EL MUNDO

Inteligentes, pero no tanto

En 1991, las bombas fueron de una sutileza y precisión asombrosas. Pero la información humana que guiaba las bombas a veces no era tan precisa. Y por eso, el 13 de febrero de 1991 una bomba se metió en el búnker de Amiriya, un barrio a 10 minutos del aeropuerto.
Eran las cuatro y media de la madrugada. Las bombas habían acabado días atrás con el suministro eléctrico de la ciudad y muchas familias habían acudido al búnker, donde había luz y se podía ver la tele. Sólo había mujeres, niños y ancianos.
La primera bomba terminó con la vida de 408 personas, muchas de las cuales murieron calcinadas. Y la segunda bomba se metió por el sistema de ventilación con el propósito de asfixiar cualquier resto de vida mediante un gas negro que aún pervive en las paredes.
Hoy, el refugio de Amiriya se ha convertido en un museo que recibe al mes la visita de unos 200 grupos. En la entrada se lee una pancarta: “Este crimen no es una salvajada, sino una evidencia de la cobardía y la falta de leyes”. Y otra al lado que reza: “¿Por qué los inspectores no han inspeccionado el refugio de Amiriya?”.
Cadenas y barras de hierro doradas marcan el itinerario al visitante. Las imágenes de los cuerpos calcinados aparecen en fotos. La directora del museo, con evidente sentido dramático, se sitúa delante de una pared negra y explica cómo ese contorno blanco –”¿lo ve?”– era el de una madre con su bebé, y allí más arriba, el de una anciana, y al lado –”fíjese bien”-, el de una mujer con su traje de novia, lo que muestra, según la guía, que los americanos no sólo acabaron con la vida de la gente, sino con sus sueños.
En la pared del techo se aprecia un boquete de dos metros por donde penetró la primera bomba, dejando los hierros del hormigón como si fueran decenas de serpientes retorcidas. “Los americanos crearon esta bomba en dos semanas. Sólo para destruir el refugio. Entró por ese boquete que ha visto y en este piso no se encontraron cuerpos. Sólo manos, piernas y cabezas. Se puede ver la sangre quemada aún en el suelo. Después de 12 años sólo se explica que esté fresca porque es sangre de mártir”, sentencia la guía. Hay 34 refugios como ése en Bagdad, pero la gente no quiere convertirse en carne de museo.

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