DIALOGOS › PEPE QUINTANA, PERIODISTA VETERANO DEL DIARIO “CRITICA”, TESTIMONIO DE UNA EPOCA

“Uno siempre está mirando y siempre hay un detalle que te mete en el oficio”

Pepe Quintana fue periodista del diario Crítica que manejaba la familia Botana, de la que él formaba parte. Desde allí vio la llegada del peronismo con los ojos del opositor, trabajó con Puiggrós, Arlt, Pedro Orgambide y Onetti. Durante la dictadura fue secuestrado y permaneció dos años desaparecido, hasta que fue liberado en 1978. Desde entonces vive en Suecia.

 Por Sergio Kisielewsky

–¿Por qué ha sido tan importante el trabajo de periodista en su vida?

–Porque uno siempre está mirando a su prójimo, mirando a su alrededor, siempre hay un detalle que se mete aunque no quieras, que te mete en el oficio. Algo fortuito, una conversación incluso, un gesto. Recordar que estás para dar testimonio de lo que ves.

–¿Cómo recuerda usted sus inicios en el periodismo en la Argentina de la primera mitad del siglo XX?

–Había muerto mi padre. Había rendido examen de ingreso a la Facultad de Medicina, había aprobado. Mi padre quería que fuera médico, pero ocurrió que esa promesa quedó trunca por su muerte. Y ahí recordé todo lo que había soñado y envidiado entonces que era entrar a la redacción de un diario. Había razones familiares que me ligaban al diario Crítica. Y ahí entré. Era el más joven en una redacción de lujo donde reinaban Héctor P. Agosti, Rodolfo Puiggrós y muchos exiliados españoles. Viejos anarquistas maravillosos. Y ahí comencé a hacer mis primeros palotes, salir a la calle con un fotógrafo. Me mandaban a distintos lugares para irme fogueando.

–¿Recuerda cuál fue la primera nota que le llamó la atención?

–La primera nota fue en el bajo. Había una serie de cafetines y cabarets. Tanto en 25 de Mayo como en Reconquista y Leandro N. Alem. Me mandaron a cubrir un desastre que habían hecho los escandinavos en dos locales. En la Buenos Aires de aquellos años se hacía el cambio de dotaciones de balleneros de las factorías de ballenas del Atlántico Sur. Eran jornaleros que trabajaban seis meses en esa soledad sin alcohol ni mujeres y llegaban acá y se desataban. Una de las cosas que más me llamó la atención fue el desamparo del dueño de uno de esos cafetines que estaba en la puerta esperándonos y lo primero que exclamó fue: “Llegaron los suecos”. Habían dejado tierra arrasada.

–¿Cómo vivió desde la redacción de Crítica la llegada del peronismo?

–De alguna manera fuimos víctimas todos los que estábamos rodeando a la familia dueña, a la cual yo pertenecía pues la mujer de Natalio Botana era tía mía. Fue mi primer exilio en Montevideo. Lo vivimos trágicamente cuando el 17 de octubre del ’45 nos atacaron unas bandas fascistas de la Legión Cívica, heredera directa de las que actuaron en la Semana Trágica en 1919 al mando de los niños bien Manuel Cabré y amigos matando obreros. En el 30 surgió la Legión Cívica y perduró hasta esos años en que se transformó después en la Alianza Libertadora Nacionalista. En la vereda de Crítica cayó muerto un aliancista que se llamaba Darwin Passaponte y hubo un tiroteo muy fuerte. Tiraban desde el Pasaje Barolo y la gente del taller se defendió. Después fue allanado. Fue brutal el allanamiento. Sobre las mesas de hierro donde se armaban las páginas les reventaron a muchos gráficos las manos a golpes de llaves inglesas enormes. Todavía el peronismo no existía. Era 1945 pero la policía brava servía a esos fines que después fue el peronismo. Ahí los conocí a Lombilla y Amorazano, una pareja terrible de torturadores que tenía la policía. En la calle Urquiza estaba la sección especial, que era tenebrosa. Ahí Polo Lugones ensayó sus primeras torturas con la picana eléctrica.

–¿Cómo recuerda esa jornada del 17 de octubre de 1945?

–En la mañana del 17 de octubre había muy poca gente y nadie hablaba de Perón. Lo que reclamaban era que se sancionara un proyecto de Perón sin nombrarlo, sobre el aguinaldo que se iba a pagar por primera vez.

Después del mediodía empezaron a venir obreros de Berisso, en esos años el más numeroso era el gremio de la carne, cuando empezaron a venir a la Plaza de Mayo movilizados por los hermanos Reyes, que eran dirigentes de la carne, por Gay que era dirigente de los telefónicos y sobre todo por un ex jefe de policía que había sido relevado que se llamaba Filomeno Velasco. Fue uno de los artífices del 17 de octubre después del mediodía.

