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Mala época para las derechas en Sudamérica

 Por Martín Granovsky

Luiz Inácio “Lula” da Silva siguió ayer la segunda vuelta de las municipales en 50 ciudades de Brasil desde su departamento en Sao Bernardo do Campo, en las afueras de San Pablo. Cauto, después del mediodía vio las bocas de urna sobre la ciudad, que daban una victoria de 10 por ciento de diferencia a Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores a la intendencia paulista, mientras seguía la marcha de las elecciones en los municipios contiguos a la capital del estado. Anoche, temprano, la victoria ya era definitiva y un Haddad eufórico y electo prometía su gran meta: “Derribar el muro de la vergüenza que separa a ricos y pobres en una de las ciudades más ricas del mundo”.

Para Lula, Sao Bernardo es su lugar en la Tierra. O su lugar de crecimiento y madurez. La B de Bernardo es la B del ABC paulista, junto a la A de Santo André y la C de Sao Caetano do Sul, el cinturón industrial de San Pablo. A veces se le agrega la D de Diadema. Es el sitio donde, como dirigente sindical metalúrgico, condujo la gran huelga de 1978, en plena dictadura. Mañana, 30, se cumplirán 34 años del día en que la huelga llegó a contar con 200 mil trabajadores adheridos. Mientras Lula y otros dirigentes combativos, entre los metalúrgicos, los obreros rurales y los bancarios, afirmaban su popularidad y su representatividad, ya planeaban la construcción de un partido de los trabajadores. El PT se fundaría poco después, en 1980.

Para Lula, el PT, la presidenta Dilma Rousseff y la coalición de partidos que acompaña al PT en el gobierno desde el 1º de enero de 2003, el triunfo de ayer en San Pablo tiene varios sabores al mismo tiempo.

- Consagra una victoria del oficialismo en la principal ciudad de Brasil.

- La victoria corresponde directamente a un candidato de la fuerza hegemónica de la coalición, el PT.

- Retoma el control de la megalópolis siete años después de haberla perdido, en 2005, cuando terminó su intendencia la actual ministra de Cultura, Martha Suplicy.

- En 2005 comenzó la crisis conocida como “mensalao”, el escándalo que siguió a los errores del PT en el financiamiento de la política. Los grandes medios, la elite que había gobernado hasta el 31 de diciembre de 2002 y una parte de la Justicia buscaron cortar a Lula el camino a su reelección en los comicios de 2006. Aunque Lula ganó en 2006, el PT no había podido retener San Pablo.

- El triunfo de Haddad, con una Licenciatura en Economía y un Doctorado en Ciencias Sociales, se produce justo en medio de la condena del Superior Tribunal Federal (STF) al entonces jefe de la Casa Civil de Lula, José Dirceu, con el cargo de haber comandado una banda de financiamiento ilegal de la política y haberse asociado ilícitamente para ello. Coordinador de la campaña de 2002 y presidente del PT, Dirceu renunció justamente en 2005. El STF falló de manera dividida, por seis a cuatro. La división fue tan nítida que ayer uno de los cuatro, el magistrado Ricardo Lewandowski, que votó la absolución de Dirceu por falta de pruebas y también achacó a la acusación fiscal imprecisiones jurídicas, fue atacado en su mesa de votación paulista.

- La victoria de San Pablo completa el triunfo de partidos aliados en ciudades importantes como Porto Alegre, Curitiba, Río de Janeiro y Recife. En el último caso hubo un chisporroteo con Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco e impulsor de un candidato propio del Partido Socialista de Brasil en Recife. Pero la fricción no llegó a la ruptura entre el PT y el PSB. En todo caso formará parte del recuento posterior y eventuales cambios en posiciones de poder dentro de la alianza gobernante.

- Aunque las de ayer fueron elecciones municipales, el hecho de que la elite brasileña eligiera de candidato a un presidenciable como José Serra elevó el nivel de la confrontación paulista. Antiguo exiliado en Chile durante el gobierno de Salvador Allende (1970-1973), casado con una chilena de izquierda, ministro de Salud de Fernando Henrique Cardoso e impulsor de un régimen de medicamentos genéricos, Serra fue dos veces candidato a presidente. Perdió con Lula en 2002 y con Dilma en 2010. En la segunda vuelta con Dilma, sus antecedentes personales y su agnosticismo no le impidieron aceptar la demonización de Rousseff por parte de fundamentalistas que quisieron convertirla en una bruja inflamable porque años atrás declaró que el aborto debía ser discutido como un derecho civil. “San Pablo es Brasil”, dijo Haddad en declaraciones después de su voto.

- El ex senador por San Pablo y actual ministro de Educación, Aloizio Mercadante, dijo al votar que si los resultados finales se parecían a las bocas de urna, el estado de San Pablo vería “la peor derrota” del Partido de la Socialdemocracia Brasileña, la fuerza neoliberal de Cardoso y Serra, que incluye en su interior el ala ligada al Opus Dei, la de Geraldo Alckmin.

