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¿Elecciones? ¿Qué elecciones?
Por Mempo Giardinelli
En su memorable libro sobre la vida de Sor Juana, Octavio Paz hace una pintura magistral de las permanentes dudas de la monja poeta, y quizás ése sea el mérito mayor que contribuyó a que el mexicano recibiera el Premio Nobel. Hoy es razonable pensar que ese libro ejerció influencia decisiva sobre el devenir político de México, que tanto cambió en los últimos años. Entre nosotros, sin embargo, el prestigio de la duda es de mucho menor cuantía. Lo actualizó Aldo Rico cuando se pintarrajeaba para someter a Alfonsín y a la Democracia, y desde entonces ha sido un asunto de chantaje favorito, tanto por parte de los bienintencionados que sin embargo menosprecian el trabajo intelectual como de aquellos que la sociedad juzga como imposibles de cambiar: sus dirigentes políticos, sindicales y empresariales, por lo menos.
Ahora mismo, en estos tiempos supuestamente pre-electorales que vive la Argentina, es visible cómo muchas personas bienintencionadas están dudando casi frenéticamente acerca de lo que harán a la hora de votar –si es que se vota– en marzo próximo. Y es perfectamente comprensible que esta duda angustie a la ciudadanía más sana, que, desde luego, quiere votar porque ésa es la herramienta para el cambio en una democracia.
Pero, desdichadamente, la peculiaridad del desastre argentino hace que las cosas sean mucho más complejas. El Sistema y el Contubernio hacen agua por todos los costados, y nosotros, los ciudadanos, no tenemos por qué definir lo que ellos mismos no saben definir y seguramente definirán -cuando lo hagan, si lo hacen– de la peor manera. ¿O alguien tiene dudas -ya que de dudas hablamos– de que si llega a haber elecciones van a estar hechas a medida para que “ganen” Menem o Rodríguez Saá, Reutemann o Kirchner, De la Sota o el mismo Duhalde, y todo siga igual y nuestro destino como Nación continúe en las mismas manos de la última década?
Cuando en todos los ámbitos vemos que las personas, digamos, normales y que se manejan con un mínimo de sentido común se sienten abrumadas ante el cuestionamiento: ¿voto en blanco o abstención?, es evidente que están frente a una duda legítima pero de falsa urgencia.
El sentido común más elemental sugiere una respuesta mucho más sencilla y sobre todo más sincera: los ciudadanos que no participamos de la farsa electoral –y sobre todo los que la venimos denunciando desde hace muchos meses– no tenemos por qué decidir esta cuestión. Y mucho menos tenemos que hacerlo ahora.
En el Manifiesto Argentino esto se nos plantea a diario: personas con las mejores intenciones e irreprochable voluntad se lo preguntan, como también lo preguntan –incisivamente– algunos otros que quizá no sean tan inocentes. Y todos apremian: “¿Cómo vamos a votar? Yo no quiero abstenerme, no me gusta votar en blanco, quiero un voto positivo...”. Y tienen toda la razón, pero lo que hay que decirles también es que es parte de la misma trampa electoral ponernos a discutir ahora este asunto. Exigirnos definiciones tajantes en este momento es parte de la misma trampa. Porque es inútil seguir discutiendo si voto en blanco o abstención ante unas elecciones que sabemos tramposas y que ni siquiera es seguro que se hagan.
Las verdaderas urgencias no deberían pasar por responder esta falsa duda, sino por desmontar el nuevo engaño que la pregunta contiene. Los ciudadanos no tenemos por qué decidir en este momento, ni mucho menos pronunciarnos, acerca de cómo vamos a votar en marzo. Podremos hacerlo una o dos semanas antes del comicio, si es que éste se realiza. Pero es inútil seguir discutiendo ahora si voto en blanco o abstención, cuando el menú de opciones que se ofrece está dominado por el penoso espectáculo del peronismo convertido en caricatura histórica de sí mismo (y caricatura ya prefigurada en No habrá más penas ni olvido, la novela del inolvidable Osvaldo Soriano, que es de lo más recomendable releer en estos días).Seguir perdiendo tiempo en este falso dilema nos distrae a todos de hacer muchas tareas concretas y participar de reivindicaciones comunitarias locales que –ésas sí– son urgentes.