EL PAíS › EL GOBIERNO SIGUE JAQUEADO POR LA CINCHADA ENTRE BANCOS Y AHORRISTAS

No es fácil que “gente” rime con “Presidente”

La mirada del oficialismo sobre “la gente”. Las otras conflictividades. Los estatales entran en escena. Sale uno de los bancos y lo reemplaza uno del FMI. Rezongos sobre Remes. Menem y Cárdenas: quid pro quo. ¿Y el futuro?

Por Mario Wainfeld

“Si todo el mundo tiene un presidente que por lo menos rime con la gente.
Cuando el reparto sea más coherente tendremos un planeta con identidad”
Rubén Rada, “Quién va a cantar”.

El politólogo sueco, especializado en estudiar la política argentina, vuelve al país que es su amor y su objeto de estudio. Le fue fácil convencer a sus superiores de la necesidad de una beca por algunos meses. Al fin y al cabo, Argentina sigue siendo un laboratorio fascinante: recambios presidenciales en cuestión de horas, tránsito imperceptible del presidencialismo a un parlamentarismo criollo sin mediar reformas legales, viaje sin escalas de la Caja de Conversión a la flotación sucia. Emergencia del cacerolazo, nueva forma de participación que ya tiene sus imitadores en el Cono Sur.
Nuestro científico sabe que tiene mucho para investigar y contar. Y tuvo también otro argumento irrebatible: Argentina era, cuando él la dejó a principios de diciembre, un país carísimo. Hoy en cambio, todo puede comprarse con un puñado de flamantes euros.
A mil por hora
“El peronismo vuelve a gobernar. Nada tendría esto de antinatural siendo el único partido que se mueve mejor como oficialista que como opositor. Lo llamativo es que –por primera vez en su saga– no llega al Ejecutivo acompañado por el voto popular. La Argentina suele prodigar a sus presidentes mayorías o primeras minorías imponentes. El PJ por caso, jamás llegó a la Rosada con menos del 50 por ciento de los votos. Esta vez lo unge un acuerdo parlamentario, huérfano de toda tradición previa, urdido por legisladores desacreditados, incapacitados casi todos para concitar adhesiones y limitados hasta para tomar café en algún lugar público. Débil como ninguno en su legitimidad de origen, Eduardo Duhalde sabe –y lo ha dicho– que casi no tiene espacio para el error, que cualquier paso en falso puede significar el final del juego.”
Nuestro cientista social lee el comienzo de su primer informe. No le parece mal, pero desea hacer un estudio de campo. Se va para Plaza de Mayo, a ver qué se cocina en la Rosada y a hacerse de algunos pesos, arbolitos mediante.
La Casa Rosada, el Congreso funcionan a mil, como ya es costumbre. Los argentinos consideran corruptos y vagos a todos sus dirigentes. Generalizan demasiado en la primera imputación y se equivocan en la segunda. La política nacional funciona de lunes a lunes, sin feriados, sin horarios de cierre. La productividad de tamaño activismo es opinable pero ese es otro cantar. “Estamos trabajando”, dicen a cada rato todos los funcionarios, con Duhalde y Carlos Ruckauf a la cabeza, tratando de disipar arraigados enconos y prejuicios de “la gente”.
Es que este gobierno, nacido al son de las cacerolas, siente todo el tiempo el aliento de la gente erizándole los pelitos de la nuca.
Conocedor de los tics y chicanas propios de los peronistas, el sueco se acerca al Parlamento y a la Rosada convencido de que los legisladores y los funcionarios –en voz baja, sin que nadie oiga– se apartarán de los discursos oficiales y despotricarán contra “la clase media porteña”, tan gorila ella. Pero no hay tal. En los pasillos, en los despachos, la sumisión a “la bronca de la gente” es pareja con la que se oye en los discursos oficiales, la que campea en la radio y en la tele. Las razones de los deudores confiscados son inapelables y su poder no menor. Sea porque los entienden, sea porque es absurdo desafiarlos en el Gobierno nadie se molesta en desmerecerlos o cuestionarlos, todos piensan en cómo contenerlos. “Duhalde lo explicó de movida. Acá coexisten dos conflictividades, la de los sectores más humildes y la de las víctimas del corralito. Esta es la más peligrosa, la menos manejable, en especial para nosotros. Tenemos que contenerla. Y evitar que los dos reclamos confluyan de alguna manera.” Un funcionario con amplio despacho en la Rosada explica cómo funcionan las bombas del descontento.
Esa obsesión precipitó un error inaugural y garrafal de Duhalde: prometer que los depósitos bancarios se devolverían en las monedas de origen. Promesa excesiva nacida empero de un diagnóstico correcto. El Presidente ayer confesó que no cumplirá, en alarde de sinceridad que habrá que ver si alcanza para atemperar la bronca de las cacerolas.
