EL MUNDO › OPINION

Entre las guerras

Por Günter Grass

Las advertencias inútiles ante un peligro inminente de guerra se han convertido ya en rutina. Y, sin embargo, las rimas que Matthias Claudius compuso en su día siguen siendo hoy completamente actuales:
“¡Hay guerra! ¡Hay guerra! ¡Oh ángel de Dios, defiéndenos,/y habla! Por desgracia hay guerra. ¡Y yo anhelo/no tener culpa en ella!”.
Muchos signos de admiración apoyan la primera estrofa de esta poesía que ha perpetuado la inutilidad de su advertencia. Por ello, porque ha sobrevivido tantas batallas, la pongo al principio de mi advertencia –”¡y habla!”–, que, como intromisión, según me temo, no será oída.
La guerra es inminente. Una vez más la guerra es inminente. ¿O es que sólo se amenaza con guerra para que la guerra no se produzca? ¿Significa la palabra restrictiva “sólo” que la marcha escenificada desde hace semanas en la Península Arábiga y el Mar Rojo por parte de las tropas norteamericanas e inglesas y las unidades de la flota, y que alimenta a los medios de comunicación con imágenes de superioridad militar, es un simple gesto de amenaza que finalmente tan pronto como un dictador de entre las dos decenas de dictadores que gobiernan en el mundo se haya desgastado en el exilio –o deseablemente esté muerto– puede ser cargado en cuenta y olvidado?
Parece que no. Esta inminente guerra es deseada. En las cabezas que la planean, en las Bolsas de todos los continentes, así como en los canales de televisión que tienen la fecha adelantada ya está teniendo lugar. El enemigo como objetivo está reconocido, nombrado y, junto a otros enemigos de reserva a reconocer y nombrar, se presta para la conspiración de un peligro que nivela todas las dudas. Conocemos la manera de proceder por la que se descubre un enemigo, en el caso de que éste falte.
Al mismo tiempo, también es conocido aquel tipo de juego de la guerra en el que se acierta justo al lado del objetivo. Nos son familiares también los términos para daños y pérdidas de vidas humanas que hay que aceptar como inevitables. Asimismo, nos resulta común que se cuenten y se lamenten sólo los relativamente pocos muertos de la potencia mundial dominante, mientras la masa de los enemigos muertos más sus mujeres y niños queda sin contar y no es digna de duelo.
Así, nos preparamos para la repetición. Esta vez, los nuevos sistemas de misiles deben acertar al lado del objetivo todavía más concretamente. Nos amenaza una guerra en forma de selección de imágenes. Como ya conocemos su avalancha de imágenes limpias de horrores detallados y como también los derechos televisivos están concedidos a la conocida emisora de las tres siglas, esperamos una continuación de la guerra como serie televisiva, interrumpida sólo por los espacios comerciales para consumidores pacíficos.
Ahora, al margen, se intenta ver quién participa activamente o sin gran entusiasmo o quién sólo quiere estar un poco en la próxima guerra que ya está teniendo lugar, como los alemanes, para quienes de manera forzosa el liderazgo de la guerra pertenece o debería pertenecer al pasado.
¿Contra quién se dirige esta guerra, que parece que fuera sólo una amenaza? Oficialmente contra un horrible dictador. Pero Saddam Hussein fue en su día, como también otros dictadores, un compañero de armas de la potencia mundial democrática y sus aliados. Como representante, y armado con ayuda de Occidente, Irak llevó a cabo durante ocho años la guerra contra Irán, porque en el país vecino del dictador gobernaba un dictador que en su día era enemigo número uno.
Pero también se dice –algo que todavía no ha podido ser probado– que Saddam Hussein dispone ahora de armas de destrucción masiva. Además se promete: Después de la victoria contra el dictador y su sistema, la democracia será introducida en Irak. Pero los países vecinos al dictador Arabia Saudita y Kuwait, que están aliados con Occidente y le sirven como base militar de avance, también están dominados dictatorialmente. ¿Deben ser estos países objetivo de las próximas guerras en pos de la libertad? Sé que estas preguntas son inútiles. La arrogancia de la potencia mundial da respuesta a todas. Pero cualquiera puede saber o darse cuenta de que se trata del petróleo. O, mejor dicho, se trata otra vez del petróleo. El tejido de la hipocresía con la que la última superpotencia y el coro de sus aliados acostumbran a ocultar sus intereses es tan cerrado, que la estructura del dominador se muestra desnuda. Se presenta desvergonzadamente y como un peligro público en su orgullo desmesurado. El actual presidente de Estados Unidos encarna esa peligrosidad.
No sé si las Naciones Unidas son lo suficientemente firmes como para resistir las ansias concentradas de poder de Estados Unidos de América. Mi experiencia me dice que a esta guerra le seguirán por el mismo impulso otras. Espero que los ciudadanos y el gobierno de mi país demuestren que los alemanes hemos aprendido de guerras en las que teníamos la culpa y que por ello decimos “no” a esta continua locura llamada guerra.
“¿Qué debería hacer si en mis sueños con aflicciones/y sangrientos, pálidos y descoloridos/vinieran a mí los espíritus de los muertos a golpes,/y lloraran ante mí, qué?”
La pregunta la plantea la segunda estrofa de la poesía “Cantar de guerra” de Matthias Claudius. Una pregunta que nosotros con respecto a nuestras guerras y sus “muertos a golpes” hasta hoy no hemos contestado de manera válida. Aquella guerra lejana, inminente, que ya tiene lugar y que nunca ha acabado nos vuelve a hacer la pregunta.
“Por desgracia hay guerra. ¡Y yo anhelo/no tener culpa en ella!”

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