CULTURA › LA REVISTA “HECHO EN BUENOS AIRES” CUMPLE DOS AÑOS

Un modelo exitoso de empresa social

Inspirada en el formato de edición y distribución de la publicación inglesa “The Big Issue”, la revista vive su momento: vende unos 30.000 ejemplares mensuales, a través de 250 hombres y mujeres sin trabajo y, en la mayoría de los casos, sin techo.

 Por Mariano Blejman

“Che, Pedro... ¡tenemos negocio!”, gritó uno de los dos. Como en una de esas películas de Hollywood donde las cosas suceden como por arte de magia, dos hombres de la calle recibieron una oferta de un par de desconocidos. Ambos habían perdido la esperanza, entre el frío de unas cajas húmedas acomodadas sobre los cuerpos entumecidos de escarcha cerca del Parque Lezama y acompañados de un colchón deshojado por el paso de otros cuerpos. Pero cuando los despertaron para preguntarles si les interesaba vender una revista, se miraron entre sí. Los que ofrecían eran Patricia Merkin y Jorge Martinelli, impulsores del lanzamiento de la revista-proyecto Hecho en Buenos Aires. Buscaban vendedores y tenían que ser de la calle. Ahora, dos años después, la publicación vende 30.000 ejemplares por mes, tiene 250 personas que la ofrecen y una lista de espera de 1000 hombres que aguardan por un lugar. Como si fuera poco, están por abrirse Hecho en Chile y Hecho en Mendoza. Página/12 habló con sus vendedores y creadores para que contasen cómo les cambió la vida con la revista en sus manos.
“Ustedes tienen que mostrar la revista bien alto. Hacerse ver desde lejos, para darle tiempo a la gente que los reconozca. Es importante mantenerla enfrente.” Clases básicas de marketing directo brindadas por uno de los voluntarios que trabajan en Pasaje San Lorenzo 371, nueva sede de Hecho en Buenos Aires. Una calle de San Telmo que, al momento de la salida de un nuevo número, ofrece la imagen de un piquete o una asamblea.
“La revista tiene entrevistas a personajes famosos, historias de vida tanto de un político como de uno de los vendedores, notas sobre medio ambiente, medicina, ecología y apuntamos a seguir creciendo cualitativamente”, dice Patricia Merkin, creadora y directora editorial.
La revista entrevistó a la escritora Naomi Kleim (autora del best seller global No logo), a Mex Urtizberea, Luis Alberto Spinetta, Adolfo Pérez Esquivel, Fernando Peña y Joan Manuel Serrat, entre otros. “Haga la prueba, compre la revista y mire al vendedor a los ojos”, desafía. “Y después cuénteme lo que siente.”
Uno de los vendedores más viejos es Oscar. Era mensajero y quedó en la calle entre otras cosas después de que le robaran la moto. Al tiempo, unos amigos le hablaron del proyecto y hace 14 meses que vive de lo que vende. Está en la puerta del Teatro San Martín entre las 14 y las 21. “A veces me tengo que quedar hasta la salida porque la gente no quiere entrar a la función con la revista en la mano”, dice Oscar, que estableció una curiosa relación de complicidad con los trabajadores y los asistentes habituales del teatro. Vende unas 30 revistas por día y llega a unas 500 por mes. “Ahora me puedo pagar los 6 pesos del hotelito”, dice. “Hay gente que las faldea –las deja en las faldas de la gente en los subtes–, pero para mí eso no es vender. Yo los encaro. Juan Alberto Badía, por ejemplo, es cliente mío. El que no me la compra nunca es Horacio Embón.”
“Es una empresa social”, explica Merkin, quien se inspiró en The Big Issue (El gran tema), una revista inglesa de igual formato y estructura de ventas, casi un clásico actual de Londres. En Buenos Aires, la revista cuesta un peso al público y los vendedores la compran en veinte centavos y se quedan con ochenta. La editorial recibe aportes esporádicos del British Council y de la Fundación Levi Strauss, además de las publicidades. El resto de los ingresos proviene de los veinte centavos que se reinvierten en la revista y en el trabajo social que depara atender al ejército de nuevos ocupados. Los vendedores reciben asistencia psicológica, se les busca medicamentos, hay talleres de plástica, ajedrez, fotografía y teatro. “Yo soy medio fenicio”, dice Gualterio, otro vendedor. “Desde chico mi padre me decía que tengo un don para la venta.” Para la venta y para otras cosas. En su vida Gualterio hizo y fue de todo: trabajó en el área de ventas de Coca-Cola, fue marginado de una familia de buena posición económica, tuvo problemas con el alcohol, adicción a la morfina, hizo de ratero, estuvo preso, tiene HIV desde hace once años y viene de un largo proceso de recuperación que lo derivó en un hogar de monjas.
“A partir del esfuerzo personal y la autogestión, es posible avanzar socialmente. Intentamos que se desvinculen de los centros asistenciales que los convierten en seres deambulantes para que puedan generar sus propias herramientas. Apuntamos a una economía social, a reinvertir el dinero en trabajo social”, explica Jorge Martinelli, estudiante de psicología en los 70, músico en los 80, artesano en los 90, actual encargado del área de vendedores y logística de la revista.
La crisis ha golpeado fuerte en la revista: cada vez hay más pretendientes a vender. El futuro es incierto, pero Oscar tiene una cosa clara: “Aunque consiga un trabajo con relación de dependencia, me voy a hacer un lugar para seguir vendiéndola porque la comunicación que tengo con la gente es impresionante”. Gualterio es aún más audaz. “Yo tengo un oficio de ebanista, pero aunque me den 1000 pesos por mes de arriba no dejaría de venderla: aquí tengo un abrazo caliente que me cubre en la calle todo el día de soledad.”

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“Hecho en Buenos Aires” cuesta 1 peso y sus vendedores obtienen 80 centavos por cada ejemplar.
 
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