DIALOGOS › BERNARDO KLIKSBERG, ECONOMISTA, ASESOR PRINCIPAL DEL PNUD PARA AMéRICA LATINA

“La empresa privada tiene que ser un aliado estratégico de la política pública”

Kliksberg señala que en la Argentina hay “empresarios y empresaurios”. Estos últimos constituyen el primer estadio y propone desarrollar programas intensivos sobre responsabilidad social del empresario. Señala que las políticas de inclusión de la juventud son la principal arma contra la inseguridad.

 Por Mariana Carbajal

Desde Lima

En medio de la crisis financiera de Estados Unidos, el economista argentino Bernardo Kliksberg advierte sobre “los comportamientos no éticos de algunos de sus actores”, que la “han precipitado y acelerado”. “Hay prácticas que no están prohibidas, como tratar de maximizar los paquetes de paquetes de paquetes de hipotecas, pero están prohibidas por la moral”, consideró. En una entrevista con PáginaI12, días antes de viajar hacia Buenos Aires, el asesor principal del PNUD para América latina analizó la situación social argentina: “Si la sociedad no coopta a la población juvenil en riesgo a través de más educación y más trabajo, la exclusión social la prepara para ser tentada por el crimen organizado”, advirtió. También se refirió a la rebelión que enfrenta el presidente boliviano: “Los que ven de afuera a Evo Morales no entienden nada: no entienden las bases de la civilización aymara, en la que la solidaridad es un principio central. En esa solidaridad, en esa cultura, está montado el éxito que está teniendo frente a enemigos tan poderosos”.

–¿Cómo analiza la situación social argentina?

–Claramente ha habido un avance importante después de la crisis profundísima de 2002. Aun con todas las dudas sobre las cifras, la pobreza es la mitad de la que había en 2002. Pero un porcentaje de pobres como el que todavía hay es inadmisible en un país con la potencialidad de la Argentina. Hay que mantener y profundizar una política social y seguir dándole cara humana a la política económica, si no los riesgos pueden ser muy importantes.

–¿Cómo cuáles?

–Por ejemplo, la gran oportunidad que tiene el país por el aumento de los precios de los alimentos en una sociedad muy desigual como es la argentina puede ser muy regresivo para gruesos sectores de la población. La desigualdad sigue siendo muy importante, la exclusión es severa: 20 por ciento de los jóvenes está fuera del mercado laboral y del sistema educativo. Hay otros riesgos: una parte de la sociedad está leyendo muy mal la inseguridad ciudadana al pedir mano dura y hay algunos sectores políticos demagógicos, extremadamente irresponsables, que están azuzando en esa dirección. Pero la represión a los jóvenes no va a solucionar de ninguna manera el problema. Hay que usar la policía al máximo, eficientizarla y modernizarla para enfrentar a las bandas del crimen organizado, no para enfrentar a la pobreza. La receta indicada por la experiencia internacional es más trabajo, más educación y más familia. No más policía. Mucha gente no conoce estos datos. Si los tuviera se daría cuenta de que la única posibilidad de mejorar su seguridad a mediano y largo plazo es tener una policía de primera calidad, pero al mismo tiempo tener tasas altísimas de inclusión juvenil, mayor inserción educativa y políticas que protejan la familia. Se están dando pasos en esa dirección. Un ejemplo es el programa que impulsó (el ex ministro Daniel) Filmus para dar oportunidad a 300 mil jóvenes desertores del secundario. Así se mejora la inseguridad.

–Mauricio Macri quiso cortar las becas escolares para los estudiantes más pobres...

–La Argentina tiene un problema serio de deserción del secundario, casi el 50 por ciento no lo termina. Es el mismo porcentaje de toda América latina y desde ya hay que fortalecer la posibilidad de que continúen. Para eso es importante combatir el trabajo infantil, una de las razones por las cuales los chicos abandonan la secundaria. Pero por otro lado tenemos que darles la oportunidad de que vuelvan, tengan la edad que tengan, bajo figuras de educación que no son las tradicionales. Los pasos que se den en esa dirección son positivos, los que cuestionan estas premisas tan básicas son regresivos, desde ya. Otro logro fenomenal de Filmus, que no se ha valorado lo suficiente, es la ley que obliga al Estado argentino a que el presupuesto en educación sea por lo menos del 6 por ciento (del PBI). Antes el presupuesto en educación estaba sujeto a lo que se les ocurriera al ministro de Economía o al presidente, como está pasando en el resto de América latina. Son pasos importantes para el futuro argentino, pero se necesita mucho más.

–En las últimas semanas salió claramente a la luz la inserción de carteles de droga mexicanos en la Argentina. ¿Qué consecuencias se pueden esperar?

–Es un problema de la globalización que hay que atacar a escala regional. Yo no soy un experto en eso, pero sí lo soy en la exclusión social. Si la sociedad no coopta a la población juvenil en riesgo a través de más educación y más trabajo, la exclusión social la prepara para ser tentada por el crimen organizado.

