EL PAíS › OPINION
KIRCHNER DIO SUS PRIMERAS SEÑALES ANTES DE ASUMIR EL GOBIERNO

Bajo otro sol del 25

La designación del gabinete y el estilo presidencial. Un elenco de gobierno con un tono propio. El FMI pegó antes, como para que se entienda. Los banqueros conspiran sentados. La decisión sobre la cúpula militar, todo un gesto. Y algunas disquisiciones sobre otras asambleas legislativas y las idas y vueltas de la fortuna política.

 Por Mario Wainfeld

Raúl Alfonsín estará aplaudiendo, muy lejos del centro de la escena. Los otros dos presidentes elegidos por el pueblo desde el ‘83, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, optaron por hurtar el cuerpo. No tenían otra, abucheos y silbidos hubieran sido la música de fondo de sus presencias. Los tres, en sus momentos, entraron al Congreso para calzarse la banda de presidente montados sobre una carrada de votos. Duro, erosionante, es el oficio de presidente de los argentinos. Ese que Néstor Kirchner, consagrando el sueño de toda su vida, comenzará a ejercitar hoy, cuatro años antes de lo que concebían sus anhelos de hace meses.
Los antecedentes pesan y son malos. Las urnas siempre hablaron claro en Argentina, pero sus mandatos fueron desoídos o malversados. Y, sin embargo, cada asunción presidencial regenera en las gentes del común y en el microclima político un tono inaugural, un resquicio de esperanza, un hálito de novedad. Bueno es que así sea, que la voluntad se regenere, que el escepticismo conceda una tregua. La gente de a pie asocia, con robusto sentido común, un cambio de gestión a nueva oportunidad y le concede al mandatario entrante cierta disposición. La alternancia democrática, amén de un freno a los unicatos y al absolutismo, tiene un encanto sociológico, el de la apertura de nuevos escenarios, de cambios de clima. O, cuanto menos, de sensación térmica.
El primer presidente patagónico ha aportado lo suyo para que el aire, siquiera por un rato, parezca más fresco. Sus primeras afirmaciones, rescatando la autonomía del poder político y la independencia de las corporaciones, tienen la modesta virtud de poner las cosas en su lugar. Menudo revuelo causó que el Presidente dijera que quiere ser un presidente y no un gerente del poder económico, lo que prueba cuán bajo hemos caído, qué mal que están las cosas. Y sugiere qué revuelo se armaría si, en su momento, cumpliera su palabra.
La elección del gabinete redondeó el clima previo. Kirchner se esmeró en dejar claro que esa decisión recaía en sus manos, tarea que lo obsesionó (quizás en exceso) por días. Se refugió en su suelo, desalentó reuniones y hasta diálogos telefónicos. Jugó de local, achicó el terreno y alcanzó su doble objetivo: decidir él su elenco y convencer a los demás de que así había sucedido.
El gabinete en su primera línea incluye:
u Dos ministros del gobierno de Duhalde, que no duhaldistas, que siguen en sus carteras como criterio de continuidad, Ginés González García y Roberto Lavagna.
u Dos duhaldistas que, a los ojos del kirchnerismo, “jugaron bien” en campaña con el candidato, y que cambian de oficinas: Aníbal Fernández y José Pampuro. A ambos se les reconoce lealtad, muñeca política y agendas más vastas que las que caracterizan al entorno más íntimo de Kirchner. Fernández añade a esas características vocación por el perfil alto y aptitud para defender en los medios la gestión del Gobierno.
u Cinco funcionarios del riñón de Kirchner y de su plena confianza: su hermana Alicia, Sergio Acevedo, Alberto Fernández, Julio de Vido y Oscar Parrilli. Todos tienen experiencia política, ninguno es un improvisado, pero ninguno ha jugado partidos en cancha grande. Todo gobierno entrante es un enigma, ellos son el mayor enigma dentro del enigma.
u Dos técnicos con sobrados pergaminos y experiencia en el área que gestionarán: Daniel Filmus y Carlos Tomada. El ministro de Trabajo es, además, del palo, pues acompaña a Kirchner desde el puntapié inicial del grupo Calafate. El de Educación, en cambio, nunca lo había visto personalmente hasta el viernes 23.
u Dos dirigentes afines a Kirchner, también con historia de gestión, aunque nuevos en las áreas que gerenciarán: Rafael Bielsa y Gustavo Beliz.
