EL PAíS › EL TESTIMONIO DE JUAN CARLOS CHACHQUES, MEDICO SOBREVIVIENTE DE LA ESMA

“Daban inyecciones y con eso mataban”

“Era el equivalente a la silla eléctrica”, dijo el sobreviviente sobre las inyecciones que los represores daban en la ESMA durante la primera etapa de la dictadura. El médico vive en Francia y su caso fue judicializado recientemente.

 Por Alejandra Dandan

“Nos moríamos de frío. Me pasé un mes con las manos hacia atrás, en situaciones que realmente no eran humanas. ¿Por qué?”, preguntó Juan Carlos Chachques durante la audiencia. “Me interesaba el país, me comprometí con el gremialismo médico para que un hospital del Estado funcionara bien y fui sancionado de esa manera. Hice lo mismo en Francia. Fui profesor y fui condecorado con la Legión de Honor. Exactamente lo mismo en los dos lugares, me ocupé de la salud, pero en Argentina por eso me quisieron matar y en Francia me hicieron un reconocimiento.”

Chachques es un médico argentino que vive en Francia desde 1980. Es reconocido internacionalmente como inventor del “echarpe cardíaco”. Es biocirujano, doctor en biología, actualmente jefe de la Unidad de Bioasistencia Cardíaca y director de investigaciones cardiológicas del Hospital Pompidou de Paris, pero casi un desconocido como sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada. Hasta hace poco, su secuestro no estaba judicializado. Sólo se sabía de la presencia de un “médico” en abril de 1976 en la ESMA. Hace muy poco se supo su nombre. Los padres hicieron gestiones durante su secuestro; hubo denuncias en la policía, pero él formalizó la presentación recién en 2004 ante la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Chachques declaró la semana pasada en el megajuicio por los crímenes de la Marina. Cuando salió de la ESMA no quería irse del país y no podía volver al Hospital de Clínicas, donde trabajaba cuando lo secuestraron. Consiguió un puesto en el Hospital Ferroviario y después en la Fundación Favaloro. “Mi historia no era muy conocida, me aceptaron y después de muchos años me enteré a través de amigos de que Sabato le había dicho a Favaloro: ‘Este tipo tiene buena voluntad, necesita completar su formación acá’. Así que pienso que Favaloro me consideró su alumno.”

“¡Tac!, y rompían una ampolla”

Chachques estuvo unos 28 días en el centro clandestino, desde el 10 de abril de 1976. Su testimonio iluminó parte del primer período de la ESMA en el que casi no hay sobrevivientes. Como médico, logró darse cuenta, con los ojos tapados pero a través de los sonidos, de un mecanismo que podría ser una de las primeras formas de “traslados”: escuchaba cómo rompían ampollas e inyectaban algún tipo de narcótico para matar a los secuestrados que, según su diagnóstico, habían entrado en una especie de shock.

“Yo no veía nada pero, como los ciegos, terminaba percibiendo las cosas”, dijo. “Una noche me hicieron escuchar a otra gente que torturaban y me dijeron: “Ahora el próximo sos vos”. Gritos de hombres, mujeres, terrible, terrible. Sacudones, gritos terribles. Y dijo: “Sentí que había gente que la volvían a subir después de las sesiones de electricidad, en un estado de excitación enorme, como son los electroshock repetidos. Tenían un desorden mental enorme, incontrolable, y yo sentía ‘¡tac!’, que se abrían ampollas. Que hacían inyecciones. Que las hacían dormir. Pero no solamente sentí que las hacían dormir –dijo–, sino que dejaban de respirar”.

Esto provocó conmoción en la sala. Las inyecciones aparentemente contenían anestésicos, pentotal o alguna droga, y según su teoría provocaban un paro respiratorio. “Directamente dejaban de respirar, y cuando uno deja de respirar se produce hipoxia y eso significa la muerte. Con el paro respiratorio, en pocos minutos, se para el oxígeno, se para el corazón, así que yo sentía cómo los cuerpos eran arrastrados y desaparecían por acción de los barbitúricos hechos para controlar un estado de situación que ellos consideraban de irritación, irrecuperables. Eran personas que a su criterio estaban gastadas, inutilizadas, y eran directamente sacrificadas a través de interrogatorios con los que habían querido sacarle información.”

–¿Esto lo escuchó más de una vez? –le preguntó el presidente del jurado.

–Sí –dijo–, más de una vez. Otra tortura que escuché fue la música. Violeta Parra y Julio Iglesias. Preguntaban, ¿te gusta? Y de golpe empezaban a pegar en los oídos. Lo que pareciera una cierta paz por acción de la música terminaba en un drama, gritos de ambos sexos.

Más tarde, las preguntas volvieron al tema.

–¿En qué momentos se realizaban estos traslados? –preguntó la fiscal.

–Todo pasaba a la madrugada. Yo conocí la diferencia entre el día y la noche por los pequeños reflejos de alguna ventana por la que entraba luz. Creo que dejaban que avanzara la noche. Durante el día nadie, nadie se movía; a la noche ya empezaban a llevar para interrogatorios, ésa era la mecánica, era tardío, nocturno, once, doce de la noche por lo menos.

–¿Quiénes aplicaban las inyecciones?

–Creo que era gente con experiencia en inyectables. Venían con maletín, abrían. Escuché a veces cargar más de una ampolla y quedarse un rato. Pienso que tal vez no había una persona, había un pequeño diálogo, tal vez venía un médico con algún enfermero. Pienso que era trabajo en equipo. Inyectar en esos casos era el equivalente a la silla eléctrica. Cuando uno inyecta y no se le puede ofrecer asistencia respiratoria, pienso que esa responsabilidad la tomaba un médico, no un enfermero. Era una decisión, sobre todo para la gente que estaba en medicina. En ninguna parte del mundo esto es así, los verdugos no son médicos, los médicos hacemos un juramento hipocrático, nos dedicamos a la vida, a salvar la vida y no a destruirla, eso es realmente muy condenable, merece la condena máxima.

Juan Carlos

Juan Carlos vivía hacía varios años en Buenos Aires, pero era de un pueblo de Santa Fe. Hizo medicina en Rosario y a comienzos de 1970 viajó a la Capital a hacer una residencia en el Hospital Rawson hasta que cerró y luego entró al Hospital de Clínicas apenas inaugurado. Vivió en el pabellón de médicos residentes. Trabajó como voluntario en la cátedra de Anatomía y en 1973 sus compañeros lo propusieron como presidente de la Asociación de Médicos Residentes. “Mi vida era hospital público, era la docencia, la investigación, y esa formación con los años me permitió abrir otros caminos.”

Chachques ejerció el primer mandato entre 1973-1975. Lo reeligieron ese año. Con el golpe de 1976, todo se acabó. El hospital y la universidad fueron intervenidos por la Marina. Chachques pudo haber sido secuestrado por su actividad gremial, pero también se estudia la posibilidad de que su secuestro haya comenzado con una “equivocación”. En esos días, el GT buscaba a un tal “doctor Mario”, supuesto médico de Montoneros que atendía y curaba a los heridos de la organización. A las dos semanas de ser ingresado a la ESMA, sometieron a Chachques a una rueda de reconocimiento. “Dejaron que me crezca la barba, me venían a ver. ¿Tenés barba?, me preguntaban. Y a las dos semanas yo tenía barba. El doctor Mario era alto y aparentemente tenía barba”, explicó.

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Los represores que están siendo juzgados en el megajuicio por los crímenes cometidos en la ESMA.
 
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