–¿Cómo reflejó el periodismo esos momentos previos al peronismo?

–Crítica fue clausurada. Muchos nos tuvimos que ir al exilio que era un exilio muy cómodo y nos recibían muy bien en el Uruguay. Ahí Crítica sacó el diario Jornada, vinieron las elecciones de Perón en 1946, Perón ganó por el 10 por ciento de los votos. Hubo errores muy grandes en la campaña de la Unión Democrática, que era el lugar donde estaban la oligarquía y la izquierda. Pero que no había otra opción porque el dilema era la lucha contra el fascismo. No fue una elección caprichosa sino que se tuvo en cuenta lo que estaba viviendo el mundo. Argentina no podía estar de espaldas a lo que estaba ocurriendo en Europa, donde la Unión Soviética estaba soportando el asedio de los nazis.

–¿Cuándo regresa al periodismo en Buenos Aires?

–Vuelvo después de las elecciones que ganó Perón. Vuelvo en el mes de octubre, todavía el diario estaba clausurado, le levantan la clausura después y nos incorporamos de lleno al trabajo y a marcar las diferencias con cierta prensa que había aceptado el triunfo de Perón como si fuera su propio futuro.

–¿Cómo era ser periodista en aquellos años?

–Crítica pasó por un montón de problemas externos a raíz de conflictos familiares. Aunque volvió a ser el diario popular que fue antes de Perón empezó su decadencia. Empezaron a cerrarle créditos, los bancos ejecutaron las deudas, le empezaron a negar la cuota de papel, tuvo que salir a comprar papel en la bolsa negra que habían formado los mismos peronistas. Desde la Secretaría de Informaciones y Prensa empezaron a negarle el papel a Crítica y como le digo tuvo que salir a comprar cash, y eran divisas, eran dólares. En Crítica despiden a la familia. A mi tía, que era la directora, Salvadora Medida Onrrubia, le prohíben la entrada, también me prohíben la entrada a mí y a muchos más. El diario queda en manos del abogado defensor de la Asociación, que se pasó al bando de los bancos acreedores y presidió el vaciamiento del diario. Después vino la caída de Perón pero el diario dejó de aparecer en 1955. Después de la caída de Perón se forma una comisión administradora de los diarios y revistas que habían formado la cadena Alea, que era una cadena que había formado el peronismo.

–¿Cuándo comenzó a trabajar en La Razón?

–Cuando me sacaron de las listas negras. Las notas que hacía se habían popularizado bastante. Eran notas que había descubierto a través de lecturas sobre la forma en que la V Flota del Pacífico se proveía de verduras y frutas durante la Segunda Guerra Mundial. Y empecé a trabajar con esas notas en El Mundo Argentino. Luego entré a La Razón y durante un tiempo me compraron notas. Así trabajé hasta que me secuestraron en el ’76.

–¿Cómo era la redacción del diario El Mundo Argentino?

–Una redacción de lujo. Compartí la redacción con el poeta Horacio Rega Molina. Había nombres míticos como Nalé Roxlo, Pedrito Orgambide.

El Mundo era un diario independiente. Fue el primer tabloide que hubo acá, su visión del periodismo era moderna, era muy ágil, muy completo.

–¿A usted qué notas le gustaba hacer?

–En Crítica durante años heredé la página 2 con un título muy lindo que tomó Onetti para un maravilloso cuento que se llama “Para esta noche”, que lo escribió en 1948 cuando yo lo conocí, yo escribía esa columna que eran comentarios cortos sobre temas de actualidad, curiosos. Con Onetti nos encontrábamos siempre en un bar que tenía un nombre muy curioso y siempre se suscitaba la discusión después de dos o tres whiskies sobre si era el primero viniendo de los barcos o era el último huyendo de la ciudad. Fue famoso ese bar. Estaba en la calle Viamonte en el Bajo y por eso era la discusión.

–¿Cómo era Onetti?

–Era un tipo muy difícil. En esos años cuando era más joven era más abierto. Lo traté muchas veces en Montevideo, tuve el privilegio de tratarlo. Era difícil porque era un tipo muy encerrado en sí mismo. Hay una famosa anécdota de Onetti cuando se encuentra con Juan Rulfo en París y estuvieron tres horas sentados a la mesa de un café sin hablar. Los dos vivían para adentro y ahí está el famoso dicho de Juan Rulfo. A las tres horas se levantan para irse y Rulfo dice: “Otra vez será”.

–¿Qué otro personaje le llamaba la atención?

