EL PAíS › OPINION

La gran decisión

Por Eduardo Aliverti

Es muy probable que la que pasó haya sido una de las últimas semanas “placenteras” de la gestión Kirchner. Se cruzaron más fuerte que nunca la velocidad todavía muy vertiginosa de las acciones político-institucionales con las amenazas, aun incipientes pero cada vez más firmes, de los dueños de la economía. Por un lado, el Presidente jugó de visitante con algunas de las principales figuras europeas. Jugó bien. Malvinas con Blair reintroduciendo el debate acerca de la soberanía, además de haber colado los desequilibrios sociales en el discurseo de esos presuntos jefes de Estado “progresistas”. Derechos humanos con Chirac y la ratificación de que se acabó la impunidad de los genocidas: un dato nada menor en esa Francia oficial que la va de sensible frente al tema. Y frente a las presiones de Aznar y de los empresarios españoles, unidos en el reclamo de “seguridad jurídica” como eufemismo de reajuste tarifario y compensaciones a los bancos, la advertencia de que durante los años de la rata levantaron con pala el giro de divisas. De propina, por último, la convocatoria anticipada de Bush a la Casa Blanca con olor a “a ver quién es este tipo”, a “cuál es la mejor manera de sacarle de la cabeza cualquier ínfula nac&pop” y a “cuidado con algún frente latinoamericano de oposición objetiva o subjetiva contra los intereses norteamericanos”. Bien.
Siempre en esa misma cancha, pero de este lado del océano, la persistencia en defender a Zaffaroni y la decisión de marchar por afuera del aparato del PJ en todos los distritos que sea menester (¿pretendería ser una muy embrionaria remake del “tercer movimiento histórico” que guitarreó Alfonsín, con la diferencia de que la cabeza estaría en una -supuesta– topadora peronista y no en la crónica incapacidad de los radicales?). Cierto avance renovado contra la caja barrionuevista del PAMI, cierto aroma a que algunos Supremos querrían salvar la poca ropa que les queda firmando la inconstitucionalidad de Punto Final y Obediencia Debida y, claro, cierta profundización en el ataque de nervios de la derecha paleolítica. Bien.
Cambiamos de cancha para ir reconociendo el terreno donde se jugará la final. Ya está embarrada, como podía preverlo cualquiera con dos dedos de frente. Al gesto de intervenir con un anoréxico incremento de salarios y jubilaciones le correspondió la ofensiva contraria de activar una sigla, CVS, que volvió a poner la atención en el crítico horizonte de centenares de miles de deudores, pero, sobre todo, sobre un sistema financiero carente de signos precisos desde la intención gubernamental. La reestructuración de la banca es una de las tantas pelotas que el oficialismo prefiere seguir pateando para adelante. Lavagna torea a los banqueros con el señalamiento de que tienen una cordillera de plata que no prestan, y le responden que no lo hacen porque la marcha de la economía no garantiza, ni mucho menos, que los eventuales receptores puedan devolverla. Para que todo siga quedando más cristalino ocurrió que las advertencias de la economía, por primera vez en los casi dos meses de gobierno, no sólo provinieron del establishment. En una misma semana se aglomeraron paros de subtes y trenes, y anuncios de medidas de fuerza de estatales bonaerenses. Un descolgado diría que se trata del folklore habitual. Un observador mínimamente atento repararía en que la puja por el ingreso comenzó a reaparecer. Tal vez, disparada por la propia impericia oficialista al vociferar un aumento salarial con paupérrima capacidad de aguante. No porque los fondos no estén sino porque afectarlos con destino a homeopáticas dosis de reparación de los trabajadores, conlleva el susodicho choque contra los Señores de la Gran Torta. También se golpea a pequeñas y medianas empresas que en muchos casos no están ni de lejos en condiciones de afrontar mayores gastos de personal, en tanto la producción y el consumo no den mejores señales de vida. Están agarrando al león por la cola y a los ratones por la cabeza. Lo que sorprendió fue la rapidez y capacidad de liderazgo de Kirchner para encarar reformas institucionales. Y la falta de costumbre a esos cambios positivos, unida al hecho de que la mayoría de la población juzgó al Presidente como un hombre de muy débil poder político, generó una suerte de encantamiento inductor, probablemente, de hacer creer que los tiempos han cambiado en todo sentido. El Gobierno no ha dicho esta boca es mía respecto de ninguno de los asuntos que definen al concepto de Nación, y de desarrollo con justicia social, más allá de la transparencia republicana. El modelo sigue siendo el mismo que devastó a la Argentina y el punto no es la cortedad del tiempo de gestión, sino la ausencia de signos en torno de cuál será el rumbo. Pero da la sensación de que recién después de arribado el acuerdo con el FMI habrá de despejarse el horizonte en términos de hacia dónde se marcha, lo cual implicaría que la mesa acreedora definirá el trato de las urgencias y necesidades internas en lugar de ser exactamente al revés.
¿Será capaz el Gobierno de suicidarse de esa manera?

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