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Cassandra Wilson y el arte de crear un mundo con cada canción

Acaba de republicarse, en una edición bellísima, el primer álbum de la cantante de jazz más importante de su generación.

 Por Diego Fischerman

Debe haber pocos terrenos en que la distancia entre corrección y talento sea mayor que en el de los cantantes de jazz. Son escasos los ejemplos en que arte y entretenimiento se encuentran más lejos. Pocas cosas pueden ser más diferentes que un prolijo intérprete de bellas canciones –a tono con un hotel o confitería de lujo y apto para ser utilizado como fondo para las más variadas actividades cotidianas– y un creador. Si se piensa, por un lado, en la promocionada Diana Krall y, por otro, en la galería de mujeres que transformaron para siempre el mundo del jazz (empezando, claro, por Billie Holiday) es posible tener una idea acerca de cuán lejano está, en este caso, lo bueno de lo imprescindible. Por suerte, el panorama actual no se limita a las rubias prolijamente anónimas y el arte de las cantantes no se agota en la tradición. La reciente reedición del primer álbum de Cassandra Wilson y de dos antiguos CDs del saxofonista Steve Coleman en los que ella actúa como integrante de su banda de entonces, alcanzan para demostrarlo.
En Point of View, grabado en diciembre de 1985, publicado en ese momento por el sello JMT (un pequeño subsello de lo que en esa época era Polygram y después pasó a ser Universal) y ahora por el casi artesanal Winter&Winter, aparece ya la hipótesis, en todo caso, que convertiría a esta música nacida en 1955 en Jackson, Mississippi, en una de las figuras más importantes de las últimas décadas. Tal vez en el derrotero de su padre, el guitarrista y bajista Herman B. Fowlkes, que se fue al Sur Profundo de Estados Unidos cuando miles de negros se iban hacia el norte, puede anticiparse parte de lo que hace única a Cassandra Wilson. Cuando ella surge, el jazz se estancaba, aparecían los supuestos jóvenes leones dispuestos a dar vueltas interminables alrededor de los blasones conquistados en los 50 y los 60 (el hard bop de Art Blakey y Horace Silver, el jazz modal patentado por Miles Davis en Kind of Blue) y las nuevas y fugaces cantantes no hacían otra cosa que seguir entonando las mismas maravillosas canciones de siempre (¿cuántas veces más podía escucharse “Bewitched”, sobre todo teniendo en cuenta que allí seguían estando los discos de Ella Fitzgerald?) y, para peor, siempre de la misma manera.
Wilson, en lugar de seguir la línea dominante (que además era festejada unánimemente por la prensa norteamericana que veía allí el renacimiento de la popularidad del jazz) fue, a la vez, hacia atrás y hacia delante. En un sentido, su pasado como compositora de canciones propias y como cantante de una banda de blues llamada Bluejohn se sumó a su propia geografía y a una reivindicación consciente de las tradiciones del sur (en un reportaje publicado por The New York Times dos años después ella se ocupaba de hablar de su abuela, de su padre y de la vida en ese antiguo terreno de plantaciones, esclavos y linchamientos) más una elección de repertorio en la que cabían tanto el jazz como Robert Johnson o Joni Mitchell. Por el otro, la cantante se juntó con la facción del jazz que no negaba lo sucedido al costado del hard bop. Los nuevos amigos, una vez que Cassandra Wilson se mudó a Nueva York, fueron el trío New Air, integrado por el baterista Pheroah AkLaff –que había reemplazado al fallecido Steve McCall–, el multiinstrumentista de viento Henry Threadgill y el contrabajista Fred Hopkins –cultivaba una forma sumamente original del free, que no le temía, por ejemplo, a dedicar todo un disco a antiquísimos temas de Jelly Roll Morton y ragtimes de Scott Joplin–, y el grupo M’Base, liderado más o menos orgánicamente por el saxofonista Steve Coleman, y donde se mezclaba sin tapujos el jazz, el rhythm & blues, el rap, el hip hop y el rock. Los discos en JMT son fruto de estos contactos. Cassandra Wilson participa en dos CDs de Coleman, en On The Edge of Tomorrow como parte de su grupo, Five Elements y en Motherland Pulse, de 1986, como invitada en un el tema “No Good Time Fairies”. En Point of Viewtambién está Coleman y, junto a él, Grachan Monchur III en trombón, JeanPaul Bourelly en guitarra, Lonnie Plaxico en contrabajo y bajo eléctrico y Mark Johnson (no confundir con el contrabajista Marc) en batería. Su voz espesa, untuosa, ya tiene aquí todas las características de lo único e irrepetible. También está, por supuesto, esa manera de lograr que sus versiones funcionen, más que como repetición de canciones consabidas, como nuevas revelaciones.

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Cassandra Wilson crea donde otros cantantes repiten.
En su estilo se juntan modernidad y rescate de la tradición.
 
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