EL PAíS

En el mes de los cierres

Elecciones gobierno-céntricas, una constante. La gobernabilidad y las bancas necesarias. Repaso sobre elecciones anteriores. El potencial del FpV. Un acto con mensajes. Ejes de campaña del kirchnerismo y la oposición. Primeras movidas de Cristina. Presiones sobre Massa, el enigma. Y consejos para profetas.

 Por Mario Wainfeld

Hay recesión cuando un vecino tuyo pierde su trabajo.
Depresión cuando pierdes el tuyo. Y recuperación cuando Jimmy Carter pierde el suyo.

Ronald Reagan, dos veces presidente de los Estados Unidos.

Reagan pronunció la frase antecedente antes de enfrentar y golear en las urnas al entonces presidente demócrata Carter. Reagan no era un genio (por decirlo con ternura), pero sí un gran comunicador, tanto que su consigna puede inspirar para pensar la competencia política en otras comarcas y en distintos tiempos. Las elecciones, de ordinario, son pronunciamientos respecto de los gobiernos en ejercicio. La Argentina actual, cree este cronista, corrobora la regla. O la acentúa, quién sabe.

El Frente para la Victoria (FpV) bate records de permanencia en mandatos democráticos. Es casi el único partido con presencia en todos los distritos: el radicalismo compite a distancia sideral y no hay tercero. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner es el sol del sistema planetario político: todo gira a su alrededor, aun quienes la detestan.

El acto del sábado pasado comprobó que el oficialismo añade otros recursos políticos envidiables. Enumeremos, sin agotar la lista: convocatoria popular masiva en torno de sus banderas, militancia organizada con fuerte componente juvenil, una base social pluriclasista, una oradora a la que sus partidarios escuchan y aprueban, que es líder indiscutida puertas adentro.

Ni llamaremos en nuestro auxilio al bueno de Adrián Paenza. Es imposible hacer una equivalencia o una proyección entre una muchedumbre de manifestantes y el número de votos que sacará su fuerza favorita. Por lo pronto, los que están siempre son pocos. Puesto por el absurdo: si hubo medio millón de manifestantes, fue un actazo tremendo. Si esa fuera la cosecha de votos, sería una catástrofe para el FpV.

Yendo más al costumbrismo, hay fuerzas políticas cuya capacidad de movilización es mucho mayor que la de otras y no siempre proporcional a su caudal electoral. Varios partidos de izquierda tienen una alta proporción de manifestantes entre sus adherentes, algunos parecen poder movilizar a todos. El peronismo se hace sentir en el espacio público. La existencia de “mayorías silenciosas” que no reclaman estentóreamente ni ocupan el espacio público es una realidad (o al menos una hipótesis de trabajo), amén de un tópico usualmente usado por las fuerzas de centroderecha o derecha rasa. De todas maneras, la potencia del kirchnerismo cuando sale a cualquier cancha (“la calle”, en este caso) es un factor ineludible en cualquier análisis.

Contar con un partido, con los recursos que dotan la gestión, una jefatura activa y potente es mucho... pero no todo. Sobre eso se cabildeará en agosto y en octubre. Lo que, dicho sea al pasar, comprueba que el eslogan “Ella o vos”, propuesto por el diputado Francisco de Narváez, es una interpelación hábil que va al núcleo del asunto... lo que no equivale a certera ni ganadora. Las tácticas electorales, como las futboleras, son santificadas o sepultadas por el resultado. Si el cabezazo de Blandi, el joven delantero boquense, hubiera sido gol en vez de pegar en el poste, el DT Carlos Bianchi sería parangonado con Napoleón en sus mejores tiempos. Hoy, se debate si su forma de juego contra Ñuls fue un acierto. Claro que el fútbol es, de ordinario, más sencillo que la política. Por caso, cuando se termina una serie eliminatoria se sabe quién ganó y quién perdió. En octubre, las evaluaciones pintan para ser más variadas.

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Qué se juega, antecedentes: hace unos meses, la oposición se veía menos sólida y proponía la compulsa de medio término como un plebiscito sobre la re-reelección. En ese aspecto, puede prepararse para cantar victoria. Parece casi imposible que el oficialismo acreciente su número de bancas en Senadores y Diputados hasta lograr los dos tercios imprescindibles para convocar a una reforma constitucional. También suena inalcanzable que consiguiera más del 50 por ciento de los apoyos, en la necesaria elección ulterior para constituyentes.

