EL MUNDO › OPINION

El oráculo doctrinario

Por Ricardo Gerardi *

Una primera lectura sobre la elección realizada por los cardenales electores del nuevo Papa podría indicar que los católicos somos muy “afortunados” en tener como cabeza de la Iglesia a alguien que nos indicará los pasos a seguir en todos los órdenes de la vida, y en particular en la moral personal, a través de una doctrina muy detallada.
Hemos sustituido la única y principal norma de “amarás al Señor, tu Dios, al prójimo, así como a ti mismo”, por un conjunto detallado de reglas doctrinarias que la Curia Romana, a través su Prefecto de la Fe y hoy Pontífice, nos indicará para enfrentar otras doctrinas, ideologías y modas. Hemos sustituido el texto evangélico “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” de Jesucristo por un paso previo que pasa a través de nuestra comunidad de fe, que –como todo el mundo sabe– somos intachables y equiparados a nuestro Dios. Esto nos da mucha “seguridad” y, en especial, poder salvífico.
Nuestra Señor Jesucristo nos dice que esta fe, para que sea juzgada verdadera en el momento del Juicio Final (Mateo 25), tiene que expresarse en actos y frutos concretos de amor vinculados a situaciones de desequilibrio y dolor: “Dar de comer al hambriento, de beber al sediento...”, es decir en actos de justicia y solidaridad frente al pobre, al frágil, desvalido, etcétera. He aquí el gran desafío doctrinal para la Iglesia Católica de cómo se hace esto colectivamente en la sociedad contemporánea, con un sistema económico como el que predomina en gran parte del planeta y con un liderazgo político que congela una globalización que no resuelve estos desequilibrios.
La Iglesia Católica podría haber elegido a alguien que expresara un liderazgo espiritual en esta dirección, de una manera pluralista, con humildad, y que compartiera esta responsabilidad con las otras iglesias, cultos, y con las mujeres y hombres de buena voluntad que también buscan vínculos, en lo micro y en lo macro, que nos conduzcan a compartir una felicidad más plena. Ha elegido otro camino: colocarse en la centralidad de un modelo de neocristiandad que conserve determinadas “formas” sin resolver esta cuestión fundamental.
Si no logra resolverla, o al menos dar testimonio de caminar en esta dirección, seguramente tendrá el mismo destino que el Oráculo de Delfos: caerá en el olvido y la indiferencia. Benedicto XVI habrá cerrado un ciclo.
* Laico católico.

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