EL MUNDO › OPINION

Golpeando un avispero

 Por Claudio Uriarte

Cuando se golpea un avispero es natural que el atacante reciba de respuesta un enjambre de avispas enfurecidas. Eso es lo que está pasando en Irak. Por paradójico que pueda sonar, la escalada de ataques de las diversas resistencias obedece a una mejora en la capacidad operativa militar de Estados Unidos y sus aliados locales, así como al salto de calidad de la legitimidad del gobierno local, surgido de elecciones libres, y que anteayer terminó de lograr, después de más de un mes de difíciles negociaciones, la designación de un gabinete razonablemente equilibrado entre las distintas etnias y confesiones religiosas del país.
Estados Unidos ha reformulado su estrategia contrainsurgente. En cierto modo, se puede decir que la ha dado vuelta completamente. Su primera medida importante tras la invasión de 2003 había sido la disolución del viejo ejército de Saddam Hussein. Eso fue un error, porque arrojó a unos 400.000 hombres de edad y experiencia militar a las calles, donde tenían sólo dos opciones: a) unirse a la insurgencia, y b) dedicarse al saqueo (o una combinación de ambas). Los esfuerzos para reclutar y entrenar a un “nuevo ejército iraquí” nunca tomaron realmente vuelo, porque los reclutas eran blanco fácil para la resistencia. Y los intentos norteamericanos de asumir el rol protagónico en la lucha contrainsurgente también fracasaron, porque la mayoría de los soldados no conoce el país ni entiende su lengua y su cultura.
Entonces, a comienzos de este año, Estados Unidos empezó a rehacer lo que había deshecho. Militares baazistas que habían sido dejados cesantes en la primera fase de la ocupación, muchos de ellos ampliamente conocidos en Irak por su brutalidad bajo el régimen de Saddam Hussein, fueron reconvocados a filas. Aunque estos militares niegan practicar la tortura –por “contraproducente”, según dicen–, la mayor parte del trato que dispensan a sus prisioneros –que incluye simulacros de fusilamiento– no pasaría el mínimo test de las convenciones de Ginebra. En algunos casos, el simple hecho de estar nuevamente al mando surte el buscado efecto de intimidación. Su actividad es particularmente intensa en las cuatro provincias que son foco de la resistencia y que caen bajo el famoso “triángulo sunnita”. Porque ellos mismos son sunnitas. De aquí que en los últimos meses se haya desatado una suerte de carrera contra reloj para ver quién aterroriza más a quién: si los rebeldes o las fuerzas recuperadas de la dictadura de Saddam Hussein.

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