EL PAíS › OPINION

A las tres de la madrugada

Por Daniel Goldman *

El misterioso y genial escritor portugués Fernando Pessoa, en uno de esos diagnósticos que él hacía y que resultaban más reales que la gente que anda caminando por la calle, expresaba que “unos gobiernan el mundo, mientras que otros son el mundo”. No hace falta salir al mundo, ni cruzar la vereda, para descubrir que este aforismo por lo menos se aplica a nuestro país. “Unos gobiernan a la gente y otros son la gente”, indicaría que no sólo no gobiernan para la gente, sino algo aun más grave: “No son gente”. Las frías e implacables estadísticas indican que al ejército de pobres de la Argentina de la última década se añaden en este año capicúa unos 2 millones más de pobres. Y a esta situación escandalosa se debe agregar que este viernes a las 3 de la madrugada se produjo uno de esos actos en los que ser argentino causa la mayor de las vergüenzas.
A las 3 de la madrugada, aunque existía una leve esperanza, finalmente ocurrió lo que imaginábamos: el Congreso archivó el juicio a la Corte Suprema. Junto a la Corte queda en claro que también se archivó el Congreso. Lamentablemente ambas instituciones han menospreciado los derechos de los habitantes. Los jueces de la Corte deben andar con custodia, no por temor a las mafias sino porque la gente los insulta y les tira huevos. Los congresistas mediáticos tienen miedo de andar por la calle por la misma razón, y los desconocidos quieren hacerse cada vez más desconocidos. Han perdido el sentido común. Perder el sentido común es una enfermedad. Y como toda las enfermedades progresivas ésta ha comenzado hace mucho tiempo, sólo que se manifiesta de este modo.
A las 3 de la madrugada sentí que ser argentino es sentirse defraudado bajo el paraguas del proyecto nacional del “Sálvese quien pueda”. Y lo de paraguas tal vez no es casualidad. La tradición judía establece que esta semana leamos en todas las sinagogas la bíblica historia de Noé. Hoy la analogía de Noé me parece sumamente válida. El Midrash, la literatura rabínica, relata que cuando Noé, ese simple pastor de ovejas, recibe el mandato de construir el arca, también comienza a predicar que se aproxima el diluvio. Pero la gente al escuchar a Noé comenzó a especular. Si el diluvio iría a ser de fuego, ¿cómo construir casas de amianto? Si el diluvio iría a ser de piedras, ¿cómo construir cuevas para protegerse? Si el diluvio iría a ser de agua, ¿cómo construir barcos para no ahogarse? Todo era especular cómo “me” salvo. Dicho en porteño, cómo zafo. Y el diluvio llegó.
Durante mucho tiempo especulamos con la realidad, uno de los mayores deportes de los argentinos, que ya supera en participantes al fútbol, al básquet y al ahora popular vóleibol. Creímos que a través de este deporte nos sustraeríamos de la realidad. Pero la realidad superó al deporte. La especulación siempre es irreal. Siempre es mentira. Ahora estamos sintiendo las torrenciales aguas del diluvio y nadie le cree a ningún Noé.
La violencia avanzó. El paradigma de violencia no es sólo el robo o el asesinato. La mayor violencia es haber perdido el sentido común. Es “sálvese quien pueda”. Violencia es la cola de gente en los comedores populares que viene a buscar su mendrugo de pan. Violencia es cuando un padre no tiene dinero para el remedio de sus hijos. Violencia es no poner esfuerzo ético sobre la generación joven cada día más desorientada, con menos proyectos, menor confianza y menor identidad de sí misma. Violencia es estrellarse contra la insensibilidad de funcionarios y dirigentes, promotores y gestores de la lógica del “sálvense quien pueda”. Ellos creen que se salvaron. Pobre de ellos.
La Corte Suprema tiene más de 40 acusaciones en su contra. Todas de público conocimiento. Y la institución que debía llevar a juicio a la Corte ha fracasado. O mejor dicho ha sido cómplice de su éxito.
A las 3 de la madrugada la República otra vez más se ha divorciado de la ética. Cuando especularon con que todos dormían, como en una ceremonia secreta, consagraron su divorcio. Había que aprovechar que hasta lasmanifestaciones de los días jueves frente al palacio de Tribunales se esfumaron en el candor de la nostalgia. Y obviamente el trámite había que hacerlo rápido. Que no los agarre el fin de semana largo, a ver si todavía deberían quedarse encerrados en el Congreso durante el feriado. “En nombre del país, los declaramos divorciados”.
Pero les propongo a los legisladores otra misión. Cuando vuelvan de sus vacaciones, tan tostados como se lo merecen, declaren el 11 de octubre, previo al Día de la Raza, el Día Nacional de la Impunidad. Si hacen falta 400.000 firmas, se las conseguimos en un abrir y cerrar de ojos.
Como ciudadanos que creemos en una verdadera democracia, no tenemos tiempo para ser espectadores, porque no habrá proyecto ni para nosotros ni para los jóvenes en nuestro país, sin la creatividad, la crítica y el derecho a buscar. Un significado propio no va a estar orientado a salir de la anemia espiritual que nos conduzca con pasión y entusiasmo a crear una vida más comprometida, justa y solidaria. Y para ello debemos ser protagonistas. El sentido común nunca prospera si no hay compromiso. Y el compromiso es la llave de la fuerza transformadora.
No nos quedemos colonizados con la desesperanza de no poder cambiar las cosas, porque un arca sin rumbo, como la de Noé, es un barco a la deriva. Y aunque suene a utopía, todavía no estamos a la deriva.

* Rabino de la Comunidad Bet-El.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.