–¿Cree que tuvo influencia la falta de ética en la crisis financiera de Estados Unidos?

–La crisis, como dijo en estos días Joseph Stiglitz, ocurre por el fundamentalismo de mercado. Pero la han precipitado y acelerado los comportamientos no éticos de algunos de los actores. Por ejemplo, seguir tranquilizando a los pequeños accionistas de que todo estaba muy bien para que agregaran más fondos, cuando todo estaba mal. Eso ahora está siendo investigado penalmente. Otra falta de ética es el cortoplacismo especulativo, el short selling especulativo. Significa que hay una serie de operadores que pidieron prestadas las acciones de las empresas que estaban en crisis –hay fondos depositarios de esas acciones–, pagan un pequeño canon por pedirlas prestadas, las lanzan la mercado, las venden, deprimen todavía más a esas acciones que están bajando, las compran rebarato y hacen la diferencia. La exigencia de la opinión pública fue tal que el Departamento del Tesoro prohibió temporalmente el short selling sobre 800 sociedades de inversión, que es una medida excepcional en la historia de Estados Unidos, pero otros países lo están prohibiendo en todas las acciones, como Australia. Esas prácticas especulativas en las que sólo se piensa en la maximización del lucro personal sin ninguna consideración por lo que está sucediendo en la sociedad formaron parte de esta crisis. Hay prácticas que no están prohibidas, como tratar de maximizar los paquetes de paquetes de paquetes de hipotecas, pero están prohibidas por la moral. Tener una sociedad con los valores éticos que tiene el empresariado de Noruega es muy distinto de tener una sociedad con los valores éticos que hay en una cantidad de países, entre ellos Estados Unidos.

–¿Qué diferencia a Noruega de los demás países para que a sus CEO no les importe ganar sólo tres veces más que los sueldos promedio, como usted comentó en su exposición?

–Distintos factores están entrelazados. Incide el credo de valores básicos, que es el conjunto de creencias firmes de la mayoría de esa sociedad, y el nivel de democratización de una sociedad. En ese sentido, América latina debería tener un destino diferente del que tiene, porque creo que tiene un credo de valores básico muy saludable. En la Argentina, en la época que podría haber sido del egoísmo más despiadado, en 2002, el nivel de solidaridad fue el más alto de toda la historia. Más del 30 por ciento de la gente, según la encuesta Gallup, salió a hacer trabajo voluntario. Ese fondo solidario existe en Bolivia, donde la solidaridad indígena es absolutamente excepcional. Los que ven de afuera a Evo Morales no entienden nada, no entienden las bases de la civilización aymara, en la que la solidaridad es un principio central. En esa solidaridad, en esa cultura, está montado el éxito que está teniendo frente a enemigos tan poderosos. Pero no basta con tener un fondo de valores muy importante: la mayoría de la sociedad tiene que tener el poder de influencia en el contexto social como para hacer sentir ese fondo de valores. Eso significa democratización, significa que las sociedades no sean manejadas desde las elites concentradas. Cuanto más avancemos en la participación de la gente, en medios de prensa independientes, en partidos políticos que trabajen para el interés real de los ciudadanos, cuantas más ONG haya en el tejido de la sociedad civil, más posibilidades de que el credo ético que existe se exprese en las políticas y en la práctica.

–El ranking de Transparencia Internacional ubica a la Argentina en una posición muy mala en cuanto a nivel de corrupción y, por otro lado, la credibilidad de los partidos políticos es baja. ¿Cómo puede permear el credo ético de cual usted habla en la clase dirigente y empresarial?

–Voy a darle un dato optimista: la encuesta de Gallup de hace pocos días dice que el 75 por ciento de los jóvenes no creen la política pero el 85 por ciento cree en la solidaridad, dice que se ven a sí mismos y a los demás jóvenes ayudando a los demás. Están buscando nuevas formas de expresarse. Y otro dato ultrapositivo es que el 98 por ciento de los jóvenes cree que la institución central en la que más confían es la familia. Para que esto permee en las elites tienen que pasar una serie de cosas. Yo ligo la responsabilidad social empresaria a la demanda de la sociedad. El avance en la responsabilidad social empresaria está ligado en Estados Unidos y en el mundo desarrollado al reclamo social de consumidores organizados cada vez más articulados, de los pequeños accionistas que después de (la bancarrota de) Enron están cada vez más exigentes de que haya democracia corporativa y de la sociedad civil, que está dando la pelea con una fuerza fenomenal contra la industria del tabaco y está avanzando ahora sobre los contaminantes del medio ambiente y sobre la industria alimenticia que produce comida basura. Todos estos factores, que son el mercado –son los que compran, los que financian–, además están exigiendo responsabilidad social empresaria. Para que permee necesitamos educar a nuestros ciudadanos en la idea de consumidor responsable, en la idea de accionista responsable, en la idea de sociedad civil movilizada. Todavía hay un gran camino por recorrer. Para que, así como exigen a los políticos en forma creciente, exijan a los empresarios. Junto con eso se deben respaldar las experiencias positivas porque es un mensaje para los otros empresarios.