El resultado es un equipo que combina kirchnerismo y duhaldismo en proporciones bastante equivalentes a las que implicaban el discurso y lapromesa de campaña. En la cancha se ven los equipos y su formación inicial no asegura el resultado del partido, pero el conjunto no es incongruente ni altisonante. A priori, Lavagna resalta sobre las demás y no sólo porque en general la economía sobredetermina a la política sino por el peso específico que ha adquirido el titular de Hacienda.
El conjunto del gabinete tiene un tono general –amenguado en los casos de Aníbal Fernández, Pampuro y Beliz pero de todas formas predominante– que amerita un breve resaltado. El plantel evoca a dos proyectos políticos que no fueron o, por ser más riguroso, que fueron derrotados en sus tiempos por el menemismo: la renovación peronista y el Frepaso timoneado por José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Alvarez, de hecho cuatro integrantes del gabinete –Bielsa, Lavagna, Parrilli y Tomada– compartieron la experiencia de ese Frepaso. No parece descolgado que los nombres de Bordón y Alvarez reaparecieran en estos días: el Pilo revistando en Cancillería, el Chacho saliendo del silencio y dando un espaldarazo al naciente gobierno.
Mar de Fondo
El Presidente no fue el único interesado en dejar establecida su autoridad en estos días. Thomas Dawson habló en nombre del FMI y dijo que la prórroga de la suspensión de las ejecuciones de deudas hipotecarias resuelta por el Parlamento era un obstáculo insalvable a la aprobación del cumplimiento de las metas pactadas con el organismo en enero de este año. Lavagna salió en público a “bajarle el precio” al anuncio de Dawson. Asumió que será necesario pedir un mini waiver para que se firme la citada aprobación.
El ministro insiste en enfatizar que el Banco Mundial otorgó el viernes, tras la parrafada de Dawson, un crédito de 500 millones de dólares a Argentina. “Si hubiera problemas reales con el FMI, el crédito se hubiera negado o, como poco, postergado”, aseguran, baqueanos, en Economía. Y un negociador de primer nivel con los organismos añade: “Al staff del FMI le va a costar mucho no ayudar a Argentina en estos tiempos. Es claro que son corresponsables de la crisis. Y que su diagnóstico sobre lo que pasó (y lo que debía hacerse) en 2002, un desastre”. En suma, ni en Economía ni en el Banco Central hay pánico por la situación. Jamás, pontifican casi a coro Lavagna y Adolfo Prat Gay, se vio una transición con tan poco ruido de fondo de mercados. “Piense lo que pasó en Brasil entre la primera vuelta y la segunda. Usted dirá que Lula era un cuco. Pero yo le aseguro que para los inversores acá la situación era peor, porque no había ninguna certeza y ningún candidato les parecía bueno”, dice una prominente figura de Economía.
Como fuera, el FMI pegó antes de que sonara el gong. Le pasó un aviso al Presidente horas antes de que asumiera el cargo, como para que se fuera preparando. Las deudas que se ejecutan judicialmente son, como mucho, el uno por ciento de los créditos de las entidades financieras, más ponderan que informan en Economía y en el Central. “Como cifra es despreciable”, explican pero de puertas para adentro reconocen que para los negociadores el problema no es cuánto hay en juego sino la falta de reglas, la famosa seguridad jurídica.
“Cuando acá todo era un caos, Roberto (Lavagna) podía defenderse invocando la propia crisis. “¿Qué hizo la banca en Suecia o en México en tales casos?”, los chicaneaba. “Pero, ahora que las cosas se han normalizado les pone los pelos de punta que los políticos sigan generando excepciones”, cuenta alguien muy cercano al ministro que interpreta las razones de los otros. “Koehler, aún hoy, cuando le nombran a Argentina se pone de la nuca”, recuerda alguien que ha tratado mucho al intratable alemán y hace el gesto de aquel a quien se le hinchan las venas del cuello y se le crispan las manos. En Economía, de cualquier modo, hay algo que –si se conoce el modo minimalista del ministro– podría apodarse optimismo. Los signos de la economía real son auspiciosos, las reservas en el Banco Central superiores a las esperadas, el dólar por ahí anda y se auguran años de crecimiento, “si no desperdiciamos la oportunidad”.
