ECONOMíA › USO DE CAPACIDAD INSTALADA

Producción, mito y realidad

 Por Maximiliano Montenegro

Uno de los argumentos más escuchados de boca de los consultores del establishment en las últimas semanas es que la vuelta de la inflación se explica por la ausencia de inversiones en sectores en que aumentó notablemente la demanda. Al margen de la perorata de que las inversiones no llegarían por la falta de seguridad jurídica –y mencionan la indefinición con el FMI, el desaire a los que quedaron fuera del canje, el boicot a Shell, etc.–, la idea es tan simple como conocida: ante el crecimiento de la demanda, las empresas ven superada su capacidad instalada de producción y entonces no tienen otra alternativa que remarcar los precios. Esta, agregan, es la mejor demostración de que la expansión económica encontró su techo. Sin embargo, las cifras de la industria no avalan esa especulación. Los sectores que más aumentaron los precios invirtieron y hoy funcionan con un nivel de utilización de su capacidad fabril menor que hace un año (alimentos y bebidas, insumos químicos, textiles) o bien todavía están lejos de llegar al límite de su potencial de producción (industria automotriz).
Tampoco son los costos laborales, ni la emisión monetaria, como arguyen los mismos economistas ortodoxos, los que explican el repunte de los precios. Aunque algunos miren para otro lado, las causas de la suba en el costo de la canasta básica de alimentos son las de siempre en una economía devaluada: aumento de exportaciones, precios internacionales en alza y mercados oligopólicos.
Lejos de un cuello de botella, la industria de alimentos y bebidas, que incrementó notablemente su producción en el último año, disminuyó la utilización de su capacidad instalada entre el cuarto trimestre de 2003 e igual período de 2004 (ver cuadro). Semejante fenómeno (salto en la producción con baja de la capacidad utilizada) sólo puede explicarse por nuevas inversiones que agrandaron la dimensión de las fábricas, o de las líneas de producción, por encima del aumento de la demanda. Un fenómeno similar ocurre en otras industrias, como la textil, la de edición e impresión y el sector de papel y cartón. Igual razonamiento vale para las industrias plástica y química, que lideran los rankings de crecimiento, manteniendo los niveles de capacidad ociosa.
Sólo en el caso de la industria del tabaco se verifica una fuerte caída de la utilización de la capacidad instalada como consecuencia de un derrumbe de la producción: en el primer trimestre cayó 17 por ciento.
Alimentos, los productos de papel y cartón, o los insumos plásticos y químicos, comparten subas de precios a la par del dólar o incluso por encima. Dicho sea de paso, como lo demuestra un informe oficial publicado por Página/12, todos esos sectores productores de insumos de uso difundido están dominados por un puñado de empresas que ejercen su poder monopólico u oligopólico en los mercados.
Primera conclusión: no es un exceso de demanda a la que no pueden hacer frente con la capacidad instalada en las fábricas lo que explica la suba de precios.
Otros sectores aumentaron la utilización de sus instalaciones, pero en general parecen tener margen para seguir produciendo sin problemas. Un caso paradigmático es el de las terminales automotrices. Trabajan hoy apenas al 32 por ciento de su capacidad instalada, y sin embargo no sólo se verifican aumentos de precios, sino también demoras de 60 a 90 días en la entrega de autos. La conclusión a la que llegan los funcionarios que monitorean la industria es que las empresas no planificaron correctamente su producción ni acertaron en sus pronósticos sobre la evolución de la demanda. Pero también es evidente que las multinacionales del sector están recomponiendo rentabilidad a medida que el consumo renace.
Volviendo a los alimentos, la vinculación entre dólar, evolución de las exportaciones y de los precios internos es casi lineal. Las grandes exportadores de aceites aumentaron los precios locales por arriba de la suba del dólar (190 por ciento) desde diciembre de 2001. En el caso de la carne, como se explicó en Cash del domingo pasado, en los últimos meses el precio internacional aumentó, en promedio, más del 20 por ciento, lo que motorizó remarcaciones en mercado doméstico de hasta el 14 por ciento.
Teniendo en cuenta esos datos, desde el Gobierno amenazaron con elevar las retenciones a las exportaciones de carne (actualmente en el 5 por ciento) si los precios no se desinflaban durante abril. Lo sorprendente es que no se hayan elevado antes.
En lácteos, en tanto, en el primer bimestre del año las exportaciones (leche en polvo y quesos) crecieron 98 por ciento, lo que se tradujo en subas de hasta el 17 por ciento en las góndolas.
Lácteos y carnes se encarecieron, desde la devaluación, el doble que el índice general de precios al consumidor (ver cuadro). Lo mismo sucedió con la yerba, aunque en este mercado las exportaciones juegan todavía un rol secundario. El salto en los precios de los aceites fue cuatro veces mayor a la inflación minorista. De nuevo, sorprende que el Gobierno se haya acordado recién ahora de que el problema histórico de la Argentina es que exporta lo que comen sus ciudadanos.

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