EL PAíS › RICARDO LOPEZ MURPHY, CANDIDATO LIBERAL

“No tengo el biotipo de derecha”

Defiende sus actos como ministro de De la Rúa, defiende a sus socios, defiende sus ideas con un evidente esfuerzo para matizarlas. Pero siempre vuelve a la muy liberal teoría del “círculo virtuoso” que todo lo arregla.

 Por José Natanson

Las oficinas son elegantes pero sobrias, y hay un inconfundible aire de eficiencia neoliberal: señores con trajes impecables, gente que discute por celular cosas que parecen importantes, secretarias atentas y eficaces. En mangas de camisa y de buen humor, Ricardo López Murphy recibe a Página/12 como candidato presidencial de una flamante coalición entre su partido, Recrear Argentina, y una serie de fuerzas provinciales. Convertido en la nueva esperanza del establishment, el ex funcionario cuestiona a Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió y defiende el recorte que no le dejaron implementar cuando fue ministro. Se nota un esfuerzo por matizar su discurso: dice que le gusta más el modelo escandinavo que el norteamericano y que el gasto público hoy ya no es un gran problema. Al final, sin embargo, no puede evitar volver a la clásica tesis liberal del círculo virtuoso. “Es como la ley de gravedad”, asegura.
–¿Por qué alguien debería votar liberalismo después de diez años y semejante resultado?
–Es que aquí no hubo liberalismo.
–Yo pensaba que la política de Menem –privatizaciones, desregulación, apertura– era neoliberal.
–Las reformas en la época de Menem, algunas que eran valiosas y que había que hacer, sirvieron para enmascarar una política populista: endeudarse enormemente, vender activos para financiar un aumento espectacular del gasto público, pero del gasto público primario corriente, no del gasto de inversión ni de infraestructura. No hay nada más antiliberal que eso. Ahora, si usted me habla por ejemplo del Chile de Ricardo Lagos, eso es otra cosa. Si es así, yo soy socialista. Pero la verdad es que el programa de Menem fue muy populista.
–¿Qué es para usted el populismo?
–Esa visión miope, demagógica, que se basa en la expansión del gasto público, en regulaciones o prohibiciones que no se pueden sostener, y que concluyen con un ajuste feroz, peor que el que hubiera ocurrido si se hubieran hecho las cosas bien desde el comienzo. Se puede ser populista de derecha o izquierda. Es irracionalidad estratégica.
–¿Y qué es el progresismo?
–Los escandinavos: los impuestos que se necesitan para financiar el gasto social se cobran. Acá se quiere ser progresista con emisión. Y eso es populismo. O repartir en base a endeudamiento: eso es un chiste.
–¿Usted se define como de derecha?
–No creo responder al biotipo de la derecha.
–¿Y cómo es eso?
–Es alguien muy prejuicioso, refractario a los cambios, a la integración internacional. Yo me reconozco de una extraordinaria ortodoxia, como las fuerzas centristas europeas. Y no me siento de derecha porque no creo que alguien con un nivel de ingreso inferior tiene que estar condenado a eso. Yo no tengo nada que ver con Le Pen ni con esas figuras de la derecha europea. Pero sí creo en la iniciativa privada, en una economía que premia el éxito, y creo que esa economía va a ser mejor para el conjunto de la población, no sólo para los exitosos. En esa sociedad les va a ir mejor a los pobres, y a las pruebas me remito. ¿Dónde vivieron mejor los pobres, en la Unión Soviética o en Estados Unidos?
–Está mal planteado: ¿Dónde viven mejor los pobres, en Estados Unidos o en Suiza?
–En Suiza. Yo viviría más cómodo en Suiza que en Harlem.
–Usted dice que no es de derecha. Una forma concreta de saberlo es pidiéndole algunas definiciones. Por ejemplo, ¿hay que bajar el gasto público?
–No en los términos de marzo del 2001.
–¿Lo dice porque ahora es candidato?
–No. Lo digo porque se ha hecho un ajuste fenomenal, mucho más grande al que yo quise hacer. Entonces, desde el punto de vista del peso sobre elresto de los sectores, no es un problema. Sí es un problema por su eficacia, su transparencia. Por eso hay que hacer una reforma del Estado: acá tenemos tasas impositivas suecas, contribuyentes latinoamericanos y servicios africanos. Eso es algo que hay que corregir.
–¿Hay que reducir el número de empleados públicos?
–Hay sobreempleo en los tres niveles de gobierno. Aceptado el punto de vista, el tema es cómo se hace la transición. El Estado tiene que usar los empleados necesarios para cumplir sus funciones.
–¿O sea que echaría empleados?
–Lo voy a decir en mis términos: el empleo público no es un subsidio de desempleo adecuado.
–¿Conviene redolarizar, como propone Cavallo?
–La Argentina va a volver a tener un sistema donde convivan los contratos en moneda extranjera con otros en moneda local. Eso forma parte de nuestra historia. Pero eso no se puede hacer como si no hubiera ocurrido nada en los últimos diez meses. Volver para atrás todo no es tan fácil.
–Si fuera Roberto Lavagna, ¿pagaría a los organismos con reservas?
