EL MUNDO › DENTRO DE LA CASA BLANCA

Cómo nació el “Eje del Mal”

Por Julian Borger *
Desde Washington

Estamos al final del Año Uno en la era del Eje del Mal. Hace 12 meses George Bush eligió a tres países aparentemente disímiles en su discurso del Estado de la Unión y armó un nuevo enemigo para Estados Unidos. Juntos, los tres estados parias, Irak, Irán y Corea del Norte conjuraban un enemigo tan temible como el “Imperio del Mal” de Ronald Reagan. La frase no sólo definió las líneas de la batalla del siglo XXI, sino que además ayudó a moldear el mundo que ahora habitamos.
Naturalmente, los partidarios de Bush insisten en que esto es bueno. Nos abrió los ojos a la amenaza de armas de destrucción masiva en manos de dictadores. Los detractores, que incluyen a la mayoría de Europa y el mundo en desarrollo, ven el discurso del eje del mal como una profecía autocumplida que ha hecho retroceder el movimiento democrático en Irán, estimulado a Corea del Norte hacia el borde de una guerra nuclear y destruido cualquier incentivo que Saddam Hussein hubiera tenido para desarmarse.
Bush mismo no usó la frase desde el verano pasado, pero David Frum, el canadiense de 42 años que trabajó 13 meses como el redactor de discursos presidenciales y ayudó a acuñar la frase del destino, acaba de escribir un libro sobre la experiencia, un pecado cardinal en medio de la cultura de silencio de la Casa Blanca. Se supone que los redactores de discursos son anónimos. Se supone que debemos asociar el discurso del Estado de la Unión, el momento culminante del calendario de la Casa Blanca, sólo con el presidente, no con el escribiente pago en el cuarto de atrás. En represalia, Frum fue dejado a la intemperie en el Washington de Bush.
Su libro, The Right Man, El hombre correcto, cuenta cómo el inexperto e inimaginativo príncipe norteamericano fue desafiado por el horror del 11 de septiembre y respondió al estilo Enrique V, mostrando su verdadero temple. El libro está mechado capítulo tras capítulo con polémicas de derecha, y rebosa desprecio por los “apaciguadores” europeos y la “cuenca hedionda” del mundo árabe. Como sucede tan a menudo con los panfletistas más venenosos, Frum es personalmente amable y conciliatorio. Sostiene que su ex jefe no es comprendido en Gran Bretaña, básicamente por su lenta pronunciación texana y sus inclinaciones bíblicas. En realidad, Frum sugiere: “Es alguien que tiene una opinión moral del mundo y busca respuestas grandes y osadas”.
Como una de los voces más fuertes del neoconservadorismo radical, esas ideas sacadas de la galera son las acciones comerciales de Frum y hay muchas de ellas en El hombre correcto, tantas que hacen sospechar que el título no se refiere sólo a Bush. Pero el libro constituye también unas memorias bien escritas de la corta aventura de Frum en la administración, que hace honor a su argumento de las ventas como el “primer relato desde adentro” de la Casa Blanca de Bush. Frum habla de la presencia vigilante, agria, del presidente, en contraste con el jovial patán como aparece a veces en público. Habla de la desconcertante influencia que el cristianismo evangelista tiene en la Casa Blanca, la moral estricta y el bajo nivel general de curiosidad intelectual de Bush. El presidente, nos dice Frum, “a veces es locuaz, hasta dogmático; a menudo nada curioso y como resultado mal informado; más convencional en su pensamiento de lo que debiera ser un líder”.
Más interesante que todo, El hombre correcto cuenta la historia de cómo el eje del mal obtuvo su nombre, una desconcertante historia de casualidades retóricas por las cuales una frase con gancho terminó dirigiendo la política. Comienza cuando el jefe de redactores de discursos de Bush, Michael Gerson, se acerca a Frum unas pocas semanas antes del discurso del Estado de la Unión y le dice: “Aquí hay una tarea. ¿Podés resumir en una o dos frases nuestro mejor motivo para ir contra Irak?”. Esto fue a fines de diciembre de 2001. Frum sostiene que esto no significa necesariamente que se hubiera tomado una decisión para derrocar a Saddam,ya que está seguro de que otros redactores de discursos estuvieron trabajando en versiones más pacíficas. Pero la suya fue la versión usada el 29 de enero de 2002.
Buscando resonancia histórica, Frum hojeó los discursos de Franklin Roosevelt, en especial el discurso a la nación sobre el “día de la infamia” después de Pearl Harbor. “El 8 de diciembre de 1941, Roosevelt tenía exactamente el mismo problema que teníamos nosotros. Estados Unidos había sido atacado por Japón, pero la gran amenaza llegaba de la Alemania nazi,” sostiene Frum. En efecto, Al-Qaida es Japón y no hay premios para el que adivine quién hace el papel de Hitler esta vez.
