines, trilogía que suele acarrearle vinculaciones con Tolkien–, Rafael Pinedo –que ganó con la novela Plop el premio Casa de las Américas– y Carlos Gardini –uno de los referentes en la ciencia ficción local– también forman parte de la lista de narradores, que se completa con Alejandro Alonso, Eduardo Carletti, Romina Doval, Sergio Gaut vel Hartman, Raquel Jaduszliwer, Laura Massolo, Luis Pestarini, Rogelio Ramos Signes, Paula Ruggeri y Enrique Solinas.
Gálvez despliega en su prólogo la variedad de recursos observables en estos relatos y cita un par de ejemplos de fantásticos viajes en ferrocarril: “En La estación terminal, de Leonardo Moledo, un común recorrido diario en un tren local puede amedrentarnos hasta el pánico, o un viaje en el metro de París, con sus familiares personajes, puede terminar en una estación de Buenos Aires, como sucede en De Châtelet a Bolívar, de Romina Doval”. “El recurso a un futuro de inauditos adelantos espaciales –agrega–, así como la descripción de excéntricos planetas y naves, es otro elemento recurrente en el que se puede dar rienda suelta a la imaginación y la creatividad, como en La escala, de Eduardo Carletti; Leticia en el reflujo de la marea, de Alejandro Alonso, y otros.”
El humor es otro de los recursos que destaca Gálvez, presente en los relatos de Rudy, Gorodischer y Shua. En Dos mil diez: odisea del espacio, el caótico y comprimido mundo que imaginó Rudy, el jamón es objeto de variadas obsesiones –hasta religiosas–, los diarios que se consiguen son de varios años atrás y tener o no tener teléfono celular divide bandos. Gorodischer cuenta en Strelitzias, langestremias e hisophilas cómo su mítico personaje hincha de Central, Trafalgar Medrano, se encuentra con su hija Eritrea Perla, que tras un viaje-aventura a Susakiiri-Do le dice, maldición, que está de novia con un hincha de Ñuls. En algunos de los relatos breves de Ana María Shua se cruzan, con inquietante elegancia, sirenas con ahogados, un amor perdido con un plesosaurio carnívoro del cretácico superior, o la simple y común verdad con la gloriosa mentira entre lo que una profesional puede decirle a quien pretenda saber qué fue en sus vidas anteriores.
Y también pueden encontrarse las múltiples formas y recorridos de la asfixia y la amenaza en El laberinto, de Pinedo; o la misteriosa historia de un ataúd conservado durante generaciones –La amada inmóvil, de PaulaRuggeri–, cuyo reglamento dispone que si se entra en él antes de los quince años se adquiere el don de la poesía, pero si se entra después... o Los frascos siniestros que imaginó Patricia Suárez, con neonatos congelados en su interior, en la normalidad de una sociedad espeluznante de asesinos, esclavas que paren hijos y ganado que trabaja. En fin: veintidós miradas, rincones, universos de lo extraño en lo cotidiano o viceversa, veintidós autores nacidos en cinco décadas distintas. No es poco para quien quiera asomarse a la escritura del fantástico por estos días en la Argentina.

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Alberto Laiseca está presente en la Antología con su relato “El monstruo en el sur”.
 
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