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Carta de intención

Los yanquis bajaron 3-2 a Portugal y todo indica que sólo se trata de la primera de una serie de sorpresas. ¿Hasta dónde piensan llegar? Mejor, ni imaginarlo.

Una pesadilla de Pablo Vignone

Naraha, 30 de junio, 4.30. Cuando Bielsa colgó el teléfono, su mueca era más de desencanto que de disgusto. Resonaban en su cabeza sus últimas palabras en la conversación –alguien le diría después que un gobernador había pronunciado algo similar menos de un mes antes–: “Prefiero traicionar este partido antes que traicionar a la Patria”.
El J-Village estaba sumido en un extraño, completo silencio. Los jugadores descansaban. La casetera todavía estaba caliente. Bielsa la había apagado de un manotón mientras se desarrollaba la conversación. Algo no llegaba a comprender. ¿Por qué, si Grondona se bancó en el ‘86 la presión de Alfonsín, que le quería borrar a Bilardo, y era tan radical como él, se abrió de gambas en ésta? ¿Habrá entrado en la rosca?
El video le había refrescado algunos detalles de los muchachos de Bruce Arena, que habían sorprendido al mundo llegando a la final. Primero le habían hecho tres a los pechos figo de Portugal. Después le ganaron 2-0 a Corea: en el palco de honor se había sentado un nieto de McArthur. Las sorpresas no paraban. Pero lo que vino después fue sospechosamente inaudito.
Primero, la victoria sobre los polacos. El doctor Villani le diría más tarde que Polonia fue el primer país de la ex Cortina de Hierro en sumarse al organismo. Los yanquis necesitaban vencer porque Corea le ganaba a Portugal, y fue muy comentado que los polacos se hicieran dos goles en contra en el segundo tiempo.
Las piezas, notaba Bielsa, empezaban ahora a encajar. Tras esas tres victorias consecutivas, el técnico argentino comenzó a revisar con mayor atención los videos del equipo del Norte. Los nombres se le hicieron más familiares: O’Brien –el que le hizo el primero a Portugal–, Donovan, Eddie Pope (se llama igual que el basquetbolista que tiró a la mujer por la ventana, precisó el entrenador), Moore. También Mastroeni. Qué muchacho, este Mastroeni: igualito que Blejer; es de los nuestros, pero juega para ellos...
Madrugada en Japón, media tarde en la Argentina. Más temprano, incluso, en Washington. ¿No era que se borraban todos en el verano boreal? ¿Quién levantó el teléfono en la mañana para bajar línea? Bielsa se paró, se tomó las manos tras la espalda, inclinó la frente con el ceño fruncido y comenzó a caminar, de un lado a otro del cuarto. Pekerman dormía. “Encaja todo”, se dijo, mirándose al espejo. Más desencanto que disgusto. Como si al final hubiera comprendido que la historia tiene dirección única, por más variantes que tenga el equipo. Contra el destino –ésta es la prueba definitiva– nadie la talla.
Los yanquis fueron a octavos con México. Lo llamaron “el clásico del Río Grande”. Fox entregó rápido, parece: ganaron los yanquis 3 a 1. Blanco tiró la cuauhtemita, pero la metió en el ángulo de su propio arco. “Qué burro”, se rieron entonces. Ahora está más claro. Y nosotros que nos matamos para eliminar a Francia...
Los cuartos. Nos tocó Rusia. A ellos, Paraguay. Jugaban con el patio trasero. Sufrimos un rato con Mostovoi, pero el Bati lo liquidó al final. Ja, ¡mirá que lo conozco a Chilavert! El no se vendió, seguro, pero, ¿qué necesidad tenían Gamarra y el Chiqui Arce de pelearse entre ellos? Chila se metió a separar y el árbitro los expulsó a los tres. Se les hizo fácil. Más que cuando tuvieron que ir a las semifinales con Alemania.