En el gobierno fincan altas esperanzas en la inversión de 6000 millones de pesos en obras públicas que Lavagna anunció, sin ahorrarles algún regaño, ante los popes de la Cámara Argentina de la Construcción. La cifra no parece faraónica, pero en Economía explican que su valor nominal se potencia porque el Estado tiene una enorme capacidad ociosa y una cantidad no menor de obras paradas que podrían reanimarse con decisión, ingeniería financiera, articulación con las provincias y algunos pesos. Sería más que interesante que así ocurriera porque el “auspicioso” crecimiento que atisban Lavagna y Prat Gay no tiene pinta de impactar especialmente en empleo y distribución de la riqueza. Ninguna sociedad es digna de llamarse tal con los índices de desocupación y de concentración del ingreso que recibe Kirchner. Una miríada de desocupados y más de la mitad de los conchabados en negro coincidiendo con activos financieros libres de todo impuesto aluden a una sociedad del siglo XIX y no encajan con ningún modelo nac & pop del siglo XXI.
La restauración del crédito se demora y es, aunque menos ostentosa que la verbalizada por el FMI, una presión del sector financiero. Los bancos tienen generosas reservas pero insisten en cobrar tasas de usura para prestarlas. Los banqueros se sientan sobre ellas, aun cuando el Central baje drásticamente las tasas, accionar que responde a una lógica política de apriete antes que al sensato manejo económico. Con esos actores que no votan pero pesan tendrá que lidiar el gobierno entrante. La decisión de no ser su gerente, imprescindible para la contienda, no da certeza sobre el resultado de futuras pulseadas.
Saludo ¡uno!
La decisión de Kirchner de producir importantes relevos en la cúpula militar (ver en más detalle, página 3), en uso estricto de sus facultades constitucionales fue, con los nombramientos, una señal interesante. “No vamos a dejar que sigan en las Fuerzas Armadas oficiales cuestionadas por la violación de derechos humanos”, explica alguien muy cercano al Presidente. Da la sensación de ser un gesto de autoridad al unísono valioso, legal, generador de consenso y de bajo costo político, amén de ciertos gritos de oficiales en retiro y de periodistas nostálgicos de la dictadura.
El contexto en que se tomó la decisión había sido enrarecido por la decisión de Duhalde de indultar a Enrique Gorriarán Merlo y Mohamed Alí Seineldín. Era francamente indeseable que Duhalde, ya en preembarque, aplicara esa facultad principesca, de infausta tradición reciente. Los argumentos citados en favor de la medida –”pacificación”, “cerrar las heridas”– suenan a retórica hueca. El coagulante elegido, para colmo, fue vendido por voces oficiales como “un gesto de Duhalde dirigido a la Corte” que debe resolver sobre la constitucionalidad de las leyes de la impunidad. “Duhalde les sugirió: ‘yo pago los costos políticos de pacificar, hagan ustedes lo mismo’”, explica alguien que suele expresar bien el pensamiento del –desde hoy– ex presidente. La exégesis fue trasladada prestamente a los uniformados por el Coronel, honoris causa, Horacio Jaunarena, especiosa figura que, Dios sea loado, hoy hace mutis. “Pasé a retiro efectivo”, bromeó, autobiográfico, el militar radical de Pergamino. Se ha ganado un vino de honor en el Círculo de Oficiales retirados de las Fuerzas Armadas, alegrado por un par de brindis en honor de los genocidas. La Corte, que no necesita estímulos exteriores para sacar fallos contra el derecho vigente y la dignidad humana, espera acurrucada “señales” del Gobierno. Las primeras declaraciones de Beliz delinearon un terreno deseable: no habrá impunidad ni negociaciones. Malas noticias para el neomenemista Carlos Fayt, cuyo juicio político está en tránsito. Habrá que ver cómo obran los diputados, en especial los justicialistas que unificaron personería detrás de José María Bancalari, un duhaldista que fue halcón en el comienzo del juicio político masivo a los cortesanos y luego se metamorfoseó en paloma, a instancias de la Casa Rosada. Empero, cerca de Kirchner, por ahora, no imaginan rebeldías en el bloque de diputados. Juzgan que se alineará con el Gobierno, pulseada más o menos. En el nefasto Senado de la Nación, el Gobierno tendrá que trajinar más, allá pesan más los cacicazgos provinciales de Menem y Adolfo Rodríguez Saá y las mayorías son más esquivas de alcanzar.