Todo induce a pensar que el oficialismo quedará a buena distancia de su record de 2011. Cuando se eligen parlamentarios, en 24 distritos que son distintos entre sí, los oficialismos bajan en beneficio del voto “expresivo”. Lo dice la teoría política, para eso se inventó el sistema electoral, lo corrobora la praxis de treinta años consecutivos de democracia. La mejor performance de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Cristina Fernández de Kirchner sucedió cuando fueron ungidos presidentes por el voto popular. Todos bajaron en las intermedias, incluso los que ganaron alguna. Néstor Kirchner queda fuera de la serie porque las circunstancias de 2003 fueron, ejem, “heterodocshas”.

Si de contar bancas de Diputados se trata, las perspectivas del FpV mejoran. Seguir contando con mayoría ajustada en el Congreso es crucial para su gobernabilidad futura. El término de comparación es el año 2009, en el que el oficialismo andaba tecleando. En números de almacenero, al kirchnerismo le bastará mejorar el 32 por ciento en el total nacional de aquel entonces. Visto con minucia, el cálculo es más complicado porque las bancas se suman de a una, provincia por provincia.

En el Senado, renuevan ocho provincias. Dos factores se contrapesan: menos bancas en juego (cambios más acotados, por tanto) y perspectivas más arduas para el kirchnerismo. Conservar su patrimonio de hoy sería un éxito.

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Movidas contra el delay: cuando resta menos de un mes para cerrar alianzas y listas de candidatos, todos los participantes están atrasados. La oposición no acaba de articular sus coaliciones, a una semana vista. Y el oficialismo no tiene candidatos establecidos o cantados en casi ninguna provincia.

El nombramiento del diputado Agustín Rossi como ministro de Defensa es uno de los indicios acerca del creciente activismo presidencial en la materia. La ecuación del FpV mejora en Santa Fe. El Chivo pagaba con un techo bajo su probada pertenencia y fidelidad al kirchnerismo. María Eugenia Bielsa y Jorge Obeid tienen, se especula en tiendas propias y ajenas, un panorama electoral más propicio.

El caso puede ser una señal que trascienda Santa Fe. Menos kirchnerismo puro y duro, más peronismo clásico mezclado con una candidata taquillera hablan de pragmatismo a la hora de disputar los porotos.

En ese mismo carril, habrá que ir viendo cómo se enlazan las listas con los gobernadores del palo kirchnerista o los que, sin serlo fervorosamente, acompañen al FpV. Tal vez, comentan cuitados de Palacio, se les dé más margen que en 2011 para conversar los candidatos con la Presidenta. Cerca del gobernador salteño Juan Manuel Urtubey se comenta que las tratativas rondan combinar candidatos muy fiables a la hora de votar en el recinto con un poco de cuchara del mandatario provincial. Alguno de sus colegas atisba un horizonte parecido: “los territorios” tendrán (un cachito, ojo) más de injerencia, para atornillar lealtades.

Con toda la relatividad del caso, en la primera línea del gobierno se calcula que en cuatro provincias grandes (medidas especialmente en bancas) se puede superar el pobre desempeño de cuatro años atrás: Capital, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Claro que los candidatos inciden lo suyo y por ahora son un enigma.

Una reflexión provisoria, como toda esta columna. El kirchnerismo pudo sobrellevar y revertir el revés de 2009, atravesando el erial de dos años con minoría en ambas cámaras. Si ahora contiene las mayorías en ambas, tiene sustento para afrontar con aire el fin del segundo mandato de Cristina. Puesto de otra forma, esa referencia puede ser su objetivo principal. Con esa base, llegaría el momento de relanzar su gestión, pensar en la sucesión, mantener la pole position. Hacerlo antes es prematuro y hasta banal: por eso casi toda la retórica sobre la re-re es opositora.

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“Vienen por todo”: Cristina Kirchner instaló en la Plaza de Mayo lo que será un eje de campaña. “Vienen por todo” proclamó y explicó que un recambio de gobierno pondría en riesgo las conquistas y avances económico-sociales del kirchnerismo. Los opositores, centrados en la corrupción y la defensa de una imprecisa “república” jaqueada, no recogen el guante. No replican que la Asignación Universal por Hijo (AUH) se conservará, que habrá paritarias anuales libres, que mantendrán la relación estratégica con los países de América del Sur. Ni se expiden sobre otros etcéteras.

El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, se permite diferenciarse y prometer la defunción del Fútbol para Todos. El gobernador cordobés José Manuel de la Sota, que corre atrás de Macri en todos los sentidos imaginables, dobla patéticamente la apuesta e insinúa un vergonzoso método pactista para revisar la política sobre derechos humanos. Sus pares callan, ni asienten ni se diferencian. Piensan como Reagan, en lo táctico. Varios comparten su ideología, aunque no esté de moda sincerarlo.

El kirchnerismo siempre juega a todo nada, no hay motivos a la vista para que mude su esencia en esta parada. Los candidatos serán “los de Cristina”, sí que fragmentados en territorios que responden distinto, según tradiciones, coyunturas e idiosincrasias (ver recuadro aparte).

