EL MUNDO › COMO ERA MOHAMMED AL-GHOUL, EL SUICIDA DEL MARTES

La vida de un futuro kamikaze

Por Peter Beaumont
Desde el campo de refugiados de al-Faraa

Las fotos de Mohammed al-Ghoul, el terrorista suicida que se voló en Jerusalén el martes en un ómnibus atestado de niños y estudiantes, muestran a un joven con aspecto de estudioso. Su familia y sus amigos dicen que en los días previos a su ataque, que mató a 19 personas e hirió a más de 50, no dejó entrever lo que planeaba hacer. Vio el Mundial de Fútbol por televisión con sus amigos y hermanos, y expresó su esperanza de que ganara Brasil, el equipo del que era hincha.
Dos semanas antes había asistido al casamiento de su hermano mayor, Zakaria. En la ceremonia parecía feliz, molestando a su padre acerca de cuándo encontraría una novia para él, así se podría casar, construir su propia casa e iniciar una familia. Dos días antes de morir, volvió al tema de sus planes para tener su propio hogar. Por eso su familia está tan asombrada por su decisión. En su hogar en el campo de refugiados de al-Faraa, cerca de Nablus, su padre y sus hermanos decían ayer que no podían creer que se hubiera suicidado.
Pero al-Ghoul, de 22 años, tenía un secreto. Mientras estaba estudiando en la Universidad de an-Najah, cuyo consejo de estudiantes está dominado por el grupo militante islamista Hamas, un compañero, un amigo o quizás un maestro lo reclutó para asesinar. “Era mi hijo querido, por supuesto que no quería que se matara –dijo ayer su padre Ha’aza–. Si me hubiera pedido consejo, le hubiera dicho que no lo hiciera.” Su hermano Amjad, un maestro de ciencias de 38 años, concuerda: “Hubiera tratado de detenerlo si hubiera sabido”. La historia que cuentan es la de un joven estudioso que esperaba obtener un doctorado en estudios islámicos.
“Era religioso –dijo Amjad–, pero no fanático o militante. Yo conocía su simpatía por Hamas, pero hasta donde yo sé no era un activista. Su mente era muy científica, no religiosa. Era un muchacho tranquilo. Nunca había sido arrestado. No lo buscaban. Nunca había sido interrogado. Tenía buenas notas en la escuela. Decía que no le gustaba la idea de que se matara a civiles. Pero nadie lo forzó a esto. El eligió esta ruta. Tuvo una buena vida, una buena educación. Estaba esperando estudiar para obtener su doctorado.” En todos estos aspectos era perfecto para la tarea asesina planeada por Hamas. Discreto, desconocido, y con un hermano trabajando en el hospital oftalmológico de Jerusalén, pasaría inadvertido, según podía esperar el hombre que lo reclutó. Calzaba en el típico perfil también de otras maneras. Algo solitario y serio, bien educado, y quizás impresionable, todavía no había encontrado su camino en la vida.
Otro hermano entra a la oficina de la comunidad donde los amigos llegan a dar el pésame. Saca de su billetera y desdobla un pedazo de papel: la nota suicida de Mohammed, escrita el día antes que muriera, y dejada entre sus libros. Es un extraño documento que vuelve evidente que ha escrito una última carta dos veces antes, sólo para echarse atrás con el ataque.
A pesar del lenguaje estilístico del shaheed (mártir), es el último testamento de un hombre inseguro. Dice que nunca “odió la vida”. Ruega que Dios lo perdone si comete un error. Dice que no quiere matar “por el hecho de matar sino para que otros puedan tener vida, pero que es “bueno matarse mientras uno mata”. Su padre está desconcertado. “Leí la nota. Pero todavía no entiendo por qué lo hizo mi hijo.”

Traducción: Celita Doyhambéhère.

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