EL PAíS › OPINIóN

¿El incendio y las vísperas?

Segunda carta abierta a la presidenta CFK

 Por Mempo Giardinelli

Señora Presidenta: Con todo respeto, nuevamente me permito reflexionar como cuando le escribí, hace meses, a propósito del Tren Bala.

Esta semana asistiremos a una crucial votación en el Congreso, y las matemáticas parlamentarias prefiguran un resultado muy riesgoso, porque lo que se juega no son solamente las retenciones. Quizá tampoco la suerte de la democracia, pero sí, seguro, la del Gobierno que usted encabeza. No por nada mi coterránea Elisa Carrió ya dijo en su tono apocalíptico que el Gobierno “está en una situación de jaque mate”.

No sé si es así, pero esas graves palabras delatan el espíritu instalado en la porción de sociedad que los porteños llaman “la gente” y que refiere a las clases medias urbanas que tanto la odian a usted. Un odio irracional y lleno de resentimiento como no tuvieron hacia los dictadores ni hacia Menem, como bien señaló José Pablo Feinmann. Pero es lo que hay, y es un odio desestabilizador que a mí, como a muchos argentinos, nos produce temor.

¿Es que acaso estamos asistiendo a ese golpe cuya sola mención espanta a muchas buenas conciencias intelectuales, pero que poco a poquito va desestabilizando su gobierno? Claro que no hay una conspiración, nadie podría probarla, pero sí han preparado sutilmente un clima propicio para que esta crisis sólo pueda terminar, acaso, con la renuncia de usted.

Entonces uno se pregunta: ¿por qué no reaccionan políticamente, Señora, por qué su gobierno no cambia?

Porque vea: es verdad que han ganado las últimas elecciones con el 46 por ciento de los votos. Es verdad que les sobra legitimidad y tienen mayoría en el Congreso. Es verdad que millones de argentinos están de su lado en ese asunto de las retenciones móviles. Es verdad que los que se autocalifican “el campo” no tienen el apoyo masivo que dicen tener, y en la gran mayoría de las provincias no les dan bola a las cuatro entidades, para decirlo mal y pronto.

Yo he visto, y veo, cómo muchísimos laburantes de clases medias bajas y del pobrerío nacional hacen silencio y miran con hartazgo esta demanda de hidropampeanos que no son todos tan pequeños. Porque nadie que tenga o trabaje más de 150 o 200 hectáreas puede considerarse tal. Los verdaderos pequeños son los miles de campesinos que trabajan de tres a diez hectáreas, y sin títulos de propiedad. Ellos no “hacen soja” ni están representados por la mesa de enlace patronal.

Además, los chacareros que lidera el señor De Angeli son minoría y un “enchastro” ideológico –para decirlo con palabras de él– llámense nueva derecha o vieja izquierda. Pero tienen medios detrás. Que fogonean una “prepotencia gubernamental” que no vieron cuando de veras la hubo, y una “oportunidad histórica” cuya pérdida no es tal.

Parece que los están corriendo con la vaina, Señora. Y por momentos da la impresión de que ustedes son como un automóvil que va a estrellarse. Y con ustedes nosotros, los argentinos que no tenemos ni una vaca ni un metro de tierra; los que pagamos impuestos sin chistar ni haciendo trampas; los que no queremos que vuelva el neoliberalismo que hoy procuran reinstalar las cuatro entidades y casi toda la oposición, se den cuenta o no.

Usted ha de leer y escuchar lo que escriben y dicen los exegetas todo terreno de la desestabilización. Están agrandados: se sienten republicanos y nuevos padres de la patria. No van a acatar una ley que no les guste. Sueñan con verla huir de la Casa Rosada en helicóptero. Están decididos a todo. “Jaque mate”, se ilusiona Carrió.

¿Cómo es que en su gobierno y en su partido no lo ven, Señora? ¿Cómo no se dan cuenta de que si sale la ley como la mandaron y por pocos votos, se viene la sedición neoliberal? Algunos ya lo dijeron y otros eluden decirlo, pero no van a acatar esa ley. Y guarda que este jueves les puede pasar como a Alfonsín con la ley Mucci, cuyo rechazo fue el inicio del fin de su gestión.

