EL MUNDO

Cuando los controles se aplican sólo en Bagdad

El nuevo gobierno que lidera Iyad Allawi, designado por los norteamericanos, no tiene policía ni ejército capaces de brindar seguridad en los kilómetros de ciudades al sur de la capital.

Por Robert Fisk *
Desde Najaf

Como Afganistán. La historia era la misma, kilómetro tras kilómetro al sur de Bagdad: comisarías vacías, puestos de control del ejército y de la policía iraquí abandonados y una pila de tanques norteamericanos quemados y vehículos de la policía destrozados por cohetes en la autopista a Hilla y Najaf. Funcionarios gubernamentales iraquíes y diplomáticos occidentales le dicen a los periodistas que eviten salir de Bagdad. Ahora entiendo por qué. Es peligroso. Pero mi propio temeroso viaje por la Autopista 8 –la escena de los asesinatos de al menos 15 occidentales– comprobó que el gobierno iraquí designado por los norteamericanos controla poco el territorio al sur de la capital. Solamente en la ciudad sunnita musulmana de Mahmoudiya, el lugar donde explotó el coche bomba en las puertas de un centro de reclutamiento militar iraquí la semana pasada, vi a policías iraquíes.
Se trataba de un convoy de 11 camionetas blancas destrozadas, apuntando sus Kalashnikov a las multitudes, conduciendo del lado incorrecto del camino cuando se encontraban atrapados en un embotellamiento, gritándoles y apuntando a otros conductores para que se salgan de su camino. No se trataba de una columna norteamericana aterrorizada, se trataba de la nueva fuerza policial iraquí uniformada de azul, con sus rifles apuntando también a las ventanas de hogares y negocios y a una multitud de iraquíes cerca de ellos. En Iskanderia vi a dos hombres armados próximos a la carretera. No tengo idea de por qué estaban parados ahí. La policía ya había dejado su puesto a unos pocos metros. Sí, es una consecuencia avergonzante de nuestra invasión a Irak –recordemos solamente “armas de destrucción masiva”– pero es, sobre todo, una tragedia para los iraquíes. Han soportado al repulsivo Saddam. Han soportado nuestras deshonrosas sanciones de la ONU. Han soportado nuestra invasión. Y ahora deben soportar esta anarquía que nosotros llamamos libertad.
En Bagdad, por supuesto, ayer era la historia de siempre: un suicida mató a 15 iraquíes e hirió a otros 62 cuando hizo explotar su bomba al lado de una comisaría y un funcionario del Ministerio de Defensa iraquí fue asesinado en la puerta de su casa. Y en concordancia con el mundo de fantasía de Alicia en el Mundo de las Maravillas, el nuevo gobierno iraquí designó a 43 nuevos embajadores alrededor del mundo. Pero ¿a quiénes representan? ¿A Irak? ¿O solamente a Bagdad? Después de la ciudad de Hilla, me crucé con un puesto de la policía y con soldados del nuevo ejército iraquí. En Kufa, insistieron en acompañar mi auto a la ciudad santa de Najaf. Pero a unos kilómetros del centro de la ciudad me dijeron que por las condiciones del cese de fuego con el ejército de Mehdi de Sayed Muqtada Sadr, no podían avanzar más. Tenían razón. La milicia de Sadr –que el ejército norteamericano prometió destruir en abril– vigila la vieja ciudad, las calles principales hacia la mezquita y la entrada del gran santuario del imán Alí.
En esta maravillosa contribución a la arquitectura islámica –en una oficina con aire acondicionado abarrotada de adornos chino y alfombras iraníes– encontré al hombre que ayudó a planificar el retiro del ejército norteamericano luego del asedio a las fuerzas de Muqtada Sadr. “Los norteamericanos nos dieron un mapa y nos preguntaron qué calles podían patrullar”, me dijo ayer en el santuario de Najaf la mano derecha de Sadr, el jeque Ali Smaisin. “Me senté con los demás miembros del Beit chiíta (la casa chiíta que combina una cantidad de grupos políticos locales, incluyendo al partido Dawa) y marcamos las calles en las cuales se le permitiría patrullar a los norteamericanos. Este mapa después fue devuelto al lado norteamericano y aceptaron nuestra elección de las calles que ellos podían controlar.”Yo no estaba sorprendido. Las fuerzas norteamericanas están bajo tantos ataques guerrilleros que no pueden moverse durante el día por la Autopista 8 ni por el este de Bagdad por Faluja y Ramadi. En todo Irak, sus helicópteros no pueden volar a más de 100 metros para evitar un ataque con cohetes –los rebeldes no tienen suficiente tiempo para disparar cuando los helicópteros se aproximan a tan poca altitud y tan velozmente– y salvo por un tanque en un puente en un suburbio de Bagdad, vi a un solo vehículo norteamericano en la calle ayer: una camioneta blindada en una calle de patrullaje acordado por el ejército de Mehdi en Najaf. A lo lejos, tres helicópteros Apache norteamericanos se acercaban al río Eufrates.
