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El miedo en directo

 Por Pablo Vignone

El “permiso para vomitar” que solicitaba Juan Sasturain en su columna de ayer se expande ante el indisimulable olor a descomposición que emana del quehacer cotidiano del fútbol argentino. La valiente denuncia del defensor de Gimnasia Ariel Franco terminó por confirmar la sospecha alentada por el irregular medio partido de fútbol disputado en La Plata la noche anterior, que sigue enchastrando al fútbol con baldes de podredumbre, mientras los poderes enquistados disimulan, hacen tiempo, miran hacia otro lado, esperan que todo pase o sueñan con el mar Tirreno.

El episodio caló hondo porque la dimensión de la amenaza quedó patentizada en la pavorosa exhibición futbolística de Gimnasia. Viendo el enrarecido partido, era inevitable trazar la sospecha; sin embargo, la causa real de la producción, confirmada por el jugador de Gimnasia, les reportó a esas imágenes de fútbol tosco una condición de horror indeleble. Así, como jugó el equipo platense, es como se juega con una amenaza de muerte de por medio, con la condena pendiendo, con la indefensión a cuestas.

Digámoslo francamente: el fútbol ha pasado a ocupar un lugar sobredimensionado en nuestras vidas. Exagerado de toda proporción, se coló por todos los intersticios al punto de transformarse en el aire que respiramos. Para una enorme, creciente mayoría, jaqueada por los sinsabores del día, la suerte individual se expresa atada a los resultados de la pelota. Por necesidad más que por ignorancia, se sobreactúa su significado. Y cuando ese significado de origen folklórico pero transformado en agónico se emparienta con la muerte en vivo y directo –o al menos con la expresión futbolística del miedo, el miedo real a perder, no ya un partido, sino algo más valioso– entonces aterra. Al asco que siente Sasturain se le suma entonces el terror. El mismo que sienten los miles que han dejado de ir a la cancha. El mismo que embarga la razón cuando se sienten los anestésicos efectos provocados por la repetición al infinito de estos acontecimientos. El terror, además, a que nada vaya a cambiar.

Según fuentes fidedignas consultadas por Página/12, uno de los jefe de las barras sería empleado de una de las empresas del presidente de Gimnasia: entonces, ¿por dónde empezar la limpieza? ¿De qué hilo de la madeja hay que empezar a tirar para desenredar el fútbol? Habrá que hacerlo por afuera, porque desde adentro nada se consigue: el olor a descomposición es demasiado penetrante. Y habrá que darle al fútbol, otra vez, su exacta medida. Si la primera opción pertenece al ámbito judicial o policial, la segunda está inscrita en el ámbito de lo cultural. El fútbol debe tapar cada vez menos. En cualquiera de los sentidos.

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