¡Por supuesto! Bielsa tenía entendido que el entrenador era Völler; por eso se sorprendió cuando en la formación apareció, debajo de los once, Köhler. Entonces le pareció un error de tipeo, un problema de los japoneses para escribir con caracteres arábigos. Pero cada vez resultaba más transparente. Si Brasil nos hubiera ganado en las semifinales, le habrían pedido lo mismo: ellos, nosotros, nada más que el patio trasero. Pero, ¿cómo decírselo a los jugadores? La idea era ganar el título mundial, bajar triunfales a Buenos Aires y festejar la conquista en el balcón del Cabildo, con los hinchas de espaldas a la Rosada. Eso, y decir “que se vayan todos”, es lo mismo. Pero, ¿y ahora? Arena y sus jugadores tendrían que ir a celebrar a la Calle 15, con el indio ése.
Bielsa carbura rápido. Su cerebro es una parrilla a punto para asar costillares. Los suyos. Para cumplir con el compromiso, debe poner en la cancha el equipo más débil posible. Esa es la única manera. Por fortuna, a lo largo de todo el torneo demoró la confirmación de los titulares hasta el último día. Tiene tiempo. Ya lo ha decidido. La gente siempre pidió a Bati y a Crespo. El siempre dijo Bati o Crespo. Hoy no podrá alinear ni a uno ni a otro. Adelante jugarán Husain y el Tito Bonano. Al arco irá el Mono Burgos. Chamot será el líbero. Simeone en una gamba. Y así. Será la única forma de no hacerles cuatro. Y que la derrota duela menos.
Fue la Krueger la que no se tomó vacaciones. Parece que Lavagna atendió a la hermana de Freddy a las 9 de la mañana, las 21 en Naraha. Que escuchó impávido el reclamo durante media hora. Que como fue funcionario de Alfonsín lo ubicó rápido a Grondona. Con el poder de Blatter detrás, Julio resistió al principio. Pero su sangre sureña pudo más. Cuando lo llamaron desde Lomas de Zamora, su alma de Sarandí se abrió como una flor. Como una flor de... ¿Humbertito irá de vice en la fórmula bonaerense con Chiche? ¿Eso fue lo que rosqueó? El técnico y el dirigente no hablaban desde hacía rato, desde que estalló el tema de la deuda. Por eso lo sorprendió el llamado, más que por la hora. Se puso rojo cuando escuchó el pedido. Había algo de orden atrás. Se debatió furioso durante unos minutos, tenía ganas de tirar el teléfono a la mierda, volverse a Rosario.
Al segundo lo llamó, por otra línea, Duhalde. “Usted se la pasa agachado junto a la línea de cal –le dijo–, ¿qué le cuesta otra agachadita?” ¿La verdad? Lloraba. Dicen que lo aprendió de Batlle. “El destino de la Patria está en sus manos”, le susurraba en el oído derecho. “Todo pasa”, lo calmaba Grondona en el izquierdo. Perder la dignidad, vaya y pase, pero, ¿perder la final del Mundial? ¿Y nada menos que contra los Estados Unidos? Para que Bielsa se entregara manso, debieron relatarle el diálogo con el Fondo Monetario:
–Repasemos: ¿ustedes derogaron la ley de Subversión Económica?
–Sí, claro, ustedes saben qué quilombo nos costó en el Congreso.
–¿Modificaron la ley de Quiebras?
–Ahora pueden venir a llevarse todas las empresas por la quinta parte de su valor.
–¿Todas las provincias firmaron el pacto fiscal?
–Yep. Nadie va a gastar un centavo en reactivar la economía, lógico.
–¿Dejaron flotar el dólar?
–Sí, ya liquidamos la tercera parte de las reservas.
–Bueno...
–¡Ya está! ¿Qué más? ¿Qué más quieren? ¡Hicimos todo lo que nos pedían? ¿Qué más tenemos que hacer para firmar el acuerdo con ustedes?
–Bueno... ¿Qué tal si mañana van a menos?

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