“La gente tiene que entender que nosotros estamos de su lado y no con los bancos”, explica otro habitante de Balcarce 50. Encontrar un enemigo común es una vieja sabiduría de la política y los peronistas, duchos en reposicionarse, dicen haber encontrado uno. Habrá que ver si convencen al otro extremo de la cinchada.
En el fondo, el FMI no es tan malo
Esa opción sirve en parte para explicar una de las decisiones públicas más conflictivas de estos días: la eyección de Roque Maccarone del Banco Central y –aún más que esa salida– su reemplazo por Mario Blejer.
Era de libro que debía haber cambios en el BCRA. “El doble comando de la economía no puede existir más”, describen en el ala política del Gobierno. La autonomía del BCRA tenía mucho que ver con la abolida lógica de la convertibilidad. Una nueva ecuación exige mayor subordinación –como piso, mucha más coordinación– con Economía. Maccarone se mandó solo, contra Economía y, peor, contra “la gente”. En el Gobierno hicieron cola para empujarlo hacia afuera.
“Roque es honesto pero tiene su corazoncito con los bancos y eso en este gobierno no se banca”, sintetiza un duhaldista de ley. Su pensamiento es congruente, bastante más simple de compartir que su análisis sobre la sucesión.
–¿Blejer no tiene su corazoncito? –pregunta Página/12.
–Blejer es un hombre de confianza del FMI –pinta, quedándose corto, pero sin mentir el funcionario–, pero el Fondo en este momento no es el enemigo. Con el Fondo hay que arreglar y dejarlo a Blejer es todo un gesto.
Seguro que sí, pero también un síntoma de cuán enrevesada es la apuesta a “la gente”, tal como se la obra en la Rosada y en Hacienda.
¿Entenderá “la gente” la sutil diferencia entre el FMI y los bancos, sobre todo cuando el FMI vuelva a imponer su doble comando a la economía argentina?
Los otros conflictos
Los peronistas se perciben en mejor capacidad para prevenir y ponerle el pecho a otros conflictos sociales. Le ponen las fichas a la destreza proverbial de sus gobernadores para contener y conducir a los más pobres. Chiche Duhalde avanza a machamartillo con la implementación de planes alimentarios que eliminen intermediaciones punteriles y que permitan la compra directa de bienes esenciales por parte de los argentinos más necesitados.
En la Rosada y aledaños se entusiasman con las medidas: si no se envían cajas con comida se pone una valla alta a las movidas de punteros y caudillos locales, amén de ahorrarse gastos burocráticos de transporte. La compra directa alude mejor a la libertad del necesitado, redondean. Tal vez la necesidad devenga virtud: los argumentos demuestran que el oficialismo reconoce cuántos pillos y truhanes enriquecen sus redes partidarias. Pero, en definitiva, cualquier prestación estatal implicaintermediaciones, alguna discrecionalidad, decisores. Y será toda una tarea para el PJ controlar a sus propias huestes en horas de grave necesidad.
Para colmo, un nuevo tipo de conflicto disparó en estos días. A los desocupados (que por ahora no saquean) y los ahorristas (que cacerolean con baja intensidad) se suman los empleados públicos de la provincia que ni una Lecop vienen viendo. Ese fue el tono general de muchas puebladas en especial anteayer. Se trata de trabajadores sindicalizados, muchas veces con conducciones bastante rebeldes y muy poco permeables a la conducción peronista. Para peor, Dios lo sabe, si algo pulula en las provincias, son los empleados públicos. En un marco de ajuste perpetuo son otra luz de alarma para un gobierno al que –en términos de video game– le quedan pocas vidas.
Algunas internas hay
El Congreso, la Rosada viven en jaque perpetuo pero una mirada avezada registra un importante cambio de tono si se compara con el clima imperante hace un mes, cuando Fernando de la Rúa quemaba sus últimos y penosos cartuchos.
Hay menos angustia en los protagonistas. El sueco lo explica por un dato institucional y uno cultural. El primero es la holgada mayoría parlamentaria con que cuenta la coalición peronista-radical. El segundo: los correligionarios se apunan cuando deben tomar decisiones, mal que no padecen los compañeros, más curtidos a las alturas del poder.
“Además no tenemos internas. Con tantos problemas no nos queda tiempo”, repiten voces oficialistas acá y allá. Es una verdad parcial. El Gobierno, armado a partir de la urgencia, tiene una marcada homogeneidad que impide las chispas. Y hay una llamativa semejanza en las declaraciones públicas de los funcionarios públicos de una administración que comunica mucho mejor que la de la Alianza.
