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Esperando la bicicleta

Los futbolmaníacos son capaces de conversar horas, días y semanas sobre jugadas, movimientos y jugadores. Ayer por la mañana, en la derrota de Francia ante su ex colonia Senegal, extrañaron horrores a Zidane, cuyos movimientos hacen las delicias de los que saben y dejan a los que no con cara de “¿es para tanto?”. ¿Cómo olvidar el gol del francés (de familia argelina, y fan de Enzo Francescoli) al Bayer Leverkusen, jugando para el Real Madrid? Le pegó así, dice un futbolmaníaco, e intenta levantar su pierna izquierda como si Julio Bocca se dedicase a limpiar telarañas en un departamento antiguo. Le pegó así, repite, y la clavó allá. Allá es arriba–arriba, donde se unen poste y travesaño, el lugar al que los arqueros no llegan. Ahí le pegó Dirceu, con sus zapatitos angelicales, en el partido que Brasil le ganó a Perú en Mendoza, en el Mundial 78. El arquero peruano–argentino de Perú, al que aún le quedaban comerse seis goles, en un partido raro, rarito, estaba parado abajo y no llegó. Quiroga saltó y no llegó, cuenta otro futbolmaníaco y repite el movimiento, que es como si un buzo quisiera volar con los zapatos de plomo puestos.
Desde que en México 1986 Diego Maradona les bordó a los ingleses el mejor gol de la historia de los Mundiales, son millones los aficionados que recuerdan grandes jugadas. Los futbolmaníacos tienen sobre ellos el plus de que no necesitan que terminen en gol para saberlas de memoria. No fue gol el engaño de Pelé al arquero uruguayo Mazurkievich en el Mundial 1970, en aquella jugada que Norberto Alonso sí le hizo al Pepé Santoro, en una goleada del River al todavía le faltaba para salir de los 18 años sin títulos, frente al Independiente que ganaba copas. Un aspirante a futbomaníaco, joven, se queda pensando en la jugada. ¿Cómo que amagó tocar la pelota que venía de un pase largo, la dejó pasar, gambeteó al arquero con el cuerpo, la agarró del otro lado y tiró al arco?, pregunta. Un veterano le repite, como puede, los movimientos, usando una silla. Parecido a como decía Osvaldo Soriano que el Nene Sanfilippo le había contado su gol a Roma, de taco y por arriba, en el Carrefour que se erige donde antes estaba el Gasómetro.
Si en el Mundial un jugador hiciera una bicicleta –una en serio, pasando la pelota completa por sobre su cuerpo– los futbolmaníacos no lo olvidarían jamás, porque están en búsqueda de eso, como los surfistas van detrás de la ola imposible. Algunos creen que sería sobrar y que por ende resultaría contraproducente, poco profesional. Otros se oponen a ese razonamiento. “¿Te acordás del gol de Corbatta a Chile que salió en la tapa de Life? Para vos eso sería sobrar...” Los primeros insisten. Uno de ellos contraataca: “Y vos ¿te acordás de lo que le pasó a Rojitas el día que la pisó en la línea contra Independidente y no la metió? ¿O la historia de Amadeo contra Peñarol, en Santiago de Chile?” No se ponen de acuerdo. Muchos de ellos no estuvieron en ninguno de los estadios donde ocurrieron los hechos que cuentan, pero así son los fanáticos del futbol. Al fin y al cabo, a pocos consta que la tierra sea efectivamente redonda.
El tema de la bicicleta los lleva a futbolistas con habilidades especiales, con jugadas de esas que la televisión repite una y otra vez, como D’Alessandro y “la boba”. Pero los futbolmaníacos tienen internas. Una grave salta cuando uno agrega a la lista de estrellas del rubro al mexicano Cuauhtémoc Blanco, por esa jugada que consiste en levantar la pelota con los dos pies e impulsarla medio metro hacia adelante, como quien da el último salto en una carrera de embolsados. El que salta, admirador de Zidane y Okocha, se niega a seguir hablando si eso que hace Blanco puede ser parte de una conversación en serio.

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