EL MUNDO › COMO ES AHORA LA INTERNA VATICANA POR LA SUCESION PAPAL

Ultimas movidas antes de la batalla

Coincidiendo con el fin de los nueve días de misas por Juan Pablo II, conservadores y progresistas en el Vaticano se preparan para un intrincado combate por el trono de Pedro, que se inicia mañana.

Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano

Cuando comience mañana el primer cónclave católico de la era mediática, la interna cardenalicia habrá llegado a su punto más álgido, dando por tierra con las previsiones de hace una semana que indicaban la posibilidad de una elección relámpago del sucesor de Juan Pablo II. A juzgar por las informaciones filtradas dentro de los muros vaticanos durante los últimos días, se está produciendo una situación similar a la que precedió al cónclave de 1978, en el que fue electo Karol Wojtyla. Hay dos candidaturas fuertes en carrera y ambas corren el riesgo de anularse entre ellas, abriendo la puerta a la aparición de un tercer candidato de consenso, que surgirá sólo cuando los cardenales comiencen a votar, mañana por la tarde.
Por un lado, desde mediados de la semana pasada, comenzó a brillar la estrella del alemán Josef Ratzinger, impulsado por el ala conservadora de los purpurados, que tuvo como “operadores” a los cardenales italianos Camillo Ruini y Angelo Scola. Con el pasar de los días quedó claro que se trató de una operación psicológica destinada a posicionar a los indecisos en torno de un “nombre fuerte”. Se hizo incluso circular una lista con el nombre de 39 purpurados que estarían dispuestos a votarlo, asegurando que el número de votos llegaba ya a 50 y se aproximaba rápidamente a los 77 necesarios para alcanzar los dos tercios en la primera votación. La operación se completó con el rumor que indicaba a Ratzinger poco disponible a someter su nombre a repetidas votaciones y con la mención de que el alemán caía muy bien a ciertos poderes fuertes como el gobierno de EE.UU. y el influyente Opus Dei.
Si el objetivo del cardenal Ruini era saber cuántos votos “conservadores” había en el cónclave, con la “operación Ratzinger” lo logró. Pero despertó a su vez la reacción de los sectores progresistas, que descubrieron con preocupación que no tenían un candidato fuerte, por lo que enarbolaron la candidatura del cardenal Carlo María Martini, un hombre enfermo pero con un gran peso moral y un prestigio impecable dentro de la jerarquía católica, que vive desde hace un par de años retirado en Jerusalén. Martini habría conseguido juntar en torno de su figura 45 votos, que luego de una primera ronda de votación estarían dispuestos a inclinarse por una figura indicada por el cardenal a sus sostenedores. Ese hombre sería el actual cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi.
Pero hace falta conocer más en profundidad cómo funciona un cónclave para hacerse una idea de lo que puede llegar a suceder a partir de mañana con esta interna. En principio, la distinción entre “conservadores” y “progresistas” en este caso sirve poco para clarificar la situación. Basta saber que sólo dos de los 117 cardenales con derecho al voto no han sido nombrados por Karol Wojtyla para comprender que la línea divisoria no es tan rígida (uno de ellos es precisamente Ratzinger). Muchos cardenales pueden considerarse “progresistas” en aspectos sociales y de política internacional, pero tienen una visión rígida en conceptos muy presentes en la agenda como la moral sexual o la bioética. Lo mismo ocurre en el campo contrario.
La diferencia de fondo, en realidad, parece ser otra. El sector que se ha formado en torno a Ratzinger y Ruini cree que hace falta un papa de transición, con la edad suficiente para garantizar un corto mandato, que dé continuidad al papado de Wojtyla en “todos sus aspectos”, razón por la cual estarían dispuestos a votar por un “guardián de la ortodoxia” como el cardenal alemán. El análisis que se hace de la situación actual de la Iglesia es “pesimista”, sostienen sus contendientes, empezando por la creencia generalizada de que no hay nadie entre los candidatos capaz de superar la difícil prueba de ser el sucesor de Juan Pablo II. Los “aperturistas”, por otra parte, piensan que hace falta un papa joven, con impulso y audacia, capaz de afrontar los enormes desafíos que la Iglesia tiene por delante. Es por esta razón que no han encontrado un candidato tan fuerte como Ratzinger. Tettamanzi es muy resistido y se especula que su nombre está circulando sólo como generador de “resistencias”, de manera tal que pueda aparecer una tercera opción a lo largo del cónclave que no haya sido quemada en los días previos.
“La tercera opción” es algo que también han previsto los “conservadores”. Mientras los aperturistas tiraron ayer como globo de ensayo el nombre del cardenal de Lisboa José da Cruz Policarpo, los contendientes hicieron circular dos días atrás el del hondureño Oscar Maradiaga. Ambos tienen la capacidad de satisfacer ciertos aspectos del campo contrario: Maradiaga es joven, Policarpo no tanto. El hondureño no es tan conservador como Ratzinger, el portugués no es tan imprevisible como Tettamanzi. Ambos gozan de un gran prestigio.
Aun así, el clima entre los cardenales que se aprestan a entrar al cónclave es de preocupación ante la posibilidad de que no se llegue a un consenso rápido como se pensó en un primer momento. Según la Constitución vaticana, la duración máxima del cónclave es de 30 días. Se deberá votar dos veces al día, al final de la mañana y al final de la tarde. Luego de las primeras 30 votaciones, si ningún candidato alcanzó los dos tercios más uno, bastará con la mayoría simple. Es decir: 58 votos, ya que de los 117 votantes sólo se han presentado 115.
Los analistas de la prensa italiana se animan a especular que, en vista de como están las cosas, el cónclave podría durar entre tres y cuatro días, si aparece rápidamente un “tapado” que satisfaga a la mayoría y una semana o dos, si la situación se empantana más de lo previsto.

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Los cardenales dejan ayer la Capilla Sixtina tras una misa por el Papa fallecido.
 
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