La frase con que Frum aparece es “eje del odio”, para describir las nefastas pero mal definidas relaciones entre Irak y el terrorismo. Es Gerson quien cambia la frase a “eje de mal”, para hacerla sonar más “teológica”. “Pensé que era bárbaro –dice Frum–. Era el tipo de lenguaje que usaba el Presidente Bush.”
La asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, y su vice, Stephen Hadley, luego agregan Irán, aduciendo que denunciar a la teocracia gobernante podría acelerar la incipiente revuelta que ven emerger en las protestas callejeras. Por qué Corea del Norte se les suma en el eje no resulta claro en el libro, aunque la presencia de Pyongyang lleva al mágico número de tres el número de inescrupulosos, y asegura que la lista no sea totalmente islámica.
Mirándolo desde su casa, Frum estaba hechizado. “Cuando escuché el discurso, pensé que era uno de los grandes momentos de la historia norteamericana. Pensé que era magnífico”, dice. “Aunque sé que no debería estar sorprendido por Bush, siempre me sorprendo. Hasta el final, parece que podría aflojar y hacer algo pequeño. Y luego hace algo grande.” “Algo grande”, en este caso, es en realidad muy grande. Lo que había comenzado como el orgullo de un redactor un mes antes, se había llenado de aire caliente y disparado, echando un sombra monumental sobre el resto del mundo. Paradójicamente, también causó un impacto en la postura de Frum dentro de la Casa Blanca. Al oír del rol de su esposo en la creación de la frase, su mujer, Danielle Crittenden, le mandó e-mails a su círculo de amigos: “Me doy cuenta de que es muy ‘Washington’ de mi parte mencionarlo, pero mi marido es el responsable del segmento ‘eje del mal’ del discurso del martes 28 de enero del Estado de la Unión”. Firmó añadiendo: “Así que espero que disculpen mi orgullo de esposa al ver esto repetido en los titulares por todos lados”. Frum dice que el mail “fue sólo a unas 15 personas”, pero que una de ellas no tuvo discreción y terminó apareciendo en una revista on line, Slate. Frum dejó la Casa Blanca poco después.
Un año después, insiste en que su partida no tuvo nada que ver con los mails de su mujer. Simplemente se hartó de escribir para otro. “Por emocionante que resulte, escribir discursos es finalmente frustrante para alguien que quiere ser un escritor”, dice. Insiste en que sus colegas en la Casa Blanca se divertían y lo entendían durante el escándalo de dos semanas, pero la verdad es que la Casa Blanca no aprecia que manos contratadas roben el trueno del presidente. En el libro, el presidente surge como con una presencia mucho más fuerte en privado que frente a las cámaras. “Bush es una clara excepción al código de refinamiento de la Casa Blanca. Es áspero, no dulce”, escribe Frum. “En privado, no era el hombre fácil, de buen genio, que era en público. De cerca se veía a un hombre con un fuerte autocontrol”.
“En ese momento, Bush había dejado clara una cosa en mi mente: nunca más podría tomar seriamente la teoría de que otra persona estaba dirigiendo la administración... pero ¿hacia dónde nos estaba llevando él?” La respuesta resulta ser: “Sólo Dios lo sabe”. Según Frum, la Casa Blanca de Bush está en manos del evangelismo cristiano. Las primeras palabras que escuchó en su primer día de trabajo son: “Me extrañó que no estuvieras en la clase de estudio de la Biblia”, una censura a su nuevo jefe, Gerson, de unlugarteniente anónimo de Bush. La asistencia a esas sesiones era “si no obligatoria, tampoco no obligatoria”.
El presidente, según Frum, cree que el futuro está en “manos más fuertes que las suyas”. Es un tema que está comenzando a surgir de la administración Bush. Mientras la mayoría de la gente vio las extraordinarias circunstancias de las elecciones de 2000 como una suerte de falacia, Bush y sus partidarios más cercanos las vieron como otra señal de que estaba elegido para liderar. Más tarde, el 11 de septiembre “reveló” el motivo por el que Bush estaba ahí.
Los instintos del presidente, por ende, son tomados muy seriamente. Después de entrevistar a Bush durante un tiempo considerable, Bob Woodward dijo que esos instintos se habían convertido virtualmente en objeto de una religión en la Casa Blanca. Es una religión a la que Frum, uno de los pocos judíos en la Casa Blanca de Bush, se convirtió. El resto de nosotros solo podemos preguntarnos, como lo hizo Frum en un momento, hacia dónde nos están llevando.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

Compartir: 

Twitter

 
EL MUNDO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.