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La variable independiente: un puñado de protagonistas explicitó que se presentará como candidato. Entre los más vistosos mencionemos a Hermes Binner, Francisco de Narváez, Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió, Fernando Solanas, Margarita Stolbizer. Salvo Binner, que padeció mucho el bienio “en el llano”, los demás terminan sus mandatos como diputados. Están, pues, compelidos por las circunstancias.

La variable independiente más llamativa es, por lejos, el intendente Sergio Massa, que deshoja la margarita. Nada lo apura, ni su edad, ni el fin de su gobierno. Pero la presión sobre él es inmensa. El título de una nota publicada ayer en La Nación explica de qué hablamos: “El establishment quiere ver una luz en Tigre”, escribe el periodista Francisco Olivera. Poco queda por agregar.

Los encuestadores concuerdan. “Massita” puede ser un fenómeno electoral, asumen hasta consultores afines al Gobierno, que piden reserva de sus nombres. Al cronista le cuesta tomar al pie de la letra sus pronósticos, su deber es consignarlos.

El salto puede ser sin red. Dejar la intendencia en pos de una banca es un albur. Quedar expuesto dos años puede ser un camino descendente, tema sobre el que puede dar un seminario De Narváez.

La tentación es alta, también. Para sucumbir a ella, Massa debería renunciar a lo que es un recurso en tiempos borrascosos. Hasta acá, es como el gobernador Daniel Scioli, un prospecto posible para los dos bandos en pugna.

Ceder al establishment la conducción política fue, apenas ayer, letal para todos los componentes del apodado Grupo A. Massa afronta un reto similar. Su resolución es un enigma hoy día.

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Imaginarios: el kirchnerismo le propone a la ciudadanía que repase su situación diez años atrás. ¿Pensarán así la mayoría de los electores o centrarán más su mirada en el período transcurrido desde 2011? Dicho distinto: ¿competirá el oficialismo contra el pasado o contra sus propios desempeños? Dos años ha, el veredicto popular “pagó” generosamente, en reciprocidad con ocho años de avances y conquistas.

El bienio 2010-2011 fue propicio para el kirchnerismo y para la mayoría de los argentinos. El FpV transformó en mística y convocatoria el dolor por la pérdida de Néstor Kirchner. Cristina apuntaló su liderazgo. Fueron tiempos de crecimiento económico nacional, tanto como del capital simbólico del oficialismo.

Los dos primeros años de este mandato presidencial registran un amesetamiento en las variables económicas y de empleo. Más cerca aún, el segundo trimestre de 2013 no registra el repunte que esperaba el oficialismo. Los recientes acuerdos paritarios, los aumentos de la AUH y de asignaciones familiares, el incentivo a la obra pública serán herramientas básicas, tal vez decisivas, para mejorar ese cuadro antes de octubre.

El FpV tiene un piso alto de fidelidad en el voto (¿30 por ciento?, ¿35 por ciento?) al que supo sumar adhesiones “por gestión” en sus mejores momentos. Contra lo que a menudo parecen creer en las dos trincheras, no hay dos bloques de pertenencias que suman el ciento por ciento del padrón. Los vaivenes de los “no convencidos” serán cruciales cuando se haga la cuenta fina.

La agenda del oficialismo son sus credenciales desde 2003, más lo que mejore en este año. La de sus antagonistas, muy determinada por los medios dominantes, se encarniza en la corrupción. El impacto de las denuncias que se propalan semana a semana es un interrogante a descifrar. El cronista no cree que eso pueda saberse ahora ni que sea sencillo determinarlo antes del escrutinio. Las denuncias no valen por su mera enunciación como parecen creer algunos. Ni repercuten sólo en los que ya están jugados como anti-K, como propalan voces oficialistas, contrariando el afán del Gobierno de contrarrestar esos mensajes.

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Incertidumbres: el calendario electoral sugiere al cronista la comparación con esas pruebas escritas escolares en las que vence el tiempo y los alumnos no entregan la hoja. Todos lo harán, aunque la demora o la escritura atolondrada pueden afectar su rendimiento.

La elección popular de miembros del Consejo de la Magistratura, paralizada por un par de fallos judiciales tan previsibles como mediocres, agrega una incertidumbre a un conjunto bastante impreciso todavía. Hay aroma de suspensión en el aire, por el clima que prima en los Tribunales, pero es indigesto hacer vaticinios tajantes.

Cuando el domingo próximo se conozcan las coaliciones en todas las provincias, se podrá intuir algo. Pero la hora de la verdad será la del veredicto popular. Es gratis y grato hacer profecías: una ración alta de ellas será desmentida con el recuento.

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Imagen: Télam
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