EL PAíS › OPINION

Una agenda para Brasil

Por Alberto Ferrari Etcheberry

A despecho de las vaguedades, hay un punto en que los candidatos de la segunda vuelta concretan posiciones antagónicas: la política exterior.
Para Carlos Menem, quien parece estar preparando el terreno para la huída, la opción es relaciones carnales al cubo. La trayectoria de quien aparece ungido para canciller-colgado-de-la-brocha no deja dudas. Simboliza que la metamorfosis de Menem es tan completa como la de Kafka. Ayer, San Martín, Rosas, Perón. Hoy, Onganía, Massera, Bush. Admito que este recurso probatorio tiene sus debilidades. Ante el previsible 18 de mayo los otros “candidatos” a canciller de Menem, menos extremistas, o más pragmáticos, como se dice ahora, se deben haber borrado.
Para Kirchner, en contraste, la prioridad es “la alianza estratégica con Brasil”. Así lo ha dicho repetidamente y escrito en su Plan de Gobierno, dando de tal modo carne a un capítulo con definiciones tan jugadas como “saber escoger entre aquello que es bueno para la Nación y el pueblo argentino, y lo que no lo es”. La opción por Brasil y el Mercosur es clara, al menos para lo que puede esperarse en la pedestre vida pública argentina.
Pero en las relaciones exteriores, como en el tango, no se baila solo. Y Brasil, ¿qué opina? Es probable que para muchos cultores de la Argentina ombligo del mundo la pregunta no tenga sentido. Brasil, Lula, el PT, Sarney, Cardoso y el que sea, deberían estar felices y con los brazos abiertos. Lamentablemente, no es así.
Nosotros estamos contentos porque Facundo Bush no llegó al 35 o al 40 por ciento que esperaba y que anunciaba Ambito Financiero. Y seguimos felices porque el repudio del 18 de mayo anuncia el fin de la etapa más vergonzosa de la vida argentina, sólo comparable al Proceso. Pero mis amigos brasileños me preguntan cómo es posible que uno de cada cuatro argentinos haya votado a Menem. Y el mismo interrogante puede recogerse en Santiago, en Londres y hasta en la España de Aznar. Esa pregunta y no nuestra felicidad es la realidad, al menos en política exterior. El mundo desconfía de los argentinos y los brasileños no son la excepción.
Todo Kirchner es una fórmula algebraica, aunque el sentido final no se discute. Es terminar con Menem y el menemismo.
En el ’99 los argentinos depositamos ese trabajo en la Alianza y tras años de bromas comparando erradamente a Menem con Mr Gardiner, descubrimos trágicamente que habíamos delegado esa responsabilidad no en uno sino en dos Mr Gardiner, quienes, además, habían comprado las veinte verdades del cavallomenemismo, comenzando por la inevitable hiperinflación que provocaría la salida de la convertibilidad.
Ahora, en el 2003, no hay delegación sino mandato. La función de Kirchner es terminar con Menem, y por eso Menem quiere salvarse tirando la toalla. Con sensatez, no esperamos nada más. Esta vez la política no es el demiurgo que nos cincelará como sociedad sino, apenas, la expresión de hasta dónde hemos llegado como sociedad. Nada más. Al fin.
Luego del 18 de mayo no habrá prueba de los 100 días, ni contraste entre promesa y obra, porque en realidad ese día se inicia la construcción del programa de Kirchner. En otros términos, dar contenido concreto a una plataforma que no se conoce porque no agrega nada al sentido del voto. Y hacerlo tal como se viene haciendo la tarea principal de destruir al menemismo: desde la sociedad. Basta con que Kirchner genere la mínima confianza necesaria como custodio de esta maduración social, lo cual supone erradicar todo vestigio de herencia menemista.
Lo mismo es necesario con Brasil: generar confianza. A partir de admitir que no la hay, esto supone reconocer que el menemismo ocurrió y que no se puede volver a la Argentina anterior, prestigiada por el retorno al constitucionalismo democrático, el juicio a las juntas, la nulidad de la autoamnistía, la paz con Chile, la activa participación en Contadora y el Grupo de Río, el tratado de integración con Brasil. Aumento la apuesta: no se recupera la soberanía abdicada por un acto de voluntad. Y si esto esasí para nosotros, mucho más lo es para los de afuera, específicamente para los brasileños.
Los argentinos y Kirchner debemos mostrar que estamos efectivamente repechando la cuesta con actos y no con palabras. Para eso tal vez lo primero sea elegir conjuntamente cuestiones clave que integren una agenda reducida y apostar fuerte. Claro que nada podrá hacerse si quienes sostienen la bandera fueron autores o partícipes necesarios de la menemización de la Cancillería y de la política exterior. O los “golden boy” que en público se tiñen de verde y amarillo y ante Grondona, Ambito, La Nación y los ejecutivos del capital extranjero proclaman que con Brasil sólo tenemos vecindad geográfica y con Estados Unidos y el ALCA nos espera el paraíso.
Kirchner debe su situación a la sensatez. Y se le exige, en primer lugar, sensatez. Esa sensatez que, festejémoslo, está mostrando al viajar hoy a Brasilia en la mejor compañía posible, esto es, con Roberto Lavagna, un gestor principal de la etapa más fructífera de las relaciones con Brasil, que no se dejó encandilar por la larga década menemista a pesar de que tenía todos los pergaminos peronistas para reclamar el puesto que quisiera.
Un primer paso para la construcción de la confianza.

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