EL PAíS › OPINION

El maleficio de Cavallo

 Por Maximiliano Montenegro

Pareciera un maleficio que acecha a todos los ministros de Economía argentinos que no son eyectados a los pocos meses del cargo y acumulan algo de poder. Había fundadas esperanzas de que esta vez fuera distinto. Pero Roberto Lavagna no escapó a la tentación. Con la excusa de que libra una batalla heroica contra los trogloditas de la city, se ha convertido en un ministro irascible con la prensa, casi soberbio y, salvando la abismal distancia aún a su favor, repite actitudes que llevaban hasta ahora la marca registrada de Domingo Cavallo. No se conforma sólo con modificar la realidad sino también los datos que la reflejan, los cuales obviamente no lucen tan espléndidos como los quiere presentar el ministro. ¡Y ojo con contradecirlo!
Los anuncios de desempleo y pobreza de ayer tienen su costado positivo, porque indican una reactivación interesante del mercado laboral. Pero también su lado oscuro: desnudan la impresionante pauperización de la sociedad argentina y dejan en claro que no basta con crear empleo para disminuir la pobreza y la indigencia. Para eso es necesario una fuerte mejora del poder de compra de los trabajadores, recortado como nunca antes en el último año. Más simple: cada vez hay más trabajos que no alcanzan ni para comer.
Las cifras del Indec confirman, además, que los 2,1 millones de planes Jefas y Jefes de Hogar son una buena política para aliviar el estómago y evitar un estallido social. Un efecto no tan benéfico es que sirven también para que algunos funcionarios olviden –esperemos que por un ratito– que un año y medio después de la devaluación todavía no se pudo bajar la desocupación, bien medida, del piso del ¡20 por ciento!
Pero, dado el costo de la canasta alimentaria básica (329 pesos mensuales), los 150 pesos del plan no logran arrancar a esas familias ni siquiera de la indigencia. Conocer este diagnóstico ayudaría a sepultar, de una vez y para siempre, la célebre “teoría del derrame” –que Washington vuelve a lanzar sobre la mesa– y concentrar la atención en la distribución del ingreso.
En lugar de reconocerlo, Lavagna se empecinó en difundir su propia medición de pobreza que, a diferencia del tradicional informe del Indec, muestra que las cosas marchan por el buen camino.
Ojalá que los equivocados sean los técnicos del Indec, señor ministro.

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