El hecho que la “muqawama” –la resistencia– controle tantos kilómetros cuadrados alrededor de Bagdad no debería sorprender. El nuevo gobierno iraquí designado por los norteamericanos no tiene ni policía ni ejército capaz de retomar el territorio. Anuncian leyes marciales y que van a pinchar los teléfonos y prohibir manifestaciones y formar un nuevo servicio de inteligencia, pero no tienen ni los hombres ni la habilidad de convertir a estas instituciones en algo más que sueños de propaganda para periodistas extranjeros y una población que desea seguridad de forma desesperada.
El cese de fuego entre los norteamericanos y el ejército de Mehdi es sorprendente por la tolerancia. Según el jeque Smaisin, permitió a la policía retornar a sus puestos de control en las afueras de la ciudad y el abandono de los edificios gubernamentales por parte del ejército de Mehdi.
En Kufa encontré a la policía controlando su comisaría y un gran agujero de proyectil de un tanque norteamericano en la pared que quedó como recordatorio de un combate reciente. El artículo tres sostiene que nadie puede ser arrestado ni capturado, el artículo cuatro dice que no puede haber portación de armas en público –el ejército de Mehdi parecía estar obedeciendo esta cláusula ayer–. Los artículos cinco y seis dicen que las “fuerzas de ocupación” –los norteamericanos– deben retornar y quedarse en sus bases exceptuando las rutas de patrullaje que pueden utilizar para llegar a estas fortificaciones. Sorprendentemente, la última cláusula –todavía en debate cuando los norteamericanos “transfirieron” la soberanía el 28 de junio al gobierno iraquí que ellos mismos crearon– pedía el retiro de todos los cargos legales contra Sadr por el asesinato de Sayed Abdul-Majid al-Khoi el año pasado. Cuando las autoridades de ocupación revelaron más de seis meses después que las cláusulas fueron bosquejadas en secreto, uno de los más altos funcionarios estadounidenses en Irak dijo que como resultado de estas acusaciones, sus fuerzas “matarían o capturarían” a Sadr.
Pero fueron los hombres de Sadr quienes me saludaron cortésmente en su puesto de control ayer en Najaf y me llevaron a conversar con el jeque Smaisin en el santuario del imán Alí. Se quejó que las tropas norteamericanas habían roto varias veces el cese de fuego. “Hace dos semanas, dos de sus camionetas blindadas aparecieron frente a la casa de Sayed Muqtada Sadr y los soldados empezaron a interrogar a la gente. Les dijimos a nuestras fuerzas que no abrieran fuego y nos quejamos y los soldados fueron retirados.”
Las fuerzas de Sadr –“una corriente pública”, los llama el jeque Smaisin con inesperada discreción– supuestamente sufrieron menos de cien bajas en el ataque norteamericano; los norteamericanos dicen que mataron a 400. Smaisin tiene poco tiempo para estas estadísticas. “Lo que vemos en la ocupación es la fuerza norteamericana con un cerebro británico”, dice. “Es igual a la ocupación británica de Basora en 1914 y de Bagdad en 1917. Nuestro movimiento no puede ser vencido porque somos patrióticos e islámicos, como las fuerzas contra la ocupación en las áreas sunnitas de Irak. Los occidentales quieren un gobierno sectario, pero nosotros no loaceptamos. Ahora tienen una insurrección desde Fao en el sur hasta Kirkuk en el norte. Los sunnitas y los chiítas están unidos. Y cualquier gobierno que no sea electo en elecciones libres y honestas –bueno, ahí hay un problema.”
Esa es la suerte del gobierno de Iyad Allawi, aun si la rebelión chiíta es una sombra de la versión sunnita. Pero la evidencia de mi viaje por las ciudades sunnitas del sur donde su propia milicia controla los santuarios y sus alrededores es ésta: una nación cuya autoridad gobierna solamente en su capital, un país sobre el cual fantaseamos a nuestro riesgo.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.

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Las fuerzas de seguridad iraquíes inspeccionan el sitio tras el ataque suicida en Bagdad.
Al menos 15 personas murieron ayer y 60 fueron heridas por el estallido cerca de una comisaría.
 
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