EL MUNDO › APUNTES DE LA IMPRESIONANTE VICTORIA DE LULA

Su Excelencia, Don Calamar

En un país de 175 millones de habitantes, 52 millones votaron por un líder de izquierda que promete terminar con el hambre de 33 millones y reindustrializar Brasil. Mientras llega el tiempo de poner en práctica los planes, Página/12 propone otro acercamiento al PT. Uno más casero, con anotaciones que quedaron en el cuaderno de viajes de su enviado a Brasil.

 Por Martín Granovsky

Apodo. “Lula”, en portugués, es calamar. En Pernambuco, donde nació Lula, hay muchos Lula de sobrenombre. Pero los amigos de Lula cuentan que le pusieron Lula porque abrazaba tanto que parecía tener muchos brazos, como un calamar gigante. Con el tiempo el sobrenombre se hizo nombre. De hecho. Y a Lula se le ocurrió incorporarlo formalmente. En el registro civil aceptaron que pasara a llamarse Luiz Inácio Lula da Silva y hoy, entonces, el locutor oficial puede presentarlo como “su excelencia el presidente electo Lula”. Para entender mejor, es como si el locutor oficial argentino presentase a alguien como “su excelencia el presidente electo Calamar”, o “Luiz Inácio Calamar da Silva”. Imaginen: “Aquí está el presidente Chupete”. O: “Les hablará su excelencia El Turco”. Salvando distancias, claro.

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Ser PT. Durante la campaña el PT hizo publicidad para todos los sectores. Y buscó esforzadamente el voto de la clase media de las grandes ciudades. Una publicidad muestra a una pareja joven, de unos 30 años, saliendo de una fiesta. Ni aristócratas ni descamisados. Se los ve chispeantes mientras vuelven en auto a casa, pero la cara se les empieza a poner seria cuando ven a una mujer que acurruca a un chiquito en plena calle, de noche. Terminan preocupados. La imagen muestra a la mujer por última vez, mirando a cámara con cara de hambre. El locutor dice: “Si te preocupa esto, vos sos un poco PT”. Ser, y no solo votar: una campaña para fortalecer la identificación y convertir al Partido de los Trabajadores en parte del paisaje brasileño, algo tan natural como el morro del Pan de Azúcar o los chicos haciendo jueguito en la playa.

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Golazo. Hay un solo objetivo del programa de Lula que tiene fecha de cumplimiento: terminar con el hambre. El PT se propone que los 33 millones de brasileños que hoy comen de menos desayunen, almuercen y cenen al final de los próximos cuatro años. El método principal será un sistema de vales que los beneficiarios podrían canjear por comida en los negocios. El programa fue redactado por José Graziano, un economista que ahora integra el equipo de coordinación de Lula y el presidente Fernando Henrique Cardoso. Y acaba de aparecer un propagandista voluntario: Ronaldo. “Me puse muy contento cuando Lula anunció que una de sus primeras medidas sería crear una Secretaría de Emergencia Social”, dijo. “Yo recorrí el mundo y sé la dimensión del hambre en Brasil, y por eso me pongo a disposición de Lula para ayudarlo a que la vida de muchos brasileños sea más digna.”

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Mesianismo, no gracias. El liderazgo de Lula es extraño en América latina. Antonio Cándido, el gran intelectual y fundador del PT reporteado en estas páginas, dijo una vez que lo maravilloso de Lula es que no funciona ni como un dirigente caudillesco ni como un dogmático de izquierda. En América latina los grandes líderes suelen ser ultrapersonalistas y mesiánicos. Y los dirigentes de izquierda pueden arruinar un proyecto político si la realidad no coincide con el manual. Lula es muy carismático, transmite emoción, es simpático, comunica política conclaridad. Pero no es un psicópata manipulador. Sin ser un angelito, categoría que choca con la política, apuesta siempre a la discusión. En todo caso, hace política: convence antes a quien tendrá que votar en las decisiones colectivas. Pero nunca asume la condición de hombre providencial, cosa que obviamente destacan sus amigos pero también reconocen los adversarios.

