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El plan de Giacomino

El jefe de la Federal es un apóstol de la mano dura que desde que asumió creó el ambiente para crímenes policiales como el que le costó la vida a Ezequiel. Amigo y protegido de Ruckauf, Giacomino usa la inseguridad para expandir sus poderes y avanzar sobre Gendarmería y la Bonaerense. En el fondo, es una pelea para quedarse con el botín del delito y el chantaje.

Por Laura Vales y Raúl Kollmann

El jefe de la Policía Federal, Roberto Giacomino, protagonizó en los últimos dos meses una furibunda apología de la mano dura y un reclamo a los ciudadanos para que “participen en la guerra contra delincuencia”. Así creó el clima de violencia y patoterismo policial en el cual sus hombres -entre otros hechos– terminaron tirando al Riachuelo a Ezequiel Demonty y a sus dos amigos. Ayer, salió a decir que los policías que mataron a Ezequiel son traidores y le dan vergüenza, pero él los alentó desde el discurso durante las últimas semanas. El verdadero plan de Giacomino –con Carlos Ruckauf, su mentor, en las sombras– no consiste en mejorar los índices de seguridad sino en usar la inseguridad para acumular un enorme poder para la Federal, lo que incluye una política nunca vista de expansionismo.
La Federal se quiere quedar con la conducción de una gigantesco área de Inteligencia Criminal y supervisar a la Bonaerense. Impulsó el desplazamiento del jefe de la Gendarmería, hizo sacar de la custodia de los trenes a esa fuerza, busca monopolizar la investigación sobre los secuestros extorsivos, quiere quedarse con el Registro Nacional de Armas (Renar), trata de poner los dos pies en Inteligencia Fiscal –el área impositiva que hace las investigaciones más sofisticadas–, acumula ya 9000 hombres en el interior y puso en marcha un inmenso sistema de pago de horas adicionales en el fútbol, la custodia de los ministerios, los trenes y las rutas. Con lo que recauda una verdadera fortuna ya que, como consta en varias causas judiciales, factura la presencia de un número de agentes, pero en verdad envía muchos menos.
El padrino
Giacomino se encumbró como jefe de la Policía impulsado por Carlos Ruckauf, de quien fue jefe de custodia en la vicepresidencia y luego acompañó a la Gobernación. En total, fueron seis años en los que el comisario siguió a sol y a sombra al principal vocero político de la mano dura. Cuando Ruckauf abandonó la Gobernación, Giacomino siguió siendo su jefe de custodia. Se había convertido en uno de sus principales hombres de confianza. En el libro El hombre que ríe, el periodista Hernán López Echagüe cuenta que las funciones de Giacomino trascendían “largamente la protección de su jefe; asesoraba a Ruckauf en cuestiones de seguridad pública y asuntos de negocios” y “con llamativa frecuencia viajaba al extranjero en representación de Carlitos para llevar a cabo misiones inefables”.
Ruckauf presionó por su nombramiento en la cúpula de la Federal en la semana del 20 de diciembre, cuando la represión en la Plaza de Mayo dejó cinco muertos y arrastró al entonces titular de la fuerza, Rubén Santos. Unos días antes, en vísperas de la caída de Fernando de la Rúa, el gobernador había considerado que el Estado de sitio frente a los cacerolazos no era suficiente, reclamó la implantación de la ley marcial y pidió el envío de tropas del Ejército para defender la Casa de Gobierno provincial. No faltan quienes dicen que una parte de los asesinatos cometidos por policías federales aquel 20 de diciembre fueron perpetrados por una patota uniformada que tenía como objetivo desplazar a Santos y poner en su lugar a Giacomino.
En la Casa Rosada todos saben que Giacomino tiene buena relación con Eduardo Duhalde, con quien goza del privilegio de un vínculo de puertas abiertas. También es parte de la cosecha de su pasado de guardaespaldas; el comisario fue jefe de la custodia vicepresidencial desde la época de Víctor Martínez, pero algunos aseguran que se hizo fuerte en tiempos anteriores, cuando custodiaba a Jorge Rafael Videla. Sea como sea, está claro también que su poder nace centralmente de Ruckauf y se asienta enlos grupos económicos que piden tolerancia cero y mayor control del conflicto social. En la Federal no hay antecedentes de custodias que hayan llegado a altas jerarquías, porque el policía no viene del área de operaciones, en donde se hace carrera.
El ascenso del jefe de custodia de Ruckauf es leído por esto en ámbitos políticos como un síntoma de nuevos tiempos. “Antes buscaban apoyo en las Fuerzas Armadas” definió un hombre del Gobierno, “ahora, además, buscan el respaldo de la Federal”.
Su primera medida fue una señal de endurecimiento frente al conflicto social: recreó los cuerpos antimotines, que se habían ido disolviendo desde finales de la dictadura. Simultáneamente, coincidieron dos funcionarios vinculados al área de seguridad del Gobierno, en una iniciativa menos visible, pero de consecuencias más vastas Giacomino se concentró en reforzar la inteligencia de la Federal.
Giacomino y el Riachuelo
En las últimas semanas, el jefe de la Federal hizo las siguientes declaraciones:
- “Hay que darle más poder a la Policía, que tiene las manos atadas”.
- “Hay que reducir la edad de imputabilidad de los menores”.
- “La protesta social termina favoreciendo a la delincuencia”.
