EL PAíS › LA ABSOLUCION DE LOS CORTESANOS Y LA POSTERGACION DE LAS INTERNAS

Dos papelones festejados como dos goles

Agrandaditos en la Rosada. La decisión de la entente legislativa menem-duhaldista.
Los errores de los acusadores.
El saldo penoso.
Coqueteos oficiales con el menemismo. Las encuestas que lee el Gobierno. La táctica de Lavagna con el FMI. Los que confunden silencio con consenso.

 Por Mario Wainfeld

OPINION
Dos victorias políticas acredita en su haber por estos días el Gobierno y –si es difícil compartir sus criterios– es imposible dejar de percibir el agrande que cunde en la Casa Rosada. El archivo del juicio a los nueve integrantes de la Corte Suprema y el fallo de María Romilda Servini de Cubría declarando inconstitucional parte del decreto que convoca a internas abiertas y simultáneas fueron festejados como sendos goles. En el primer caso el grito sonó estentóreo, en el otro se disimuló por un prurito de decoro. Que se vivan como triunfos dos hechos que agravan el desprestigio de la precaria calidad institucional es todo un dato. Pero hay que computar otro igualmente descriptivo del código genético oficial: tanto el juicio político como la convocatoria a internas fueron iniciativas brotadas del mismo Gobierno hace muy, muy poquito tiempo.
Una nueva frustración produce el sistema político. La administración de Justicia en Argentina funciona con un elevado nivel de histeria: pone en el banquillo a los poderosos y termina absolviéndolos cuando más extendida está la convicción de su culpabilidad. El resultado es devastador: los ciudadanos perciben aún más la impunidad.
El mayor responsable de la bochornosa absolución a los cortesanos –claro– es, por goleada, el oficialismo. Duhaldistas y menemistas de consuno –una coalición que puede ser premonitoria de roscas aún mayores– le pegaron un cachetazo a la aplastante mayoría de los argentinos que quería purgar un Tribunal que da vergüenza, por vía de los medios legales.
Pero si la mayoría afrenta a la democracia, la minoría que impulsó el trámite –con noble intención y encomiable persistencia– cometió unos cuantos errores. Se dejó enredar entre las paredes del Congreso siendo que, cuando alboreaba el juicio político, este contaba con masivo apoyo en las calles. Se dejó envolver en la mañera aritmética parlamentaria que la llevaba derechito a la derrota en vez de buscar mantener el fuego de la participación ciudadana. Por falta de cintura, de voluntad o de costumbre dilapidaron el apoyo de seguramente el 80 por ciento de los ciudadanos o no lo hicieron fuerza propia.
¿Podrían haber hecho otra cosa los derrotados de la madrugada del viernes? Siempre se puede hacer otra cosa en política. ¿Qué podían haber hecho? Básicamente, política: conseguir nuevos apoyos, ir a la calle, reavivar el tema con datos o denuncias nuevos, conceder a quienes cuestionaban como una demasía embolsar en un mismo saco a los nueve jueces y cien etcéteras.
El sistema político realmente existente no es una suma de conspiraciones (la gente del común suele pensarlo así, a la luz de sus producidos) pero obra más daño que si lo fuera. Las minorías propenden al encierro, a victimizarse y proclamar su impotencia. Lo suyo es la profecía autocumplida. No son socios de sus colegas pero terminan, sin quererlo, siendo funcionales a sus fines. Algo así ocurrió en el Congreso en estos meses. Y, quizás, algo así ocurrió en la Corte en estos años.
Poder y tiempo
“Tenemos más poder y más tiempo”, se precia una espada del oficialismo. Con la sensibilidad de quien pesa joyas, el Gobierno sopesa cambios que a otro le parecerían ínfimos. Pero algo de razón le asiste: el fin del juicio a los cortesanos producirá beneplácito en el Fondo Monetario Internacional y, nada más y nada menos, habilitará una nueva instancia de diálogo con los magistrados. Y la postergación de las internas le da tiempo a Eduardo Duhalde: si el peronismo tenía un candidato votado por sus bases el 15 de diciembre ese día empezaba a terminar el mandato del bonaerense. A río revuelto ganancia de pescadores, discurren en Balcarce 50 y revolean sus mediomundos.
