EL MUNDO › COMO ES EL CANDIDATO A VICE

Un político a la Bill Clinton

Por Andrew Buncombe*
Desde Washington

John Edwards apostó y le salió bien. En septiembre del año pasado, el abogado litigante millonario convertido en político anunció que no buscaría su reelección como senador para Carolina del Norte para así poder concentrarse en su candidatura a la presidencia. Aún entonces, frente al creciente clamor que rodeaba a Howard Dean, quien también aspiraba a la candidatura demócrata, era claro para casi todos los expertos que Edwards tenía pocas posibilidades de triunfar. Los simpatizantes de Edwards, de 51 años, dicen que la decisión subrayaba la determinación y resistencia del candidato. Otros podrían decir que señalaba su ambición y astucia –al competir por la presidencia cuando en realidad apuntaba a la vicepresidencia– ignorada por toda la charlatanería sobre su carisma sureño.
No hay ninguna duda de que Edwards tenga carisma en grandes cantidades. Durante la serie de elecciones primarias que comenzó en enero pasado con los caucases (asambleas partidarias) de Iowa, el juvenil senador calentó, energizó y coqueteó con el público del estado helado, hablando frente a cientos de personas o frente a unas pocas docenas en el auditorio de un colegio. Su mensaje persistente era que había “dos Américas”. Demasiada gente, dijo, estaba en esa América golpeada por la pobreza y la falta de oportunidades. Era un ambiente con el cual Edwards podía relacionarse. Nacido en Seneca, Carolina del Sur, donde su padre Wallace trabajó por 36 años en una hilandería y su madre, Bobbie, en el correo, Edwards creció en un ambiente obrero. Su familia se mudó a Robbins, un pequeño pueblo de Carolina del Norte, que solamente tiene un semáforo, y fue un excelente alumno del secundario local. “Era un buen estudiante y nunca me molestó”, dijo ex rector Cecil Hackney a este diario cuando visitó el pueblo donde aún viven los padres de Edwards. “Siempre estuvo en el lugar correcto en el momento correcto, era bastante tranquilo y para nada arrogante.” El camino que lo sacó de Robbins y de un trabajo en la hilandería lo llevó a la universidad estatal de North Carolina, de ahí a la escuela de leyes y a una carrera de 20 años enormemente exitosa como abogado litigante. Ganó más de 150 millones de dólares en veredictos y arreglos en 60 casos en los años noventa, muchas veces contra grandes corporaciones y empresas de seguros.
Uno de sus casos más conocidos fue el de una niña de nueve años que fue gravemente herida cuando quedó atrapada en el desagüe de una pileta de natación. “No fui solamente su abogado”, dijo Edwards hablando de sus clientes. “Me preocupaba por ellos. Su causa era la mía.” Le fue muy bien en su carrera: en 1996 fue nombrado uno de los ocho abogados del año por Lawyers Weekly USA. Su fortuna personal se estima entre 9 y 40 millones de dólares. Pero 1996 también fue el año en el que la tragedia golpeó a Edwards y a su esposa, Elizabeth, a quien conoció en la universidad. Ese año su hijo, Wade, murió cuando un fuerte viento sacó a su Jeep del camino. Edwards todavía habla de un viaje que él y Wade hicieron el año anterior para subir al Monte Kilimanjaro como uno de sus logros más significativos.
Después de la muerte de su hijo, Edwards decidió cambiar su camino, dejando de lado su carrera como abogado y apuntando al Senado estadounidense. Ganó un escaño en 1998 y muy rápidamente el hábil orador se hizo un nombre en el Congreso. El y su esposa tuvieron dos hijos más, Emma Claire, de cinco años y Jack, de tres. Ya tenían una hija, Catherine, que ahora tiene 21.
El pasado legal de Edwards fue muy útil para ayudar a varios senadores navegar por el juicio político de Clinton. También fue aplaudido por su trabajo en un proyecto de ley sobre los derechos de los pacientes que llegó al Senado aunque nunca fue aprobado. Era una estrella en pleno ascenso, junto con John Kerry, a tal punto que se lo consideró como compañero de fórmula del demócrata Al Gore en 2000. No le dieron la aprobación final, pero al menos podía consolarse con la decisión de la revista People de nombrarlo como el “político más sexy de 2000”.
Edwards entró en la carrera presidencial demócrata con bombos y platillos a principios de 2003. Muchos creían que la estrella de Edwards había ascendido demasiado rápidamente y que no podría satisfacer todas las expectativas puestas en él. Algunos de los que fueron simpatizantes de Edwards comenzaron a tener dudas después de una performance desastrosa en el influyente talk show político Meet the Press (Reúnase con la Prensa) en mayo de 2002, en donde parecía poco experto e inocente.
Que Edwards perseverara con su campaña y después apostara a eso –decidiendo no postular su reelección para el Senado si no era exitoso en su candidatura a la Casa Blanca– sin dudas convenció a muchos demócratas sobre su determinación. Pero muy pronto en las campañas primarias fue claro que Edwards estaba logrando poner a su favor a la gente común con sus habilidades oratorias, su inteligencia y su aptitud política muy semejantes a los de Bill Clinton. La gente también parecía estar impresionada de que Edwards haya logrado una campaña tan positiva.
Sin embargo, lo importante parecía ser que Edwards había logrado cierto sentimiento de identificación. Dijo: “Esta es la América que todavía cree que el hijo de un trabajador de una hilandería pueda ganarle al hijo de un presidente en la carrera a la Casa Blanca”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.

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