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30 años sin Bernardino

 Por Gustavo Veiga

Una voz clara, nítida, fácilmente identificable apenas se mueve el dial un milímetro, de esas que escasean en el relato deportivo, hay muy pocas. Son más las voces obscenas, lanzadas sin rubor a describir el “fulbo” y que apenas pueden articular una frase. Con todo, no es el propósito de esta columna hacer una división entre hijos y entenados. Y aunque tenga mis preferidos (Víctor Hugo, Walter Saavedra, El Turco Wehbe), tampoco me siento con autoridad para armar un ranking. Los mejores relatores argentinos son muy creativos y prolíficos en metáforas, hipérboles, giros lingüísticos y otros recursos con los que fertilizaron el idioma.

La introducción viene a cuento de Bernardino, un portento del relato que, en la década del ’30, comenzó a dar sus primeros pasos en transmisiones donde no existía la información al instante como ahora, ni el lugar adecuado para darla: cabinas, palcos... Había que estar al aire libre. Y Bernardino no se amilanaba. Tuvo su bautismo en los potreros con una lata de conserva que semejaba un micrófono (al menos eso dice la tradición familiar) y muy pibe había ingresado en una broadcasting. ¡Qué antigüedad!

Un viejo diario, amarillento como un té de manzanilla, es la prueba de cómo en otros tiempos (el recorte no tiene fecha, pero debe ser de los años ’40) se les tomaba examen a los llamados locutores animadores, locutores deportivos, locutores relatores y locutores lectores, separados en esas especialidades por la Dirección de Radiocomunicaciones. El texto, una especie de bando militar, señala que “las broadcastings disponen ya de la notificación oficial sobre cuáles son los locutores aprobados y rechazados”.

En una extensísima lista de 380 nombres pueden leerse los de Eduardo Lalo Pelliciari, Edmundo Campagnale, Félix Daniel Frascara, Luis Elías Sojit y Joaquín Carballo Serantes, Fioravanti, entre los locutores deportivos aprobados. Ahí aparece Bernardino, en el que quizá sea el primer registro disponible de su trayectoria junto a otras voces inconfundibles.

Hoy se cumplen treinta años de su muerte, aunque para mí nunca se fue. Siempre vuelve en la evocación de un amigo, de un hincha, de un aficionado al boxeo, de aquellos que transcurrieron su infancia y adolescencia con una oreja pegada a la portátil. Su voz inconfundible está por ahí, entre tantas otras, una marca de radio.

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