ECONOMíA › FRANCISCO MACRI, EMPRESARIO Y “NAUFRAGO EMPOBRECIDO”

“Siempre estuve de acuerdo con que no había que pagar”

El ex dueño del Correo y todavía accionista de privatizadas jura que apoya la dureza del Gobierno ante extranjeros y nacionales. Dice que es pobre –pasó de una flota aérea a un solo avión, pero que está “más vivo que nunca”. Un diálogo sobre industria, inversiones y los Graco de Roma.

 Por Cledis Candelaresi

“Muchos me daban por muerto, pero estoy más vivo que nunca.” Con esa sentencia desafiante Francisco Macri clausuró un extenso diálogo con Página/12 en el que advierte la intención de “reconstruir” su grupo, incluyendo la reincidencia en la industria automotriz. No importa que el 15 de abril cumpla 75. O que tenga millonarios pleitos pendientes con el Estado. El entusiasmo le alcanza para avalar la firmeza del Gobierno frente a los acreedores, a quienes, sugiere, no habría que haber pagado. Y hasta para apoyar la dureza ante las privatizadas, como si el ex concesionario del Correo y rutas nacionales no formara aún parte de este grupo, como accionista de Autopistas del Sol y Yacylec, entre otras.
–¿Tras el canje de deuda, cree que el Gobierno resulta más confiable que cuando asumió?
–Yo creo que es un éxito más. Siempre pensé que el país debía negociar muy duramente y no sólo porque había que ser realista. También porque las tasas de financiamiento que había admitido eran excesivamente altas, irrazonables. Tampoco hubo control sobre el destino que se les daban a los fondos. Ningún organismo internacional controló esos excesos.
–¿Entonces es correcto haber propuesto una quita?
–Entonces hubo que hacer una negociación inteligente con los acreedores, que en su momento, habían hecho buenos negocios. Siempre estuve de acuerdo con que no había que pagar la deuda, al menos que se hiciera una negociación que nos asegure el futuro con financiamiento e inversión.
–¿Quiere decir que avala los aplausos a la declaración del default?
–Había que festejar, pero no públicamente. Ni aplaudir. Porque del otro lado hay perjudicados que pueden ser inocentes. Los que administran las finanzas mundiales nunca pierden.
–¿Qué hay de su negociación con Fiat?
–Estoy en conversaciones con la empresa para comprar la planta de Córdoba. Por eso viajé en febrero a Torino y vuelvo a Italia los próximos días.
–¿Qué lo impulsó a encarar nuevos proyectos, como la fabricación de un coche económico con partes o tecnología china, después de haber dicho que se retiraba de los negocios?
–Creo que hubo un malentendido. Tal vez dije algo que se malinterpretó en un momento de debilidad y angustia, porque la crisis que enfrentaba el grupo era durísima y yo veía desmoronarse empresas espectaculares que había construido durante cincuenta años... Con la pesificación fue imposible: tuve que vender varias para pagar mi deuda en dólares.
–¿Cree que hubiera sido necesario un seguro de cambio?
–Yo no soy un especialista en finanzas sino más bien un albañil. Pero dije en su momento, que a mí me parecía que a la Argentina le sucedía lo que a Europa con la guerra y que el Estado debía tener un Plan Marshall: que debía hacerse cargo de la deuda de las empresas, y el empresario sólo la recuperaría plenamente cuando se pagara la obligación.
–Una especie de estatización masiva.
–Claro. Generalizada.
–A propósito, da la impresión de que con la reestatización del Correo su grupo sólo se sacó de encima lo que consideraba un mal negocio.
–Cuando ganamos el Correo apostamos a transformarlo en una empresa internacional. Tomamos un monopatín y lo convertimos en un Fórmula Uno. Perdimos los dos primeros años, pero cedimos la empresa con ganancias. Invertimos 750 millones de dólares, en lugar de 250.
–Perdón, pero ahí está incluyendo los 120 millones que pagó por indemnizaciones al personal cesanteado. Eso es una trampa...
–Por supuesto que los incluyo.
–... Una trampa consentida por los funcionarios de turno. Pero trampa.
–No es una trampa. El Correo era una especie de basural con gente que no hacía nada. Había 80 sindicatos y cuatro organizaciones. Nosotros teníamos el derecho a despedir, pero ofrecimos retiros voluntarios con el doble de la indemnización que correspondía. Era una empresa inmanejable si no se corregían estos defectos.
–Pero ustedes conocían todas las condiciones al hacer la oferta. Sin embargo, después demandaron al Estado por esas cuestiones.
–Hicimos una oferta clarísima en la que se preveía reducir los planteles y tecnificar los procesos. Pero el Estado no cumplió. Dejó el mercado lleno de empresas truchas y con personal agremiado a sindicatos diferentes.
–Ustedes tampoco cumplieron. Por ejemplo, no pagaron el canon.
–Es el problema del huevo y la gallina. Esperamos dos años durante los que pagamos el canon. Después de haber hecho todas las cosas bien no vimos otra solución que presentarnos a convocatoria. Y nuestros acreedores entraron. Desde el punto de vista legal, cumplimos. Desde el moral hicimos mucho más de lo que otros podrían haber hecho. No quiero entrar en comparaciones, pero otros ni pagaron el canon ni invirtieron.
