EL MUNDO › ULTIMOS PREPARATIVOS DE LOS SOLDADOS IRAQUIES

Una espera en las trincheras

Por Angeles Espinosa *
Desde Al Hillá

Irak ya no esconde a sus soldados. A la salida de Bagdad, en la carretera que se dirige hacia el sur por el cauce del Eufrates, son cientos los que esperan bajo las palmeras o a la sombra de una tanqueta el momento de entrar en combate. Muchos más pueden estar agazapados bajo las numerosas trincheras y túneles subterráneos que se divisan a ambos lados de la ruta durante los 90 kilómetros hasta Al Hillá, la capital de la provincia de Babilonia. Tal como recordó ayer el presidente Saddam Hussein, Irak sólo ha empleado hasta ahora un tercio de su ejército. Los iraquíes esperan bajo tierra la llegada de los soldados estadounidenses. En Al Hillá, el horror ronda los hospitales.
La carretera está limpia. Sólo los habituales puestos de control al pasar cada ciudad, en los que el autobús de los periodistas ni siquiera se detiene. Hay tanto tráfico de entrada como de salida de Bagdad. Pero una vez que se supera la vía de circunvalación de la ciudad, empiezan a verse esos camiones rusos que hace apenas dos meses esperaban la pintura de camuflaje en un aparcamiento a las afueras de Mahmudia. El resultado no ha sido perfecto y el azul original de esta importación de doble uso aún se percibe bajo la capa de caqui. Sobre ellos, decenas de soldados apiñados hacen la “V” de la victoria camino del frente.
En Mahmudia, Iskandariya, Musayab y Mahawil, las cuatro localidades antes de llegar a Al Hillá, la vida parece continuar como si nada. Las mujeres trajinan en los puestos del mercado, los niños juegan en la calle y los hombres que no han cogido un fusil ven pasar el tiempo desde las aceras. Y sin embargo, también aquí llueven las bombas norteamericanas. Hace cinco días que el mercado de Mahmudía tembló por un misil. Milagrosamente, no hubo víctimas.
A primera vista, no hay un gran despliegue militar. No obstante, bajo la espesa capa de arena que ha recubierto el país tras la última tormenta, se percibe la tierra revuelta. Aquí, un montículo esconde un camión. Allí, un agujero da fe del inicio de un túnel. Por todas partes hay trincheras y soldados. Esos soldados que no necesitan raciones asépticas y enlatadas, sino que aguantan días y días con un poco de pan y arroz por todo alimento. También se ven piezas de artillería camufladas bajo redes o con ramas de palmera. Igual que en las películas. Sólo que en este decorado los muertos no van a levantarse cuando alguien se decida a decir “¡corten!”.
Lo saben bien en el hospital central de Al Hillá que soldados y civiles han abarrotado durante la última semana. Hay camas hasta en los pasillos. En el vestíbulo, Yasem Jasal resume toda la tragedia que desde el pasado jueves ha vivido esta capital de provincias de medio millón de habitantes. Fuera de sí, exhibe 15 certificados de defunción. Corresponden a los 15 miembros de su familia con los que viajaba el lunes cuando un helicóptero Apache abrió fuego contra su furgoneta. Cuenta que vio a su hermano sin cabeza y esa imagen vuelve una y otra vez a su cerebro. A él van a darle el alta, pero ¿a dónde irá?
Arriba, los dos primeros pisos se han convertido en un muestrario de los horrores. Ibrahim Abdel Yafar tiene seis años y está herido en el abdomen. Su madre cuenta que otros dos hermanos también resultaron alcanzados por las esquirlas. A Jafaf Hashem, de 13, le han amputado una mano y tiene la pierna derecha llena de metralla. Lloriquea de dolor. En su familia hubo 10 muertos. Y así hasta más de un centenar. Todos vecinos de Nader, un barrio popular al sur de Al Hillá que la mañana del martes se convirtió en un infierno. “Nos bombardearon en pleno día”, explica un incrédulo Rahim Hasan Obeid, de 73 años, “vi venir los aviones: primero cayó una bomba cerca y luego, la segunda, casi encima”. El no salió muy mal parado.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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