–Roberto Arlt. Yo era muy chico y ya iba a Crítica. El trabajó hasta 1924 en Crítica y se peleó con Botana porque no admitía su paternalismo. Siempre estuvo enamorado de mi tía Salvadora. Se peleó con Botana porque en los años ’30 el hombre comenzó a desacartonarse en su vestimenta de cuello duro, el sombrero. Vino una moda de sin sombrerismo. La gente comenzó a salir sin sombrero y Roberto Arlt comenzó a saludar esa costumbre como sana. Botana lo llamó y le dijo: “Me estás sacando los sombreros y los mejores avisadores de Crítica son los fabricantes de sombreros”. Arlt se ofendió y se fue. Había un café al lado de Crítica sobre la Avenida de Mayo que se llamaba “La Alameda” y era de un jugador de fútbol español. Yo tenía 16 años y andaba agitando, era activista de la FORA y me tenía subyugado Rafael Barrett, un español, militaba con los anarquistas. Y a mí, como era sobrino de su amada imposible que era mi tía Salvadora, Arlt me entró a querer. Yo iba al bar a escuchar cosas maravillosas que decía y que no entendía. Un día me llevó al estudio que tenía en Once porque él tenía muchas veleidades industriales. Le gustaban los inventos. Era un conventillo en la calle Bartolomé Mitre, detrás de la estación Once, era un barrio aislado del progreso de Buenos Aires y me llevó. Recuerdo un pasillo largo y ahí hacia sus experiencias con la rosa eterna, la rosa de cobre. Había una pileta metálica. Me impresionaron el lugar y la falta de elementos pero él hablaba como un científico.

–Personajes y época maravillosa para el periodismo...

–Tengo un agradecimiento muy grande por haber tenido la suerte de haber vivido, ya sea como notero o personal de planta de medios señeros, el desarrollo del periodismo y de los periodistas. Hay que tener en cuenta que no había escuelas de periodismo y era totalmente vocacional. Tuve la suerte de trabajar con Rodolfo Puiggrós, en el mismo escritorio, me ayudaba mucho. Me iba enseñando en la práctica. Ser periodista se aprendía sobre la marcha o no. Se quedaba en el camino o se iba para adelante.

–¿Poetas y escritores formaban parte de las redacciones?

–Uno que me marcó fue León Felipe, paraba siempre en un hotel de la Avenida de Mayo cerca de Crítica, el Hotel Napoleón. Ahí lo entrevisté muchas veces. Era un hombre generoso, no sólo me brindaba lo que sabía sino que me convidaba con buen coñac.

–¿Cómo eran las relaciones entre los escritores y los periodistas?

–Eran buenas. Había bandos, como Martín Fierro y Boedo. En Crítica había de ambos bandos, como Elías Castelnuovo, del grupo de Boedo. El periodismo era el canal donde los escritores y poetas se hacían conocer. Estaba Ulises Petit de Murat que dirigía junto con Borges la revista Multicolor, de Crítica, que se editó en 1933, 1934. Petit de Murat fue el primero que habló de Ernesto Guevara. Era muy amigo de la familia de Celia, la madre de Guevara,y de Carmen Córdova, esposa de Córdova Iturburu, que era un tipo extraordinario. Muchos años después le conté a una nieta, Carmen Baliero, una gran concertista de piano, anécdotas de su abuela que era hermana de la madre del Che. Petit de Murat estaba trabajando en una empresa cinematográfica en México cuando lo meten preso a Ernesto junto a Fidel. Lo va a visitar a la cárcel donde estaba. Después Jorge Massetti habló ya en Sierra de Maestra de Ernesto. En la casa de Carmen Córdova de la Serna se hacían unas fiestas extraordinarias. Era una casa muy bella en Belgrano R. Carmen tocaba el piano maravillosamente. Y la negrita fue uno de los primeros amores de Ernesto Guevara.

–Usted lo conoció a Guevara.

–Sí, claro, lo conocí como Ernesto. Descubrir un personaje mítico después es muy fácil.

–Usted se daba cuenta...

–No me daba cuenta. Le entregué una carta en 1953 cuando él se iba para Centroamérica, para Guatemala, le entregué una carta de Juan José Arévalo que había sido presidente de Guatemala para Jacobo Arbenz y después lo encontré a Guevara ya convertido en el Che, y es uno de los grandes enigmas míos, no puedo acercarme a una solución más o menos lógica.

–¿Por qué enigma?

–La transformación física de Ernesto ya cuando viene a Punta del Este convertido en el Che en 1961. A mí me impresionó muchísimo. Fui a verlo con la familia. Me acuerdo cuando lo veo venir en los pasillos del Hotel San Rafael y el recuerdo que yo tenía de un muchacho flaquito, muy irónico, siempre lo fue y lo veo convertido en Che con un cigarro y una voz y lo escuché. Fue grandioso. Cinco horas habló, no volaba una mosca. La transformación de aquel chico en ocho años. Es uno de los enigmas que tengo y ni siquiera me acerco. Usando el máximo la imaginación, ¿a qué se debe esa transformación que hace el poder en el ser humano?

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