A no engañarse: los mediomundos son de mala calidad y ostentan agujeros demasiado grandes. El más patente: la Rosada no tiene candidato a Presidente, un problema que –da toda la impresión– no solucionarán ni un cambio en las reglas de la interna ni una prórroga –difuminación de sus plazos–. Tarde o temprano, en una rosca o en una interna más o menos amañada, habrá un candidato que no será pollo de Duhalde.
Claro que quienes están en carrera no lucen imbatibles. Una encuesta de Julio Aurelio, que aterrizó esta semana en algunos cajones de la Rosada, sugiere desempeños muy menudos. Adolfo Rodríguez Saá sigue primero pero en baja y no alcanza el 14 por ciento de intención de voto. Carlos Menem sigue siendo segundo, pero estancado y no llega al once. Elisa Carrió le muerde los talones pero apenas pasa los dos dígitos. El voto bronca le gana a cualquiera de ellos y los indecisos suman más que los tres presidenciables juntos.
Los guarismos de los compañeros justicialistas no están a la altura de la pasión de multitudes que supo ser el PJ pero sí muy por encima de lo que consigue José Manuel de la Sota, a quien para colmo día por medio le brota un escándalo en Córdoba.
Así las cosas, el tiempo que ganó el Gobierno deberá servir para redondear una tarea incordiante: urdir algo con los candidatos realmente existentes del PJ. Contra lo que podría pensarse, de momento hay muchos más puentes tendidos hacia Menem que hacia “el Adolfo”. Hay muy mala piel entre el sanluiseño entre los bonaerenses. El candidato agrava la distancia explicándoles que ya ganó los comicios y que sólo está dispuesto a debatir cómo gobernará, no los armados electorales. Un discurso que cuando estaba en ascenso sonaba más creíble que hoy día.
Hay que verle la cara a Duhalde cuando se le pregunta si va a sellar algún pacto con Menem: la boca se le transforma en un trazo, los brazos se le tensan y el “no” brota tajante, transmitiendo un hastío y una bronca nada menores. Pero entre sus fieles y los de Menem hay varias líneas tendidas. Aníbal Fernández dialoga con Alberto Kohan asiduamente. José Pampuro intercambia silencios e información casi todos los días con Eduardo Bauzá. Y Juan Carlos Mazzón sigue teniendo una generosa agenda y un celular abierto a la aventura.
Duhalde dice “no” pero su entorno traduce “no, por ahora” y obra en consecuencia. “Menem está interesadísimo –confidencia un hombre del Presidente–, nos ofrece la vicepresidencia, se compromete a no poner gente en las listas de diputados y nos deja libres en la provincia.” La provincia, Buenos Aires se entiende, es al equipo de gobierno lo que el nudo de Pamir para algunas civilizaciones, el ombligo del mundo, el término de referencia único e inevitable, el aleph donde el universo converge.
Ah, charada de charadas, el duhaldismo no solo carece de candidato en la Nación, también en Pamir, perdón, en la provincia. La relación entre Felipe Solá y el Presidente es gélida y la enfrían más las encuestas que lo ponen a la zaga de Aldo Rico y Luis Patti. Se suponía que el 17 de octubre, el próximo jueves, el duhaldismo iba a dar a conocer su candidato a presidente (o más bien a soltarle la mano a De la Sota) y cerrar filas tras Solá. La decisión de Servini terminó de postergar, sine die, esa movida.
Puesto a garantizar la provincia, el duhaldismo empieza a mirar con menos asco un posible acuerdo con Menem. Un nuevo reparto Nación-provincia como en 1991 aunque con mucha agua corrida bajo los puentes. “Si el Presidente arregla con el Turco, Chiche lo mata”, dice un incondicional del Presidente imaginando ese futuro virtual y recordando los odios y el peso de la Primera Dama. Pero no dice que sea imposible. Nadie en la Rosada piensa que sea imposible que los viejos enemigos vuelvan a ser (jamás amigos) aliados.