La propia construcción de la candidatura de Haddad, que ayer ganó su primer cargo electivo, revela la forma colectiva de trabajo del PT y el formidable compromiso personal de Lula por cerrarles filas a los tucanos del PSDB no bien remitió su cáncer y quedó en condiciones de hacer política activa. Haddad fue ministro de Educación primero de Lula y más tarde de Dilma, pero no era un político de gran popularidad. Cuando empezó la campaña, Serra lo superaba en conocimiento e intención de voto. El PT ya se había topado con ese mismo fenómeno en febrero de 2010, cuando un congreso partidario en Brasilia consagró como candidata a Dilma Rousseff. Igual que Haddad, era menos conocida y, según las encuestas, sería menos votada que Serra. En octubre del mismo año las tendencias se habían invertido y Dilma le ganó a Serra en primera y en segunda vuelta.

Antes, Lula había rechazado la mera posibilidad de reformar la Constitución para habilitarse el derecho a una re-re, que en Brasil no existe.

Es un simplismo ignorar que tanto Dilma como Haddad se beneficiaron del carisma de Lula, que dejó el gobierno y mantuvo un nivel de popularidad de alrededor del 80 por ciento.

Pero también sería un simplismo soslayar la preocupación de Lula y otros dirigentes del PT, como el asesor presidencial Marco Aurélio García, por seguir edificando un proyecto que no dependa sólo del carisma de uno de los políticos más populares del mundo.

El PT ya comenzó a debatir en público algo que sus dirigentes venían conversando en privado. Más allá de su agradecimiento y a veces su devoción por Lula, ¿qué valores sustentan los 40 millones de brasileños que se incorporaron al mercado en los últimos nueve años, como trabajadores o pequeños comerciantes? ¿Qué relación tienen con la política esas masas del interior paulista o del Nordeste que accedieron a la electricidad, al aire acondicionado, a la tele, al agua e incluso al auto? Más aún: ¿qué debe hacer el PT para que pasen de un lulismo más o menos efímero, aunque en estos casos los efímero puede durar años, a una identificación mayor con las posiciones petistas?

El PT es una experiencia única en Sudamérica. Nació cuando ya no tenían peso decisivo ni la Revolución Cubana ni la Unión Soviética. La matriz de su creación no fue ni el partido de sello leninista ni un jacobinismo tardío. De vanguardia esclarecida y lejana respecto del mundo real del trabajo, nada. Tampoco se trató de un foco temerario con el objetivo autoproclamado de encender la chispa de la revolución. Su base mayoritaria fueron los sindicatos nuevos, cruzados con militantes de las comunidades cristianas de base, con intelectuales de izquierda de distintas vertientes y con ex dirigentes comunistas o trotskistas. Y, con sus diferencias internas, los dirigentes del PT siempre apostaron a un marco amplio de alianzas políticas y sociales, ya fuese para ganar como para gobernar.

Hay otro elemento que parecen esquivar los petistas cada vez que pueden: la tentación de extremar las contradicciones. No las eluden. El PT no tuvo problemas en polarizar con el PSDB, por ejemplo. Tampoco en defenderse del ataque de las elites brasileñas por la distribución del ingreso, la política exterior de multilateralidad basada en la integración prioritaria con Sudamérica, los planes sociales o la idea de que una mayor igualdad es la condición económica del crecimiento y no sólo un imperativo de moral pública. Pero acostumbran no extremar las situaciones de conflicto en sí mismas, más allá de los conflictos que la puja política y social genera todos los días en un país que se aproxima a ser la quinta economía del mundo.

El ciclo de esa construcción es, aún, ascendente. Por lo pronto, Dilma tiene mandato hasta el último día de 2014 –se habrán cumplido entonces 12 años continuos de gobierno del PT y sus aliados– y derecho a la reelección.

Brasil no determina la política interna en cada uno de los países de la región, pero la tiñe con su paso de gigante. Marca una ola que hasta es útil para contener a las experiencias conservadoras de Sudamérica, no tanto en el caso de Chile, más integrado al Pacífico y a los Estados Unidos, pero sí en el de la Colombia de Juan Manuel Santos.

En las elecciones de 2010, Serra decía que el Mercosur era “una farsa”. Dilma, en cambio, planteaba que el Mercosur tendría prioridad para ella y, el 31 de julio último, Venezuela se convirtió en el quinto miembro pleno junto con la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.

El PT festejó el triunfo de Hugo Chávez el 7 de octubre. El Estado brasileño se propone reforzar los vínculos con Venezuela. Lo mismo sucede con la Argentina, socio privilegiado de Brasil, y con las fuerzas que gobiernan en la Argentina. Es simple entender, entonces, por qué el avance del PT en San Pablo fue tomado como propio ayer por el gobierno, el oficialismo y el Frente Amplio Progresista, principal fuerza individual de oposición. Mala época para las derechas en Sudamérica. Alguna vez tenía que pasar.

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Imagen: AFP
 
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