- “Por la protesta social no podemos atender el delito como quisiéramos”.
- “Los derechos humanos están sólo para un sector, no para los policías”.
- “Tenemos que volver a los edictos. Tiene que haber normas que tipifiquen, encuadren y hagan punible todo acto que esté reñido con la moral y las buenas costumbres”.
En esta línea que identifica pobreza con delincuencia y reclama para la Policía la facultad de controlar la moral, actuaron los efectivos que obligaron a Ezequiel Demonty y sus amigos a saltar al Riachuelo. Eran pobres (igual a delincuentes), jóvenes (igual a peligrosos) y por ello les pegaron brutalmente y los tiraron a la muerte.
Más poder para la Federal
El discurso de la mano dura también estuvo en boca del ex jefe de la Gendarmería, Hugo Miranda. Sin embargo, a Miranda le costó el puesto y Giacomino sigue en el suyo. Sólo hay dos explicaciones al fenómeno. La primera es que hay una extraña alianza entre el Gobierno y Giacomino. La segunda es que la Federal venía operando fuertemente para desplazar a Miranda. Sucede que el ex jefe de la Gendarmería, una especie de caudillo, había avanzado sobre alguna de las áreas y los negocios de la Federal:
- Las empresas ferroviarias hicieron la experiencia de que gendarmes custodien los trenes. El resultado fue asombroso: el delito bajó a más de la mitad. La razón es que los policías liberaban zonas, tenían pactos con vendedores ambulantes y bajo sus narices había extraños manejos respecto de los boletos. Sin embargo, la Federal puso presión y frenó la intención de las empresas de reemplazar a policías por gendarmes.
- La Gendarmería se convirtió en una especie de referente nacional en temas de pericias, desplazando a la Federal.
- Hubo fuertes disputas por las custodias en las embajadas y puntos a preservar por razones de terrorismo. En los dos atentados, el de la Embajada de Israel y la AMIA, los policías federales no estaban en sus puestos. Hace dos años, los gendarmes reemplazaron a los policías en las custodias, pero al final todo volvió a lo de antes. Las custodias significan 4.50 pesos por hora y aunque Giacomino dice que de esa manera se mejoran los ingresos de los policías, hay pruebas de que también existen los negociados. Por ejemplo, el juez Adolfo Calvette investiga una causa típica: a un partido se dijo, por ejemplo, que se habían mandado 500oficiales para la custodia, pero en verdad fueron la mitad y obviamente alguien se quedó con el dinero.
Y todavía más poder
Lo primero que hizo Giacomino cuando asumió fue reflotar la Policía Antidisturbios: “Los cuerpos antimotines se habían ido disolviendo básicamente porque no sirven para recaudar. La corrupción allí surge de maniobras con el combustible, los arreglos de los vehículos y la comida, pero no es lo mismo que la inmensa recaudación que proviene de los acuerdos con la prostitución, el juego clandestino y hasta los quioscos de droga”. Lo admitió un hombre del Gobierno, haciendo referencia a, por ejemplo, la causa que investiga el juez Jorge Baños respecto de la relación de personal de la comisaría 15ª con los prostíbulos del microcentro, o a la causa del juez federal Jorge Urso sobre personal de la Policía Federal involucrado en un desarmadero de automóviles y comercialización de estupefacientes o la que investiga María Romilda Servini de Cubría sobre zonas liberadas en Retiro. Pero Giacomino vio que los grupos antimotines sirven para acumular poder y reorganizó Infantería, Tránsito y la Policía Montada, a los que puso en manos de un comisario mayor, jerarquizando el área.
Igualmente la mayor ofensiva de la Federal vino en el terreno de la Inteligencia. Logró el visto bueno para realizar operaciones de inteligencia en territorio de la provincia de Buenos Aires, un hecho inédito ya que significa supervisar a la Bonaerense. En el llamado Comité de Crisis establecido para afrontar la grave situación de inseguridad, la Federal consiguió esa atribución pero –según afirman las demás fuerzas– se guarda toda la información para sí: hasta el momento no aportó un solo dato para enfrentar a las bandas.
Pero, además, la fuerza hizo un fuerte intento de monopolizar la jefatura de un área llamado Inteligencia Criminal a nivel nacional. Finalmente, el secretario de Seguridad, Alberto Iribarne, bloqueó la intentona y él mismo estará a cargo, pero la Federal hace circular el informe de que –en competencia con la SIDE– manejará toda la información sobre bandas, secuestros, narcotraficantes y organizaciones criminales. También hubo un conato para ingresar a la Aduana, a Inteligencia Fiscal y puso en marcha un proyecto para que el Renar, el organismo en el que se registran las armas, pase del Ministerio de Defensa al de Interior, o sea más cerquita de la Federal. Por ahora, la intentona no prospera.
Giacomino se quiere ahora desmarcar de sus hombres que mataron a Ezequiel. Pero la muerte en el Riachuelo se convirtió este fin de semana en la cara visible de un vasto plan de poder en el que está embarcada la Federal de Giacomino. Detrás del discurso sobre la seguridad, se esconde la estrategia de avanzar en la construcción de una fuerza que domine casi todo, desde las operaciones de inteligencia hasta el control de las armas, se mezcle con la “moral y las buenas costumbres” de los ciudadanos y esté a mano para cualquier jugada de corte antidemocrático.

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