Y si acaso la ley sale como su gobierno quiere, el último camino legal –y ellos lo saben– será reprimirlos. Cosa que ustedes no han hecho y no deberán hacer, y eso es algo bueno que este país les debe a su marido y a usted.

Claro que en medio de un montonal de metidas de pata, todo sea dicho. Porque disculpe la franqueza, Señora, pero ustedes a cada rato dicen cosas inoportunas. Cada vez que habla un Fernández, la verdad es que uno tiembla. Siempre hablan provocando, calentando.

Yo no sé si realmente es su marido el malo de esta película, como dicen. No me hago eco de los ladridos a la luna que pueblan la Argentina. Pero admita que no tuvo usted sabios consejeros ni buenos alfiles. Ahí está la detención del señor De Angeli hace un par de sábados; no pudieron cometer torpeza mayor. Y los errores políticos se pagan. Siempre. Usted lo sabe, Señora. Rectifique a tiempo, entonces. Y sobre todo, tome decisiones urgentes. No puede ser que a esta altura de la crisis ustedes todavía no dicen ni una palabra de los minifundistas, que son el verdadero campo de este país y esos sí que están jodidos, Señora, disculpando la expresión.

Aunque sea por supervivencia política, usted debería anunciar una profunda reestructuración del gabinete. Cambie, Señora. Renueve, oxigene. En agricultura y ganadería, en transportes, en aduanas, en impuestos. Quizá también podría anunciar la creación de un Organismo Nacional de Granos y Carnes, y convocar al debate de un Plan Agrario proyectado a 30 años. ¿Qué tal replantear el Tren Bala como parte final de un Programa Nacional de Recuperación Ferroviaria? ¿Qué tal discutir un nuevo plan de coparticipación federal y de retenciones; anunciar la finalización de los superpoderes para 2009, y de una vez reconocer a la CTA, que es la organización obrera que le ha sido más leal y sin chantajes? Usted podría hacer muchas de estas cosas en las próximas horas. Y no hablar más de redistribuir riqueza, al menos mientras su gobierno siga favoreciendo a los grandes pools, las concentraciones económicas y los intereses menos distribuicionistas de este país.

Porque lo que se viene es bravo. Salga la ley que salga, quedarán afuera los campesinos verdaderamente pequeños, millones de seres humanos que fueron expulsados de sus provincias y hoy se hacinan en villas urbanas. Ellos no se interesaron en este conflicto porque son argentinos que padecen hambre, de-socupación, violencia, frío, inundaciones, explotación y hasta el robo de sus tierras, echadas a perder por abogados y glifosatos.

Se vienen otros debates de igual o mayor intensidad: la minería que destruye provincias enteras; los medios de comunicación; la renta financiera; y sobre todo una reforma impositiva para que paguen más los que más tienen y aliviarles el 21 por ciento de IVA a las clases populares, que de hecho pagan un impuesto a la pobreza. Esa sí que será redistribución en serio, Señora.

La vida en democracia es conflictividad en acción. Pero no sirven las polarizaciones. Ningún país serio puede crecer en manos de posiciones energúmenas, con piquetes, carpas, ocupaciones de rutas, calles, plazas y espacios públicos. Y menos cuando los sectores más reaccionarios de la Argentina están unidos: los Rodríguez Saá con Menem y Romero; Cecilia Pando y sus dinosaurios con el PCR y el “socialismo” sin votos; el macrismo y el lilismo con lo que queda de un partido radical que dolería a Alem y Sabattini. No sé si juntos pero sí revueltos, muchos de ellos van por más que esta ley. Van por usted, Señora. Porque perder en el Congreso puede ser el final de su gobierno. Mienten o yerran los que dicen que es sólo una batalla.

La Argentina está todavía en el primer día de la creación: siempre en obra y en crisis. Pero en estos 25 años de democracia crecimos muchísimo y, a pesar de sus infinitas falencias e insatisfacciones, es lo mejor que hicimos los argentinos. Baste recordar lo que era este país hace 30 años: una carnicería. No lo olvidamos. Pero que no lo rife su gobierno, Señora.

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