EL MUNDO › UNA ARGENTINA RESIDENTE EN CHILE MURIó CON SU FAMILIA. OTROS DOS ARGENTINOS RELATAN SU EXPERIENCIA

Entre el pánico y el vacío de la muerte

Graciela Laikán, residente en Chile desde hace diez años, falleció en el poblado de Curicó, junto con su marido y su hija. El ministro de Gobierno mendocino y el sonidista del grupo Ráfaga dormían y fueron despertados por el terremoto y relataron sus experiencias.

El quinto terremoto más fuerte de la historia terminó con la vida de la argentina Graciela Laikán, que hace diez años vivía en la región de Maule, la más afectada por el terremoto. Otros argentinos lograron sobrevivir al devastador sismo de 8,8 en la escala Richter. Página/12 dialogó con dos de ellos. Antes de la medianoche del viernes, Diego Ricardo se acomodó en el colchón de arriba de una de las tres camas marineras que compartía con sus compañeros de la banda de cumbia Ráfaga, en el piso doce de un departamento a pocas cuadras del Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile. A la misma hora en Viña del Mar, el ministro de Gobierno de Mendoza, Mario Adaro, con su mujer y tres hijas veía el festival de música por tevé, en el piso 20 de un moderno edificio propiedad de una pareja amiga. Unas tres horas después, los dos fueron arrancados de su sueño por el sismo.

Graciela Laikán residía en Curicó, una localidad ubicada en la montaña, entre Talca y Santiago, y fue reportada como la primera víctima de nacionalidad argentina que murió por causa del terremoto. La mujer vivía con su marido chileno y su hija, que también fallecieron tras el sismo en la región, donde se contabilizaron 451 de las 711 víctimas.

El temblor tuvo lugar alrededor de las 3.20. A esa hora Ricardo dormía: “Sentí que alguien me sacudía la cama. Entonces intenté sostenerme contra la pared, pero también temblaba. Salté de la cama y quise apoyar todo el cuerpo sobre la pared. No se podía, el piso también se movía. Todo era un flan”, recordó. El compartía la pieza con cinco compañeros más y aunque es el sonidista de la banda Ráfaga aseguró que no puede describir el ruido del crujir del edificio. “Era como un zumbido constante y extraño. No entendía nada. Hasta que uno de los chicos empezó a gritar: ‘¡Terremoto! ¡Terremoto!’.”

Seiscientos metros más cerca del nivel del mar, Adaro había recostado a sus tres hijas y descansaba tranquilo. Pese a su experiencia de origen (es mendocino) esta vez el sismo borró todas sus intuiciones. Enseguida el edificio de veinte pisos donde se encontraba con su familia comenzó a oscilar bruscamente: “Uno puede recordar los sismos que vivió, pero en casa es distinto porque se puede correr rápido a la calle. A la altura en la que estaba, sólo me quedaba esperar que no pasara nada y mantener lejos de las ventanas a mis hijas. El edificio oscilaba tanto que creía que podían caerse por ahí”, relató el ministro de Gobierno mendocino.

En Santiago, Ricardo sólo atinó a ponerse bajo el marco de una puerta pero “me agarraba del marco y el piso me zamarreaba para arriba y para abajo, y de un lado para el otro. Nos mirábamos entre todos, el temblor no pasaba más. Me di cuenta de que estaba en un piso 12 y me resigné. Esperaba la caída libre, pensé que nos moríamos todos. Hasta que con los chicos empezamos a gritar ‘¡Salgamos! ¡Salgamos!’. El pasillo se movía todo, por las ventanas miraba si los edificios de al lado caían”.

Después de un minuto de terror, el temblor se detuvo y Adaro comenzó a descender por las escaleras de emergencia con su familia. En el piso once la luz se cortó pero rápidamente el grupo electrógeno –adaptado a la construcción antisísmica– entró en funcionamiento para concluir el escape. “Nos quedamos durmiendo en el auto. Se escuchaban las sirenas y los gritos de las personas atrapadas en los edificios que venían desde la oscuridad. No se podía sintonizar ninguna radio. Decidí esperar a que amaneciera, la gente se subía a sus autos y huía pero las rutas de escape iban a estar colapsadas”, relató el experimentado ministro.

En la capital, los once integrantes –cinco bajaron desde el piso diecinueve– de Ráfaga habían escapado del edificio y sentían, shockeados y con la ropa que tenían para dormir, las primeras reacciones después de la tragedia: el ulular de las sirenas y el piso que no dejó de moverse réplica tras réplica. “Todos pensábamos en volvernos a nuestras casas con lo que teníamos puesto. Muchos no quisieron volver a entrar al edificio. Parecía que en cualquier momento todo se iba a partir”, contó el sonidista.

Cerca de las 9 de la mañana, Ricardo tomó valor y fue a buscar documentos y bolsos. Una vez arriba el sonidista observó que la habitación no había sufrido tantos daños, pero el miedo de una réplica que volvió a mover el piso lo hizo bajar rápidamente con bolsos y documentos. Tres taxis a la estación de Santiago y una combi con dirección a Mendoza, y los Ráfaga estaban a salvo. “Durante el viaje me sentía en un bombardeo. Creía que alguien me estaba buscando, quería estar lo más rápido posible en Mendoza. Era todo el tiempo adrenalina, una sensación de que todo tiembla y se parte.”

El ministro mendocino recogió del hotel al cantante Cristian Soloa, también de su provincia –que fue a participar de la suspendida final del Festival de Viña del Mar–, y regresó a Mendoza por la ruta repleta de puentes peatonales derrumbados, de desvíos, de un asfalto que “parecía haber implotado” y de réplicas del derrumbe al pie de las montañas. Ayer, desde su casa, el ministro informó que en Mendoza “mantienen un clima tranquilo ante las posibles réplicas” y colaborarán con el gobierno chileno ante el pedido de agilizar el paso de las aduanas.

Ricardo, también en la calma de su casa de Lomas de Zamora, aseguró estar agradecido “porque a medida que pasa el tiempo, tomo conciencia de la catástrofe por la que pasé y que me salvé de milagro. Con los chicos decimos que nacimos de nuevo”.

Informe: Nahuel Lag.

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“Se escuchaban las sirenas y los gritos de las personas atrapadas entre los escombros de los edificios”, dijo el ministro Adaro.
 
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