–Lo van a hacer ahora. Desde principio de año han pagado con reservas. Eso van a hacer en setiembre. En octubre, no sé. Con márgenes de reservas suficientes yo buscaría llegar a un acuerdo. Si dejo de cumplir no voy a llegar nunca. Y si creo que estoy cerca de un acuerdo, como dicen ellos, en ese caso tiene un mérito evitar la ruptura de la negociación.
–Volviendo a la discusión sobre la derecha, usted es candidato a presidente y, si gana, va a tener que ocuparse de otras cuestiones más allá de la economía, que también implican una postura ideológica. ¿Cuál cree que es la relación entre la inseguridad y la pobreza?
–Una sociedad donde se ha producido un agravamiento de la distribución del ingreso, ha caído el nivel de vida, naturalmente crea circunstancias para delitos contra la propiedad: tomar alimentos, robar bienes para venderlos. Pero eso no tiene nada que ver con las organizaciones criminales que secuestran u organizan crímenes sofisticados.
–En la plataforma de su partido se habla mucho de educación...
–Es un tema prioritario.
–Pero cuando usted fue ministro de Economía la primera medida fue eliminar la financiación del Estado nacional para el Fondo de Incentivo Docente, que había sido la única mejora importante al drama del salario de los maestros. ¿No es una contradicción?
–El Estado Federal, que estaba recortando los salarios a sus empleados, no estaba en condiciones de hacerse cargo de los salarios de otras jurisdicciones.
–Si fuera electo presidente, ¿eliminaría el Fondo?
–Haría una profunda reestructuración de la relación Nación-provincias. Los gastos de la Nación tienen que sostenerse con los impuestos de la Nación. Las transferencias a las provincias tienen que ser consolidadas y tiene que haber un fondo de redistribución, de las que ponen a las que reciben, para que unas vigilen a las otras.
–Ahora dice eso, pero cuando fue ministro lo primero que hizo fue ordenar un recorte de 1962 millones de pesos de un solo golpe.
–Estábamos en una situación financiera crítica que luego terminó, por no enfrentarse adecuadamente, en una catástrofe. Al final hubo reducciones mucho mayores. La mía, al lado de las que vinieron después, era de niños. Hay que juzgar eso conjeturalmente.
–Eso es imposible: se podría argumentar que, si se implementaba su recorte, en lugar de recrearse la confianza y volver las inversiones y el crecimiento, como usted decía, hubiera seguido la recesión y habría habido necesidad de hacer otro recorte.
–Hacer lo que propuse hubiera sido un mensaje muy firme, un ajuste necesario y consistente con el régimen monetario que había. Estoy orgulloso de haber hecho lo que creí que era razonable.
–¿Qué opina de la propuesta de Adolfo Rodríguez Saá?
–Que no respeta la aritmética, no resiste el chequeo de la consistencia presupuestaria. Como administrador ha sido eficaz. En cuanto a lo institucional, ha habido problemas, no son los criterios que yo utilizaría. Yo creo que en la división de poderes.
–¿Y qué opina de la propuesta de Elisa Carrió?
–Fue injusta y agresiva al asociarme a movimientos autoritarios, porque ella conoce mi trayectoria. Yo le he contestado con gran prudencia. A su vez, cuando ella ha estado jorobando con el shock de demanda y esas propuestas que no tienen ninguna base, he dicho que no veo cómo se financian. Lo único que nos faltaría es financiar eso imprimiendo moneda.
–Usted defiende su trayectoria democrática y su discurso se basa en la necesidad de respetar las reglas. También habla de la renovación de la política. Sin embargo, entre sus socios hay figuras destacadas de los partidos tradicionales, algunas con un pasado autoritario: Alberto Natale, por ejemplo, fue intendente de Rosario durante la dictadura, y eso es todo lo contrario a respetar las reglas. ¿No es una contradicción?
–No.
–¿Por qué?
–Porque Natale pertenece a una fuerza política y ha exhibido a lo largo de su historia un fuerte compromiso con los valores del Estado de derecho.
–Pero fue funcionario de la peor dictadura, y no un ordenanza.
–Bueno, hubo mucha gente que vivió en esos años en la Argentina y convivió con la realidad del poder que teníamos. Estoy convencido de que ha trabajado de la manera más intensa para volver al cauce democrático.
–El discurso liberal siempre se piensa a sí mismo como si fuera el único posible: ¿No tiene miedo de caer en ese error?
–(Por primera vez se toma unos segundos antes de responder.) Hay un riesgo... sin duda hay un riesgo. Es casi inevitable correrlo para soportar este clima de intolerancia. Luchar contra eso requiere un estado de ánimo particular y el entusiasmo, es cierto, puede hacernos pensar que hay un solo camino posible. Ese riesgo está, lo admito. Pero si se escucha con cuidado, reparará en que yo admito que hay una matización de mis propuestas, a la derecha y a la izquierda. Ese es el margen, y lo que está afuera de eso es como desconocer la ley de gravedad.

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