DIALOGOS › ROSA COBO BEDIA, TEóRICA FEMINISTA ESPAñOLA

“Las políticas económicas neoliberales aumentan el trabajo gratuito de las mujeres”

Es docente, investigadora y, sobre todo, militante por los derechos de las mujeres. Fue asesora ministerial en el gobierno de Rodríguez Zapatero. Aquí, advierte sobre las consecuencias que provocan en la lucha por la igualdad de los géneros los planes de ajuste en su país y Europa toda. También se suma al debate en torno de la prostitución. Y analiza qué cambió en España con la ley contra la violencia de género.

 Por Mariana Carbajal

A su paso por Buenos Aires, adonde vino invitada por una organización regional de mujeres, Cladem, Rosa Cobo Bedia se explayó sobre las consecuencias de los planes de ajuste sobre la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, el debate en torno de la prostitución –¿trabajo o explotación sexual?– y los cambios que trajo la ley contra la violencia de género sancionada una década atrás en España, entre otros temas.

–¿Cómo están afectando las políticas económicas neoliberales en Europa la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres?

–Europa ya está metida de lleno en las políticas económicas neoliberales. Tienen muchos efectos. Pero hay dos básicos, que se pueden identificar analíticamente. El primero de ellos es que aumenta el trabajo gratuito de las mujeres. En la medida en que el Estado abdica de las funciones que hasta ese momento desempeñaba, esas tareas se desplazan a las familias, donde son las mujeres las que las asumen. Se trata de invisibilizar ese proceso de desplazamiento. Al mismo tiempo, han bajado muchísimo los salarios y, entonces, las familias de clase media tienen que prescindir de una ayuda doméstica y esas tareas pasan a hacerlas las mujeres. También con menos dinero en los hogares se tiende a preparar otro tipo de comidas, ya no un bife, sino platos más elaborados que son más baratos pero demandan más trabajo. Las que cocinan suelen ser las mujeres. Del 2003 al 2014, el trabajo gratuito de las mujeres en España ha subido un 4,3 por ciento. Es un dato paradigmático. Imagínese un país de América latina, como sucedió unos años atrás en Perú o en Brasil, que tenga un crecimiento anual de esa magnitud. Ese trabajo gratuito de las mujeres aumenta sobre otro fenómeno, que también es históricamente nuevo, y es el ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral. Por lo tanto, tienen la doble jornada laboral.

–¿Cuál es el segundo efecto?

–Las mujeres hemos entrado al mercado laboral a partir de los años ’60 y ’70, en un proceso de pérdida de derechos para los trabajadores y de reducción muy significativa de los salarios. En 1973, a partir del golpe militar de Pinochet, Chile se convierte en el primer laboratorio donde se aplican las políticas económicas neoliberales; después fue Argentina, Inglaterra... La reducción de los salarios en los últimos veinte años ha sido de muerte. Es decir, las mujeres entran al mercado laboral en la misma posición que tienen en la sociedad: en una posición de clara desigualdad con respecto a los varones. Las mujeres son mayoría en los trabajos de tiempo parcial, en la economía sumergida, en los empleos más precarios, tienen mayor presencia en las maquilas más descalificadas. La mayor parte de los salarios de pobreza son femeninos. El paradigma que lo explica con muchísima claridad es el de las maquilas. Se tiende a pensar que están sólo en Centroamérica y en el Sudeste asiático. Es muy falso: las maquilas están invadiendo el mundo entero. En España también las tenemos. Los dos grandes fenómenos que explican la posición de explotación de las mujeres son la maquila por un lado y la prostitución por el otro. Son las dos metáforas explicativas de la suerte de las mujeres en el siglo XXI. Hay otro efecto que ya no tiene que ver exclusivamente con las mujeres pero que también puede tener una lectura feminista, y es que han ensanchado el mercado y han reducido muchísimo la capacidad de maniobra del poder político, para poder gestionar el mercado en clave social demócrata, keynesiana, de redistribución económica. En términos generales, las políticas económicas neoliberales están aumentando muchísimo la desigualdad social en clave de un abismo entre pobres y ricos, un fenómeno que era completamente desconocido en Europa desde hacía tantísimas décadas. Es un proceso que está más vinculado a la revolución del siglo XIX, con aquel capitalismo que explotaba de una forma inmisericorde, que con cualquier otro momento que haya ocurrido en el último siglo.

