CULTURA

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Paso junto al apartamento de Bioy cerca del cementerio de la Recoleta, donde las más rancias familias argentinas yacen enterradas en recargados mausoleos coronados de ángeles llorosos y columnas simbólicamente rotas. A Bioy, cuyas novelas (tanto si transcurren en islas lejanas como en otras ciudades) siempre describen el ambiente fantasmagórico de Buenos Aires, su ciudad natal, no le gustaba la Recoleta: encontraba absurdo que alguien insistiera en ser esnob hasta después de la muerte.
Encuentro que ahora Buenos Aires es un lugar fantasmagórico. Al irse de Argentina para siempre, Gombrowicz escribió: “¡Argentina! En mis sueños, los ojos entornados, la busco una vez más en mi interior, con todas mis fuerzas. ¡Argentina! Resulta muy extraño, y sólo quiero saber: ¿por qué nunca he sentido semejante pasión por Argentina cuando estaba allí? ¿Por qué me asalta ahora, cuando estoy tan lejos?”. Entiendo su perplejidad. Como una antigua ciudad en ruinas, este país nos obsesiona desde lejos. Aquí el pasado está presente en estragos, generación tras generación de fantasmas: los personajes de mi infancia, mis compañeros de colegio desaparecidos, los sobrevivientes maltrechos.
Fragmento de Diario de lecturas (Norma).

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