La letra chica
con sangre entra
Roberto Lavagna se predispone a pasar un fin de semana cargoso, trabajando con su equipo en el borrador de carta de intención que envió el FMI. El ministro de Economía piensa que le esperan instancias muy duras. Algunas exigencias puestas “en letra chica” son incumplibles a su ver.
Los funcionarios argentinos se vuelven rápidamente “Fondólogos” –especialistas en desentrañar como funciona la contraparte–, Lavagna piensa que “la línea” del Fondo, sus burócratas con Anoop Singh a la cabeza, son los más duros. Y que la Nomenklatura es más permeable, no por estar inscripto en su esencia sino por haber recibido mensajes del Tesoro de Estados Unidos. La táctica de Economía será apelar, tras negociar con la línea, a una conversación final con la cúpula que ahora viene a ser el policía bueno.
A la luz de ese objetivo la semana trajo para Economía algunas de cal y otras de arena. Lavagna sabe que el FMI vio con agrado la decisión parlamentaria sobre la Corte y con alivio la postergación de la interna peronista. Pero desde el Norte le rezongaron porque la Justicia indaga a Emilio Cárdenas. Los organismos internacionales parlotean de democracia pero los enardece el funcionamiento de la división de poderes en el Cono Sur. Y pusieron el grito en el cielo cuando se conocieron las sumas pagadas a ahorristas que ganaron amparos en septiembre. Mil millones de pesos, números redondos, contra algo más de 300 del mes anterior. En los pasillos de Economía explican que el respingo se debe en parte a errores de medición del Banco Central, pero se guardan de comentar eso en inglés. De cualquier modo, la canilla del goteo se reabrió y eso es un eterno issue con el FMI.
Otro tópico que suscitará nubarrones es la cuestión fiscal. Las previsiones del Fondo para el último trimestre avizoraban saldos más holgados para las arcas del Estado. Sus proyecciones imaginaban inflación más alta que la actual y un dólar a 4 pesos, para empezar. Pero el dólar se ancló y la inflación (un aliado del Fisco, cuando los salarios están congelados) es menor que lo esperada. Eso resiente la recaudación por IVA y por retenciones (las dos gabelas que más leche dan en estos tiempos). “Somos víctimas de nuestros logros –ironiza o se elogia o se consuela Lavagna ante sus pares–, controlando la inflación y el dólar mejoramos las situación monetaria pero complicamos la fiscal.”
La cuestión fiscal, los amparos, algunos pedidos respecto de la banca oficial están entre los principales escollos al posible acuerdo. Lavagna espera atenuar las exigencias del FMI, leyendo con cauto optimismo la reacción de los organismos internacionales ante su anuncio de posponer un pago al Banco Mundial. “No dijeron casi nada”, registran en Economía. Para un gobierno que se ha cansado de coleccionar denuestos desde el centro del mundo, ese silencio suena a gloria.
El silencio de
los resignados
Otro silencio, el del conjunto de la sociedad tras el bochorno de Diputados, es decodificado de modo similar en los despachos del Ejecutivo. La resignación o el resentimiento son leídos como un sucedáneo del consenso, un dislate que describe bien cuán lejos están del sentido (y de la gente del) común quienes son sus representantes.
Victorias pírricas –si cabe llamarlas victorias– son las que se alcanzan alimentando el rencor y la incredulidad ciudadanas. Mirándose al espejo, el Gobierno sueña con la pinta de Carlos Gardel y urde cien fantasías, incluso la de una eventual prórroga de su mandato. Duhalde negó la especie, pero esa negativa poco define porque las verdades oficiales son dudosas y por añadidura sujetas a cambios de parecer.
La absolución de la Corte es una afrenta. La postergación de las internas, un retroceso. El Gobierno los festejó como dos goles. El oficialismo que nació sin votos se aleja y se aliena cada día más de quienes, se supone, son sus mandantes.

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