–Mencionó a la prostitución... ¿Qué opina de la postura de algunas organizaciones que sostienen que hay que regularlo como un trabajo?

–Es un debate complicado que está presente en muchas partes del mundo y desde luego ha logrado instalarse en un lugar marginal, pero finalmente en un lugar de la agenda política de los países europeos. Y por el mismo motivo está en el centro del escenario político feminista, sin ninguna duda. La mayor parte del feminismo se inclina por la consideración de que la prostitución es una forma de explotación de las mujeres. Adhiero a esa mirada. También es cierto, y hay que tener en consideración que los países que tienen estados de bienestar más desarrollados en Europa, como es el caso de Suecia, Noruega, Finlandia, Islandia, han llegado a la conclusión de que es una forma extrema de explotación sobre las mujeres. Y están haciendo políticas públicas orientadas a penalizar al cliente y a poner sobre la mesa políticas y recursos que hagan posible que mujeres que están viviendo de la prostitución puedan salir de ella. Es importantísimo poner de manifiesto cómo el feminismo está intentando desplazar el foco de la mujer prostituida al varón prostituidor, al putero, al que se llama cliente, a mi criterio, de una forma bastante blanda. No creo que haya que llamarlo así, porque es reconocer una relación comercial.

–Voces que defienden la prostitución como trabajo fundamentan su postura en el derecho a decidir sobre su propio cuerpo de las mujeres, el mismo argumento con el cual desde el feminismo se defiende el derecho al aborto. ¿Qué responde a ese planteo?

–Hay elección cuando hay posibilidades de elegir. Cuando no hay posibilidades de elegir, no. Una mujer extremadamente pobre, con pocos recursos culturales y que ha sido abusada sexualmente en su infancia –porque la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución lo ha sido y es un aspecto que no se dice–, ¿qué posibilidades de elección tiene? Lo que hay son circuitos semiinstitucionalizados por los que transitan las mujeres para la prostitución, que son los mismos por los que transitan las armas, las drogas, los órganos. Las mujeres van de los países más pobres a los más ricos, y siguen esos circuitos. No se puede decir alegremente que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, porque la mayor parte de las mujeres que la ejercen no quieren ejercerla. No pongo en discusión que haya grupos reducidísimos de mujeres que ejercen la prostitución que lo consideren como un trabajo. Dirigí un trabajo de investigación entre 2010 y 2013, financiado por el Instituto de la Mujer en España. En ese marco hemos entrevistado a mujeres que ejercen la prostitución y ninguna de ellas quiere ejercerla. Lo hace porque sencillamente es una posibilidad segura de obtener recursos y mucho más en momentos en que el mercado laboral se ha reducido hasta extremos insólitos. A las mujeres les queda ese recurso para poder vivir, como a gente de poblaciones pobres vender un riñón. Que sea así no quiere decir que sea aceptable. No podemos renunciar a construir una imagen de cómo queremos que sea el mundo. Desde el punto de vista ético y social, no me parece que en esa imagen haya grupos de mujeres para uso sexual de todos aquellos varones que quieran hacerlo. Una ley envía un mensaje a la sociedad. Cuando se legaliza la prostitución se envía el mensaje a todas nuestras mujeres jóvenes –yo estoy pensando en mi hija, de 12 años– de que se trata de una actividad aceptable. Desde luego no quiero que mi hija ni que todas las jóvenes –porque son las jóvenes básicamente las que van a nutrir ese campo– reciban como mensaje que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, porque sencillamente no lo es.

–¿Qué secuelas deja la prostitución en las mujeres?

–El uso de alcohol y de drogas es altísimo en ellas. Cuando las entrevistás, te dicen que tienen que beber y tomar drogas porque se les hace insoportable el acostarse con un hombre y luego con otro y luego con otro. Además, es una actividad que desgasta muchísimo porque mientras se acuestan con los hombres tienen que tener unos niveles de control fortísimos para que no se sobrepasen, no utilicen violencia, para que estén el tiempo que tienen que estar, para que no las obliguen a hacer cosas que no quieren hacer. Es un desgaste psicológico extremadamente fuerte y es un proceso de desempoderamiento brutal. Muchas de ellas no utilizan esta palabra pero el significado es ése.

