EL MUNDO › LOS NIÑOS QUE NO PODRAN VOLVER A CLASE PRONTO

Un año de vacaciones forzadas

Por J. P. Velázquez-Gaztelu*
Desde Baton Rouge

El huracán Katrina, que arrasó la zona del Golfo de México justo antes de que comenzara el curso escolar en Estados Unidos hace 15 días, ha dejado sin colegio a 400.000 niños. Lo que para muchos de ellos comenzó siendo una pequeña aventura se ha convertido, tres semanas después, en un grave problema para los padres y las autoridades educativas. “Todo esto está siendo una montaña rusa emocional para los niños”, afirma Heather Tucker, que tuvo que abandonar su casa de Nueva Orleans para refugiarse junto a su marido y sus dos hijos en casa de una hermana.
“Al principio estaban encantados viviendo con 28 personas, ocho perros y un gato, pero ahora están aburridos y no sabemos qué hacer con ellos”, añade. Los padres afectados por el Katrina tienen ante sí un dilema difícil de resolver: buscar un colegio nuevo para los niños o esperar a que sus centros habituales estén secos, reconstruidos y listos para reanudar las clases. Los Tucker decidieron que Kimberly, de 13 años, y Robby, de 11, empezaran el curso en el colegio de sus primos, Santo Tomás Moro, en Baton Rouge, e incluso les compraron uniformes nuevos. Pero en vista de que la situación va mejorando en Nueva Orleans, el matrimonio ha optado por regresar en cuanto la luz eléctrica vuelva a su casa. Los colegios de sus hijos planean abrir en las próximas semanas en unas instalaciones improvisadas.
En una región predominantemente protestante como el sur de EE.UU., el sur de Luisiana es una isla católica donde la Iglesia desempeña un papel educativo fundamental. Descontentos con la mala calidad de la enseñanza pública, los padres, sobre todo los de clase media blanca, suelen optar por los colegios religiosos. Las zonas menos dañadas por el huracán en la zona metropolitana de Nueva Orleans comenzarán el curso en octubre, con un mes de retraso sobre el resto del país, pero las más castigadas no podrán hacerlo al menos hasta principios de 2006. Jan Clomburg, una madre de la devastada zona de St. Bernard, afirma que su hijo Alan, de 15 años, está “destrozado” por no poder ver a sus amigos. Alan también echa de menos su Nintendo y su televisión. “Es consciente de que a lo mejor nunca volvemos a casa y a veces piensa que jamás va a volver a ver a sus amigos.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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