Asambleas
La Asamblea Legislativa designará a Néstor Kirchner presidente constitucional, en un marco histórico connotado por las presencias de Fidel Castro, Hugo Chávez y Lula. Será justo a treinta años de la asunción presidencial de Héctor Cámpora, emocionante primavera, prólogo de diez años de frustraciones y horror. Para muchos de los que juren en el Congreso y la Rosada será una coincidencia conmovedora, pero también didáctica.
Ante otra asamblea, en diciembre de 1999, asumió De la Rúa, un presidente que jamás entendió nada. Y menos que nada cuáles eran las condicionantes económicas que regirían su efímero mandato. En esa necedad no estaba solo: adoradores del tótem de la convertibilidad, los aliancistas se equivocaron en todo y terminaron como terminaron.
En diciembre de 2001, otra asamblea designó presidente provisorio a Adolfo Rodríguez Saá. Las asambleas, que albergan senadores y diputados, se realizan en el recinto de la Cámara baja, que cuenta con más bancas. Igualmente, una vez acodados los diputados, el recinto no alcanza para dar asiento a todos los senadores. Algún comedido le cedió un curul a Alfonsín. Pero Duhalde no fue contemplado con igual honor y los circunstantes de entonces lo recuerdan, incómodo, con un rictus de bronca en el rostro, solito, sentado una sillita estrecha. La vera imagen de la derrota política.
En pocos días Duhalde llegaría a ser presidente interino y a atravesar con suerte variada un año y medio de vértigo. Su salida es mejor que su entrada. Tanto que la transición fue ordenada, sin huracanes de “los mercados” y su favorito electoral batió en los comicios a Menem. Cometió errores y abusos, algunos de los cuales se mencionan en esta misma nota, pero lo acompañó una virtud que fue estar atento a los humores sociales para cambiar de rumbo y aun para apartarse de la lid electoral, una promesa que cumplió y que le hará honor cuando se haga el saldo de su gestión. Con ese bagaje, con un imperfecto y escueto salario ciudadano y con un ministro de Economía que le vino un poco de chiripa pero al que sostuvo contra las presiones internas y externas cuando fue menester, estará hoy sentado mucho más cómodo y alegre que en diciembre de 2002.
Néstor Kirchner asume en un país peor que el que recibieron Alfonsín, Menem y De la Rúa, presidentes también legitimados por los votos populares. Solo dos ventajas comparativas lo asisten. La primera es la de estar en un ciclo económico que pinta más deseable, fuera de los delirios del capitalismo tardío de Menem y de la ciega adscripción a la destructiva convertibilidad. La segunda es que el hombre parece entender cuál es el rumbo deseable para la Argentina, un modelo productivo, adecentamiento de las instituciones, integración en el Mercosur. La presencia de Lula, aménde la de un hermano, es la un socio para “entrar al mundo” por el único camino posible, sensato y deseable.
A Kirchner le gusta definirse como integrante de “una generación política”, esa que se formó precisamente en los tiempos del tío Cámpora. Su gabinete exhibe una fuerte presencia de esa “generación”, asumiendo que ese vocablo, usado coloquialmente en política, no alude solo a la edad sino a pertenencias, estilos, memorias y sobre todo anhelos. Muchos de los integrantes de esa generación, valga recordarlo, fueron segundones del menemismo. Otros, casi todos ajenos a roles protagónicos en la deplorable experiencia de los ‘90, van hoy en pos de su oportunidad y su coherencia.
Las masas en la calle y la revolución posible eran el escenario de los fastos del ‘73. Hoy es otro el sol del 25. El contexto es distinto pero las dificultades son titánicas. En tiempos de moderación y reformismo, el desafío para cualquier gobierno en la Argentina es torcer el rumbo de 20 años de desencanto. Sin sutilezas ni banderías políticas, las personas del común quieren que hoy comience una nueva etapa, sin alteraciones brutales pero sí con un ostensible cambio de rumbo. Que el Presidente vuelva a serlo, que los trabajadores tengan empleo, que la Justicia merezca ese nombre y que la política sea la herramienta para contrapesar los poderes fácticos y no su doncella.
De todos los argentinos, poderosos o no, depende que así sea. De nadie tanto como de ese hombre que tiene la infinita suerte y la grave responsabilidad de representarlos a todos.

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