–¿Qué intereses hay detrás de los planteos de legalización y sindicalización de la prostitución?

–Lo voy a decir de esta manera: hay momentos en que cuando no se puede hacer desaparecer fenómenos sociales que son extraordinariamente duros para los que los tienen que vivir, se trata de optar por salidas que mejoren sus condiciones de vida. Pero ya tenemos datos claros y rotundos, como los informes que se han publicado después de tantos años de legalización en Holanda, que sostienen que con la legalización de la prostitución no han mejorado las condiciones de vida de las mujeres que la ejercen. Por lo tanto, no debemos olvidarnos de ese argumento. Si la tendencia es a desnormatizar las relaciones laborales de sectores cada vez más amplios de trabajadoras y trabajadores, a que no haya contratos –le llaman flexibilización–, me pregunto ¿cómo es posible que les vayan a hacer contratos a las mujeres que ejercen la prostitución, sobre todo, si como ocurre en Europa la mayoría no tienen papeles porque son inmigrantes? Su vida no mejora. Lo que mejora con la legalización es la vida de los traficantes, de los dueños de los burdeles y de los varones que saben que tienen cuerpos que son mercancías a su disposición.

–¿Qué cambió en España en la última década en relación con la violencia de género a partir de las leyes que se aprobaron para sancionarla e implementar otras medidas para su prevención?

–A partir de 2004 se empiezan a hacer políticas públicas de igualdad de género y, en ese marco, se aprueba una ley contra la violencia de género. Había más expectativas en torno de esa ley de las que finalmente logró satisfacer. Lo más importante, creo, es el mensaje que se envió a la sociedad de que la violencia contra las mujeres no es aceptable desde el punto de vista moral y social. El umbral de tolerancia se bajó. Eso ha sido muy bueno. Se convirtió, además, en un tema de debate social, político y público, un tema que se consideraba privado. El problema se hizo visible para mucha gente, para la cual hasta ese momento era invisible. La ley tiene una parte impositiva, que se centra en el castigo al agresor, y otra, propositiva, que señala que la violencia contra las mujeres no puede desaparecer si no se hacen políticas de prevención, que tienen que ver con educación sexual en las escuelas, con introducir en los estudios primarios, secundarios y universitarios el problema de la desigualdad entre hombres y mujeres. Hay violencia porque hay desigualdad. Esa parte es la que no se ha cumplido. Ahí también tenemos que decir que la derecha ha sido extremadamente beligerante contra las políticas de prevención. Nunca aceptó introducir la educación sexual en la currícula escolar. En los últimos tiempos, que han sido los peores en España desde que se reinstauró la democracia, como las políticas de ajuste han sido brutales, han desaparecido completamente las políticas sociales y los recursos para las mujeres –aunque no sólo para ellas–. Con lo cual la ley contra la violencia de género se está vaciando de contenidos.

–En Argentina se observa una exacerbación de la violencia hacia las mujeres, con casos que se repiten de mujeres quemadas vivas por sus parejas o ex parejas. ¿Se observa el mismo fenómeno en España? ¿A qué cree que puede responder?