Pero un gobierno que toma decisiones autocontradictorias cada 24 horas necesariamente genera roces y críticas. Son audibles, si se habla con reserva del interlocutor, las quejas del “ala política” (incluyendo miembros del gabinete y legisladores) sobre Jorge Remes Lenicov. Demasiado “técnico”, demasiado indeciso, dubitativo ante las presiones de “la gente”, se quejan. “A veces hace falta ser un toro, como era Cavallo”, se atreve a decir un diputado de los que tallan fuerte y de los que se insultaron feo con Cavallo varias veces.
Revolvedores de río
“El Gobierno es vulnerable a las fluctuaciones del dólar. Tanto que –seguramente– habrá de existir alguna paridad que implique su caída. Y es también sensible a los cacerolazos. Tanto que determinado nivel de decibeles podría eyectarlo. Es muy difícil administrar así, un día a día de pesadilla”, se conduele y metaforiza el sueco.
Por si eso fuera poco, hay otros actores que buscan pescar en río revuelto. Uno de ellos, el mielero Carlos Menem quien no renunció a su ambición de poder pero que parece haber resignado cualquier posibilidad de hacerlo sufragios mediante. Abanderado fervoroso de los intereses del gran capital foráneo, el presidente del PJ (sí, y hasta el sueco argentinólogo se admira, sigue siendo el presidente del PJ) parece haberse puesto en oferta para alguna alquimia reaccionaria y antipopular.
En igual sentido suenan algunas voces del establishment financiero que empiezan a sacudir el espantajo de la movilización de izquierda. Un funcionario de Economía vio días atrás a Emilio Cárdenas (un eterno postulante a ministro de Economía) sembrar pánico en una reunión con dueños y ejecutivos de bancos y embajadores extranjeros, entre otros invitados VIP. “Hablaba de la Argentina como si fuera un país poblado porguerrilleros y de Quebracho como si fuera el Ejército Rojo”, graficó el funcionario. Los banqueros, paranoicos por la bronca de la gente y los ataques a entidades financieras, parecían buen caldo de cultivo para esas desmesuras.
Espías de toda calaña y comunicadores con vocación de servicio (de inteligencia) azuzan versiones sobre posibles golpes. En el Gobierno se las minimiza, aunque aquí y allá se acusa de golpista a Menem y –en menor pero no nula proporción– a José Manuel de la Sota.
Los rumores parecen desmesurados. Por ahora. Así y todo, en aras de intereses que exceden largamente al actual oficialismo cualquiera con buena onda les daría un consejo. Si se habla de sordos ruidos de corceles y de aceros tras los muros, habría que recapacitar si el general honoris causa Horacio Jaunarena es el mejor representante de los intereses de los ciudadanos en materia de Defensa.
Por favor, que rime
“Hace unos meses todas las miradas confluían en el riesgo país. Día a día, hora a hora. Ahora todos están pendientes de la cotización del dólar. Es un dato que impacta más directamente los intereses personales de cada argentino, pero igual es invivible una sociedad que está en un perpetuo y agitado presente.” El sueco derrapa a la (mala) literatura cuando se acerca la hora de cenar.
Pero le sobran razones. La lógica del “modelo”, el liberalismo extremo que lo alentó determinó que los argentinos renunciaran como comunidad a todo planeamiento de su futuro. Implotado el país convertible, la carencia de alguna propuesta estratégica, de un mínimo planeamiento indicativo, sigue en pie. Los discursos públicos emitidos en estos días por el ministro de la Producción José Ignacio de Mendiguren –cuya relación con Economía dista mucho de ser idílica– espejaron una entristecedora pobreza en tal sentido.
El Gobierno, que arrancó proponiendo pulsear con sectores del privilegio parece haber perdido ímpetu, destreza. O pulseadas. Las petroleras le esquivan el cuerpo a la jeringa. Y los bancos, denostados en el discurso oficial, parecen prevalecer a la hora de repartir los costos de la emergencia.
Y, sin embargo, como siempre ocurrió en la desdichada democracia argentina, es el Gobierno el recurso de la gente de a pie, el factor que puede compensar las inequidades, equilibrar los poderes, paliar la injusticia.
Como rezan los versos del epígrafe, “gente” (esa palabreja tan gaseosa cual inevitable) rima perfecto con “Presidente”. El problema, que ojalá no se repita en un gobierno que alude todo el tiempo a “la gente” es que los presidentes –piénsese en el que se entretiene en el Senado, el que se esconde en Villa Rosa, el que conspira en Puerto Vallarta– lo olvidan más pronto que tarde.

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