EL MUNDO › COMO SON TAILANDIA E INDONESIA

Idilio y desorden

 Por José Natanson

Un mar transparente, una playa de arenas blancas y algunos bungalows desperdigados por ahí, entre budas dorados y montañas verdes. El sur de Tailandia, donde vacacionaban el ingeniero argentino Diego Talevi y su hijo, es un paraíso de selva y mar: hay hoteles, resorts y restaurantes que sirven la sofisticada y picantísima comida thai, pero faltan hospitales, escuelas y policías. La impresión es que todo allí es desordenado, producto del crecimiento acelerado del sudeste de Asia.
La sensación al pasear por Tailandia e Indonesia es que falta planificación. Son países que en poco años transformaron su economía, de base predominantemente agraria, y se convirtieron en incipientes potencias industriales. Entre 1985 y 1995 Tailandia fue la nación del mundo que más creció, a un ritmo del 9 por ciento, superando incluso a China, hasta que la crisis de 1997 lentificó el proceso. Algo similar ocurre con India y en menor medida con Indonesia. Es este increíble ritmo lo que explica, al menos en parte, los desajustes entre los datos macroeconómicos y la infraestructura sanitaria, educativa y de seguridad.
El Estado cumplió un rol fundamental –algo que hasta los organismos internacionales tuvieron que reconocer–, pero centró su energía en impulsar el crecimiento macroeconómico, descuidando las cuestiones vinculadas al desarrollo humano. Fue un proceso desordenado, que derivó en déficit de infraestructura y en indicadores de calidad de vida que no se compadecen con los datos económicos: en Tailandia la mortalidad infantil es de 21,4 por mil y en Indonesia del 42,2, mientras que en Argentina, en el peor momento de la crisis de 2002, fue de 16,8. Estas deficiencias, visibles hasta para un turista despreocupado, limitan la capacidad de reacción ante desastres naturales como el tsunami y potencian los efectos destructivos de las enfermedades y las epidemias. Llama la atención, en este sentido, que algunos se asombren por la falta de un sofisticado sistema de alerta de maremotos, como existe en Japón: falta aquel sistema pero también faltan, en muchos lugares, cloacas y médicos.
El explosivo proceso de crecimiento no sólo derivó en estos desacoples, sino en la incapacidad del Estado de llegar homogéneamente a todo el territorio. Bangkok, la capital de Tailandia, es una ciudad monstruosa, desordenada y fea, tipo San Pablo, pero cuenta con los servicios de una gran urbe, igual que Bombai, Nueva Delhi o Kuala Lumpur. No ocurre lo mismo con el sur de Tailandia, que se incorporó tardíamente a la modernización económica y que tiene como principal actividad el turismo: hay hoteles, resorts, restaurantes y excelentes escuelas de buceo, pero hay que caminar varios kilómetros en medio de la selva, o subirse a un barco o un tuk-tuk (una especie de taxi-moto, prolongación moderna de los carritos tirados por una persona con un asiento atrás) para encontrar un médico.
En cuanto al turismo, el país con más visitantes de la región es Tailandia, que según algunas estimaciones recibe a unos 10 millones al año. Llegan en busca de las playas de aguas transparentes, el sexo barato (Tailandia es un centro de turismo sexual) y la deliciosa comida (el país tiene una tradición culinaria vastísima, en donde el curry verde, el aceite de coco, y el pescado y el arroz ocupan un lugar fundamental). La mayoría son europeos y es común ver a alemanes colorados y ricachones paseándose con jóvenes tailandesas por las playas. También viajan norteamericanos, australianos e israelíes (entre los jóvenes de ese país está de moda viajar al sudeste de Asia cuando terminan el servicio militar), y hay un circuito de mochileros muy transitado, alimentado por las playas, el sol y los precios: Tailandia es un país increíblemente barato, aun para valores argentinos.
Aunque el número de turistas muertos y desaparecidos en ese país crece minuto a minuto, el maremoto se produjo en el Océano Indico y golpeó la costa oeste de Tailandia, las islas de Pucket y Phi Phi, donde permanecen desaparecidos Diego Talevi y su hijo. Si bien el turismo allí es importante, no se encuentra tan desarrollado como en la otra costa, la del golfo de Tailandia y las islas de Ko Phangan y Ko Samui: los turistas desaparecidos hubieran sido muchos más si la ola hubiera golpeado la otra costa, en el Pacífico, donde también suelen producirse maremotos.
El tsunami irrumpió en una región en donde todo parece creado para potenciar los efectos de la catástrofe. Países con debilidades de infraestructura, densamente poblados –en Sri Lanka viven 308 habitantes por km2, en India 318 y en Tailandia de 121, contra 13,8 de la Argentina– y con una topografía particular: Indonesia, uno de los países con más víctimas, es un estado insular, compuesto por unas 2 mil islas y archipélagos. Al igual que las islas del sur de Tailandia, el territorio es muy montañoso, con picos altos de origen volcánico, lo que empuja a la población a vivir en la franja costera, bien cerca del mar (y de las olas asesinas). Fue allí, en esta particular zona del globo, de bellezas naturales incomprables, donde golpeó el tsunami.

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