–Muchas empresas se llenan la boca de que hacen responsabilidad social empresaria, pero la sensación es que gastan más en marketing que lo que invierten en programas sociales. ¿Usted qué opina?

–Distingo cuatro etapas en conciencia del empresariado. Una etapa es la que me señaló la semana pasada el ministro de Economía de Paraguay, adonde viajé para asesorar y ayudar al presidente Lugo. Me dijo el ministro: “En Paraguay hay dos clases de empresarios, los empresarios y los empresaurios”. Etapa cero, la más baja, es la del empresaurio, la clase empresarial que promovió Menem en los años ’90, que son la mayoría: por vías correctas sólo piensan en su beneficio y no les importa nada más que eso. Una etapa más avanzada es la filantropía empresarial, a la que usted está haciendo alusión, que es hacer donaciones, hacer aportes económicos.

–Y una promoción importante.

–Y hacer un marketing para la firma, exactamente. La etapa que estoy proponiendo es la de la responsabilidad social empresarial: que en primer lugar trata muy bien al personal propio y eso no significa pagarle el sueldo y los impuestos –porque eso es no ser infractor a la ley–, es la eliminación total de la discriminación de género y el respeto a la familia, entre otros aspectos.

–De eso estamos a años luz en la Argentina.

–Absolutamente, que ser mujer que va a dar a luz no sea una lacra en la empresa o un estorbo igual que tener hijos. Responsabilidad social empresaria es también tratar bien al consumidor, con productos de buena calidad y saludables a precios razonables, es cuidar el medio ambiente, meterse en grandes causas de interés público... en ese punto está el cambio. La empresa privada tiene que ser un aliado estratégico de la política pública. No es un tercero neutral, es su obligación como ciudadano ayudar a bajar los niveles de pobreza, de desigualdad, a mejorar la educación y la salud. Pero no para reemplazar a la política pública, que es la principal responsable. Ese es el juego de la democracia, pero la empresa privada puede ser un obstáculo o un aliado. Un programa como Pro Niño de la Fundación Telefónica –que financia una red de ONG para combatir el trabajo infantil– creo que es un aliado importante, porque es un programa consistente, significativo, con una escala importante. Un quinto punto es un código de ética consistente, no decir una cosa en Londres y otra en las minas de Perú, como está sucediendo con una cantidad de empresas mineras. Todo eso es responsabilidad social empresaria y se mide, hay rankings, y los consumidores y los mercados están pendientes y están castigando. Entonces hay un estímulo (más que estímulo... una presión).

–¿Es una cuestión de desarrollo de las democracias lograr que las empresas asuman en un país la responsabilidad social como usted la define?

–No, para nada. Depende de lo que se haga en cada lugar. Nosotros estamos haciendo algo que probablemente sea útil, la Red Unirse, ahí estamos ganando etapas. El 15 de octubre la lanzamos en Buenos Aires: son 65 universidades latinoamericanas y de España, con punto focal en la UBA, que nos unimos para enseñar responsabilidad social empresaria en todas las universidades en todas las áreas que tienen que ver con el manejo de las empresas, desde abogados, ingenieros y todas las áreas económicas. No como una materia sino en forma transversal, enseñando Enron, la crisis de Wall Street, Botnia, en forma totalmente aplicada, en la realidad concreta. El programa está organizado por las Naciones Unidas, por la Agencia de Cooperación de España y por algunas de las más importantes universidades de América latina. Desde el PNUD construimos esa alianza y las universidades la han hecho suya. El 1º de diciembre inauguramos el primer curso de la Red Unirse para formar profesores en cómo enseñar responsabilidad social empresaria. El segundo programa, que es una creación mía, que humildemente sentí que tengo que poner todo en esto, consiste en formar cien jóvenes sobresalientes, los mejores egresados de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA de los últimos dos años y los mejores alumnos del último año, que al mismo tiempo tengan un alto compromiso con la comunidad. Este programa también se presenta el 15. Fueron seleccionados por un jurado del más alto rango académico. Entre los que van a enseñar –todos ad honorem– están Cristina Calvo, directora general de Cáritas, varios profesores consultos de la UBA y los más altos ejecutivos de compañías que hacen más responsabilidad social empresaria, altos directivos de la sociedad civil, además de profesores internacionales invitados, como el rector de la principal escuela de negocios de España y el de la Universidad de la República de Uruguay. El programa es de tres meses, superintensivo. Los vamos a formar en ética para el desarrollo, en cosas que no se enseñan en la universidad. Y los que se gradúan van a ingresar en la docencia y a través de ellos pensamos hacer una gran revolución en la universidad. A la vez estarán muy calificados para entrar en el mercado laboral en organizaciones de punta y llevar todo lo aprendido a la práctica.

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