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Empresarios. La situación argentina es tan mala que Brasil está convirtiéndose fácilmente en un mito: el de un país donde los industriales, todos los industriales, siempre se preocuparon por el mercado interno y no sucumbieron al neoliberalismo. Falso. Como aquí, los industriales adoptaron ideológicamente el discurso que, aplicado en la práctica, los destruiría: privatizaciones sin límite, apertura de mercados, desregulación, miedo al “peligro” sindical. En 1989 el presidente de la Federación de Industriales de San Pablo dijo que si ganaba Lula 800 mil empresarios dejarían Brasil. El vicepresidente electo José Alencar acaba de relatar a Carta Capital, el semanario menos lopezmurphista de Brasil, que ese mismo año estuvo a punto de votar por Lula, pero que en el cuarto oscuro sintió miedo. Quien ganó fue nada menos que Fernando Collor de Mello, el mismo que poco después debió renunciar para escaparle al juicio político por corrupción. Lula se presentaba entonces por primera vez a la presidencia. Logró llegar a la segunda vuelta y perdió. Volvió a perder dos veces más, contra Fernando Henrique Cardoso, hasta ganar el 27 de octubre último en su cuarto intento. Los industriales de San Pablo, hoy, no son lulistas. La mayoría votó a José Serra por afinidad ideológica. Pero los expertos del PT calculan que un 20 por ciento sí está decididamente con ellos, y atribuyen un papel clave al propio Alencar y a Eugenio Staub, el presidente de la electrónica Gradiente.

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Historia. Lula es un nordestino de Caetés, una aldea pegada a Guarunhons, en el Estado de Pernambuco. Siempre relata el viaje de 13 días de los ocho hermanos y su madre, hacia San Pablo. El padre ya se había ido y lo encontraron cuando ya estaba casado con otra mujer. El lugar de donde viene Lula es tan miserable como El Impenetrable, en el monte chaqueño. Llegar a los 20 sano y nutrido es un éxito. Para Lula, conseguir un empleo de tornero en San Pablo, vivir en un departamento y comprarse un autito fueron capítulos de un milagro. Pero terminó siendo un gran dirigente sindical y líder político, y será presidente. En términos argentinos le hubiera bastado, individualmente, con pasar de El Impenetrable a un barrio obrero de General Pacheco y trabajar en la Ford. Pero su historia rematará en el Planalto de Brasilia. El mito argentino sobre un Brasil paradisíaco diría que Lula es un extraordinario ejemplo de movilidad social. En verdad es lo contrario: se trata de una excepción individual notable que ahora sí intentará hacer que el resto de su categoría, como suele decir Lula, avance por lo menos hasta el mismo nivel de ciudadanía que él alcanzó en San Pablo.

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Líneas. El PT tiene líneas internas. Pero los afiliados votan, y la identidad política común sirve para superar las peleas y las tradiciones distintas. Un ejemplo es Antonio Pallocci Filho. De 42 años, es un exitoso intendente de Riberao Preto. Médico, y no economista, en la campaña fue el jefe de programa, asesoró personalmente a Lula y se convirtió en el interlocutor habitual de los empresarios. Pallocci fue elegido por Lula para coordinar la transición hasta el 1 de enero, cuando asumirá la presidencia. Viene de Libelú, Liberdade e luta, libertad y lucha, una agrupación trotskista.

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Allende. El presidente venezolano Hugo Chávez envió a Lula de regalo la réplica del sable de Simón Bolívar. A Lula le gustó el regalo pero no lo emocionó tanto como otro. Los presidentes chilenos tienen el derecho de acuñar unas grandes monedas conmemorativas que de un lado tienen su cara y del otro el escudo nacional. Carlos Ominami, Jaime Gazmuri y Ricardo Núñez, la delegación socialista chilena a las elecciones brasileñas, llevaron a Lula la moneda que acuñó en 1970 Salvador Allende.

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Afiliación. El PT tiene 180 mil afiliados. Todos deben financiar el partido siguiendo una escala. Si ganan de cero a tres salarios mínimos, ponen por mes cinco reales (más o menos lo mismo en pesos). De tres a seis salarios, 0,5 por ciento del salario líquido mensual. Más de seis salarios mínimos, el 1 por ciento del ingreso. Los petistas explican que pedir una contribución también a los más pobres es parte de su idea de la ciudadanía. Y recomiendan leer el primer párrafo del programa de gobierno del PT. Dice: “Solo un nuevo contrato social que favorezca el nacimiento de una cultura política de defensa de las libertades civiles, de los derechos humanos y de la construcción de un país más justo económica y socialmente permitirá profundizar la democratización de la sociedad, combatiendo el autoritarismo, la desigualdad y el clientelismo. En busca de un nuevo contrato, la movilización cívica y los grandes acuerdos nacionales deben incluir y beneficiar a los sectores históricamente marginalizados y sin voz de la sociedad brasileña. Solo así será posible garantizar, de hecho, la extensión de la ciudadanía a todos los brasileños. Es indispensable, por eso, promover un gigantesco esfuerzo de desprivatización del Estado, colocándolo al servicio del conjunto de ciudadanos, en especial de los socialmente marginalizados”.

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