EL MUNDO

Cómo se escala la guerra que se se supone que había terminado

Los combates en Paktia demuestran que Al- Qaida sigue viva, y también que EE.UU. digiere mejor el aumento de sus bajas.

Por Julian Borger *
Desde Washington

Los combates más duros y la mayor cantidad de bajas que las tropas norteamericanas tuvieron que enfrentar en Afganistán ocurren, paradójicamente, meses después de que la mayoría de los norteamericanos asumieran que la guerra había terminado. Las advertencias de la administración Bush de que los combates podrían extenderse por mucho tiempo fueron generalmente desestimadas como una precaución excesiva. Pero el Pentágono sabía que no era así. Ya sabía, por ejemplo, que había fallado en acabar con la médula militar de Al-Qaida, muchos de los cuales se escabulleron entre sus dedos en diciembre en Tora Bora, y desde entonces están tratando de reagruparse.
Preparándose para una campaña larga, los marines norteamericanos fueron reemplazados cerca de fin de año por unidades del ejército regular, la Décima División de Montaña y la 101 División Aerotransportada, que están mejor equipadas para misiones de largo aliento. Una base aérea permanente se estableció en Manas, Kirguistán, de manera que los aviones de combate estén disponibles para salidas no bien se da la orden, y también para relevar a los aviones basados en los portaaviones, que fueron los que lanzaron la mayor cantidad de ataques en los primeros meses de la guerra. La ferocidad de la batalla que se está desarrollando en Paktia, al sur de Gardez, demuestra que Al-Qaida todavía está bien armada y organizada. No sólo está combatiendo en las bocas de las cuevas, sino que está golpeando con ataques preventivos y emboscadas. Desde el punto de vista del Pentágono, la batalla al menos indica que no todos los seguidores de Osama bin Laden consiguieron escapar de Afganistán en la batalla de Tora Bora. En el comienzo de esa operación, algunos oficiales norteamericanos estimaron de manera optimista que se trataba del último combate de Al- Qaida, en el cual sus líderes habían sido capturados o asesinados. Pero cuando las fuerzas especiales norteamericanas y los marines finalmente llegaron a la red de cuevas, encontraron todo vacío.
Aparentemente, el Pentágono confió demasiado en las milicias afganas para el combate en Tora Bora. Los muchos señores de la guerra afganos combatieron con mucho entusiasmo junto a las fuerzas norteamericanas para capturar las principales aldeas y ciudades, pero en esa campaña en particular sus intereses eran los mismos. Estos señores de la guerra tienen interés en conservar sus lugares de poder en cada provincia afgana, pero no les significa un gran incentivo tener que hundirse en la nieve para cazar, en medio de cuevas llenas de trampas, a un adversario que planteaba apenas una pequeña resistencia y despiertan en algunos simpatías por ser compañeros musulmanes. Y lo que es más importante, los miembros de Al-Qaida pueden pagar a los líderes tribales locales más para dejarlos escapar de lo que los norteamericanos ofrecían por asesinarlos.
En Tora Bora, los militares norteamericanos confiaron en el líder local, Hazret Ali, del cual se dice que subcontrató a su lugarteniente, Ilyas Khel, para la tarea de bloquear las rutas de escape hacia Pakistán. Según un informe detallado de la edición de ayer del Christian Science Monitor, Khel recibió una oferta mejor de los árabes de Al-Qaida para que los guiara por las Montañas Blancas hacia las áreas tribales del oeste de Pakistán. Otros podrían haber escapado hacia otras áreas de Afganistán, incluyendo a Paktia, en el sudoeste. Los combatientes afganos se manifestaron muy sorprendidos de la falta de una presencia militar norteamericana para sellar la zona.
El secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, no aceptó las críticas sobre errores tácticos cometidos. Tora Bora, dijo, “fue una situación, un tiempo y un terreno diferente al del resto del conflicto”. No obstante, la campaña sostenida en la provincia de Paktia demuestra que se aprendieron las lecciones de Tora Bora. Al menos 1000 tropas regulares, incluyendo unidades multinacionales y afganos contratados fueron desplegados para rodear el área. La mayoría de estos soldados son norteamericanos, aunque hay también contingentes de Australia, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania y Noruega. Hasta ahora, los británicos habían sido los únicos aliados no afganos que tuvieron algún rol importante en combate. El factor multinacional en Paktia refleja un esfuerzo por hacer entender a los otros países de la coalición que tienen un rol que cumplir en la guerra contra el terrorismo.
Las dos razones principales para evitar, hasta ahora, el uso a gran escala de tropas norteamericanas fueron la preocupación de que la campaña no fuera percibida por los afganos como una invasión de Estados Unidos y la intención de disminuir al mínimo las bajas norteamericanas. Pero estas dos precauciones parecen haberse achicado. Ya se ha instalado un gobierno interino creíble en Kabul, y después de Tora Bora el Pentágono se dio cuenta de que un mayor número de bajas es el precio inevitable que hay que pagar para alcanzar los objetivos previstos. Esto denota un gran cambio en la estrategia militar norteamericana, basado en otro cambio en la opinión pública de Estados Unidos. La cuestión de la reacción del país ante la llegada de bajas importantes –el llamado síndrome de las “bolsas de cadáveres” que ronda en Estados Unidos desde Vietnam– ya no es vista como un constreñimiento imposible de quebrar. La administración Bush cree que la experiencia del 11 de septiembre ha templado a la opinión pública, preparándola para aceptar las bajas como el precio que hay que pagar en la guerra contra el terrorismo.
Las encuestas de opinión pública dicen que el equipo de George Bush quizá tenga razón y que los estadounidenses todavía creen que la guerra en Afganistán, y la guerra global contra el terrorismo, está en sus intereses vitales. Todos los signos sugieren que hay un amplio apoyo público para esta campaña. Pero la verdadera prueba para el estómago de Estados Unidos en esta guerra será cuando el Pentágono vuelva su atención sobre “el Eje del mal” de George Bush, en particular Irak.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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La ofensiva aérea ahora parte de una base terrestre en Kirguistán.
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