–¿Se refiere a Aeropuertos Argentina 2000?
–... ¿Sabe cuál fue mi problema? No he cuidado la imagen y las relaciones públicas. Tuve la ingenuidad de creer que como estaba haciendo las cosas bien no tendría problemas. Pero había enemigos del Correo que atacaron.
–¿Qué enemigos?
–Los competidores. Empezamos la concesión con 200 competidores truchos y la terminamos con 1200. Comunicaciones nunca lo controló.
–¿Le parece que el gobierno de Kirchner tiene vocación estatizadora?
–Está renegociando bien, más que buscando estatizar. Era necesario poner en orden a las privatizadas, que forman parte de un sector muy desordenado, con una falta de cumplimiento total. Creo que la fórmula ideal es la de las empresas mixtas, con participación del personal.
–Hay quienes dicen que las empresas estatales son indefectiblemente focos de corrupción e ineficiencia y por eso el Estado no puede gestionar.
–Ese es otro tema. Pero seguramente es más fácil controlar la corrupción en una empresa mixta. Claro que el de la corrupción es un problema gravísimo en la Argentina. Yo siempre lo sentí como una competencia desleal. Usted lo creerá o no, pero siempre el que cometía corrupción era el otro y el perjudicado era yo. En la Argentina hay una superposición tal de normas y leyes que termina facilitando la corrupción, porque le da al funcionario la posibilidad de decir “blanco” o “negro”. La renegociación de los contratos es un ejemplo.
–¿Usted dice que las renegociaciones con las privatizadas facilitan la corrupción?
–Digo que si alguien con poder de decisión tiene la facultad de decidir de un modo u otro con cobertura legal, se le despiertan las ganas de corromperse. Y no se puede estar tentando todo el tiempo.
–¿En tanto tiempo de relaciones con el Estado tuvo muchas ocasiones de ser corrompido o corruptor?
–Nunca. Eso no quiere decir que no me hayan imputado alguna cosa.
–¿La pesificación y el congelamiento de tarifas fueron decisiones correctas?
–No sé desde el punto de vista técnico. Pero la realidad es que después de la crisis, las fórmulas usadas para privatizar son inútiles y ahora es inevitable una renegociación. El Gobierno, inteligentemente, está estudiando caso por caso. Yo hubiera hecho lo mismo: mirar qué había en cada contrato. Está bien que se haya puesto en una posición dura para negociar bien. Por suerte, las empresas son lo suficientemente grandes como para aguantar pérdidas momentáneas.
–¿Es posible tener una buena relación con el Gobierno cuando al mismo tiempo se tienen pleitos millonarios contra el Estado? Como ex concesionario de rutas nacionales, ex licenciatario del Correo...
–Nunca tuve temas conflictos con los gobiernos de turno. Sólo dos cosas me sucedieron. Una tuvo que ver con la destrucción de la industria automotriz cuando yo era el mayor fabricante.
–¿Quién quiso destruirla y por qué?
–Cavallo y Menem le dieron facultad a todos los revendedores de autos para importarlos en forma directa, y a partir de ese momento, empezaron a entrar autos subfacturados. Amén de que se negoció mal con Brasil. Fue cuando me inventaron una evasión impositiva de 75 mil dólares en una causa que se cerró ocho años después en la Corte y con todas las firmas.
–¿La importación no habrá sido propiciada porque las automotrices locales fabricaban autos caros y obsoletos tecnológicamente?
–Fabricábamos autos aprobados por las matrices y competitivos con Brasil.
–¿Y qué lo decidió a volver a esta industria?
–Porque no me resigné a que el país no tenga industria automotriz. Hay que renegociar el acuerdo de Ouro Preto, para corregir el desbalance que existe en el Mercosur a favor de Brasil. Hace dos meses hablé con (Roberto) Lavagna y me dijo que era muy difícil cambiar reglas porque había acuerdos firmados. Pero poco después empezó a renegociar algunas cosas. Yo veo a este gobierno mucho más sensible a las cuestiones internas.
–¿Volvería al gremialismo empresario?
–Yo decliné participar en AEA. Es algo que ya hice y de lo que salí muy frustrado. Con la crisis, tuve que quitarle tiempo a lo demás. Cuando yo facturaba 5000 millones de dólares Pérez Companc facturaba 1000: era cinco veces más grande que el más grande. Ahora soy un náufrago que busca una isla para reconstruir su grupo. Pero lo voy a hacer. Tengo con qué.
–Muchos quisieran naufragar en sus condiciones. Tiene un grupo de empresas muy diversificado, con negocios acá y en Brasil...
–Pero mucha de esas empresas son también grandes agujeros. Cuando era rico tenía una pequeña flota. Ahora sólo tengo un hangar y un avión.
–¿Ahora es pobre?
–Una vez le preguntaron a una mujer de la familia romana de los Graco si era rica porque tenía joyas, y ella respondió: “Mis joyas son mis hijos”. No hay que razonar de una manera venal.

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