–Podríamos hablar de un canon de violencia patriarcal, que es el de un varón que considera que su pareja es de su propiedad –como en el siglo XIX, cuando no teníamos muchos derechos civiles– y frente a la posibilidad de que ella pueda tener voz, autonomía, pueda irse, utilizan variadas formas de violencia, que en algunos casos desembocan en el asesinato. Ese es el canon de violencia patriarcal que estamos acostumbradas a ver y hemos logrado identificar analíticamente las feministas, y a partir de lo cual hemos generado mucha conciencia e introducido en la agenda política de muchos países. Después, hemos visto que ha habido un surgimiento de nuevas formas de violencia patriarcal. Estoy pensando en los femicidios de Ciudad Juárez, en cómo están aumentando en algunos lugares de Centroamérica los crímenes de mujeres los fines de semanas, adolescentes que se van por ahí a tomar una copa y varios varones las violan colectivamente, y en algunos casos las matan. En maras, en Centroamérica, para que algunas mujeres puedan acceder como miembros de pleno derecho se las obliga a pasar por vejaciones, desde tener relaciones sexuales con los jefes hasta aguantar golpes. Es decir, están surgiendo formas de violencia perpetradas por un varón que no es la pareja de la víctima. Se puede interpretar de esta manera: las mujeres hemos logrado a partir de los años ‘70 más libertad, más igualdad, más autonomía, más independencia económica y por primera vez en la historia –y esto es inédito– podemos decir no a los varones. Y no sólo que podemos decirlo, sino que lo decimos. Las tasas de divorcio son altísimas en muchas partes del mundo, sobre todo en sectores de clase media y media baja. Y no sólo en Europa. Las tasas de natalidad, además, han descendido. Son maneras de decir que no al concepto de familia patriarcal tradicional. Parece que los varones no pueden aceptar ese proceso: que las mujeres les digan que no. Por ejemplo: el 13 por ciento de las mujeres alemanas no quiere tener hijos y no los tienen. Es completamente inédito. Parece que en la medida en que las mujeres ganamos derechos y podemos decir que no a los varones individualmente, los varones colectivamente responden con un tipo de agresividad y de violencia que no estaba en la manera de relacionarse los hombres y las mujeres. No tiene sentido como hecho aislado tomar a una mujer, torturarla, violarla, meterla en cal viva, porque los actos de violencia tienen siempre una dimensión instrumental. Es decir, yo ejerzo violencia contra alguien porque eso me va a producir beneficios. Y, sin embargo, estos actos aparentemente no tienen esa dimensión instrumental. Solamente la tienen si la miramos dentro de un contexto más amplio. Las víctimas de los feminicidios de Ciudad Juárez son mujeres que han salido del dominio masculino, van por las calles, por las noches a los bares, tienen una vida autónoma. Ese es el telón de fondo de esos asesinatos. Una violencia de esas características hace que tu padre, tu hermano, tu novio, te vayan a buscar al trabajo, a la escuela, y que muchísimas menos mujeres salgan a la calle solas sobre todo en determinadas horas. Hace que ellas no tengan la confianza para salir solas.

–¿Por qué si las conquistas que han logrado las mujeres en las últimas décadas tienen que ver con las luchas feministas, el feminismo sigue teniendo tan mala prensa?

–Porque es una teoría crítica de la sociedad que trata de poner en cuestión un sistema de dominio y es el que establecen los hombres colectivamente sobre las mujeres. Todas las teorías críticas de la sociedad siempre generan mucha resistencia social y rechazo por quienes no se benefician: ocurrió con el marxismo, el anarquismo, el ecologismo en países como Brasil y Costa Rica. El caso del feminismo es más grave porque, como decía un filósofo francés del siglo XVII, los hombres son juez y parte al mismo tiempo. Los varones ven amenazados sus privilegios y el feminismo los interpela directamente en la cara y les dice que los privilegios se tienen que acabar, y ellos responden que no son tales, que responden a un orden natural de las cosas. Nadie quiere que le dejen de hacer la cama, de cuidar los hijos, de desarrollar su carrera profesional, ir a jugar a las cartas, a tomar, o compartir las listas electorales de los partidos y el poder, que está en el centro de todo esto. El patriarcado ha subsistido con órdenes económicos muy distintos, pero creo que es un momento histórico muy especial y que hay una alianza a muerte entre patriarcado y neoliberalismo porque las mujeres somos las trabajadoras idóneas para un nuevo mercado laboral sin contratos, para personas intercambiables. Y las mujeres hemos sido definidas como intercambiables siempre. No sé acá, pero en España se decía: “Lo que puede hacer una mujer lo puede hacer otra”, que es una manera de decir que no se requiere calificación profesional ni transformación cultural. En las maquilas puede trabajar cualquiera porque se repite siempre lo que hay que hacer. El feminismo es la teoría crítica que interpela más profundamente los cimientos de la sociedad porque no está pensando en lo público sino también en lo privado. No solamente queremos tener un trabajo bien pagado, entrar en la política y participar en todos los poderes fácticos, sino que además vamos iluminando las relaciones de poder que tienen lugar dentro de las familias.

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Imagen: Adrián Pérez
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