EL PAíS › OPINION

Ultimos días de Villaflor

Por Eduardo Pérez

A partir del 3 de agosto de 1979, y por más de 20 días, el grupo de tareas 3.3.2 de la Escuela de Mecánica de la Armada realizó gran cantidad de procedimientos y secuestró a más de veinte personas, de las cuales nueve permanecen en la condición de detenidos-desaparecidos.
Para uno de los detenidos el día 4, Raimundo Villaflor, no iba a ser la primera vez que en su destino se cruzara la Escuela de Mecánica de la Armada. El día anterior, por ejemplo, habían secuestrado a su hermana Josefina y a su cuñado, José Luis Hazan; dos años antes su prima del alma, Azucena, corrió el mismo destino junto con una decena de personas, madres de desaparecidos y colaboradores. Tres años antes habían matado a tiros en la calle a su amigo Rodolfo Walsh cuando estaba difundiendo una carta de denuncia sobre las atrocidades que estaba cometiendo la Junta Militar. Y trece años antes fue la custodia de un ex cabo, egresado de esa misma Escuela de Mecánica –Augusto Vandor–, la que tiró contra él y sus compañeros, matando a Domingo Blajakis y Juan Zalazar.
Pero iba a ser la última, porque el día 7, cuando lo trasladaban exánime tras una larga sesión de picana eléctrica, mordió con legítima furia el hombro de un “verde” –los suboficiales de la armada encargados de la custodia y vigilancia de los prisioneros– y murió a consecuencia de la feroz paliza posterior.
Los restantes prisioneros tuvieron distintos destinos. Ida Adad, Juan Carlos Anzorena, Enrique Ardeti, José Luis Hazan, Elsa Martínez, Rubén Palazzesi, Josefina Villaflor y Nora Wolfson fueron vistos en una isla del Delta, para ocultarlos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, luego fueron restituidos a la ESMA, y a principios de abril de 1980 “trasladados”, esto es, arrojados en algún lugar del océano desde un avión. El mismo destino corrieron Pablo Lepíscopo, Hugo Palmeiro, Juan Carlos Schiaravague y Fernando Brodsky. En tanto Rubén Palazzesi fue apresado en Córdoba, pero murió en la tortura con ejemplos de entereza frente a la barbarie que aún hoy recuerda con emoción su cuñado, preso y torturado en el mismo lugar. Su cuerpo fue metido en un auto y dinamitado, simulando una “ley de fugas”.
El resto recuperó la libertad, y casi todos ellos –con mayor o menor intensidad– sufren aún las consecuencias de tanto horror vivido.
Hasta los últimos días de su vida, la mamá de Josefina y de Raimundo (también llamada Josefina) recordaba las dos visitas que su hija y su nuera le hicieran para ver a sus hijas, acompañadas de una custodia de la Armada. “¿Vieron qué linda beba tengo? ¿Me dejarán verla crecer estos hijos de puta?”, decía Josefina hija, mientras miraba a los ojos a su custodio, el marino Ricardo Miguel Cavallo (a) Miguel Angel o “Teniente Marcelo”.
Este mismo personaje acompañó a Ardeti a visitar a su esposa Consuelo Orellano y a sus hijos Daniel y Marcelo, también con un fin avieso: lograr un poder para vender, en beneficio propio, dos propiedades de la pareja.
Debería quedar claro ante la opinión pública que estos personajes siniestros no fueron juzgados, porque la Ley de Obediencia Debida no juzgó, sino que hizo lo contrario: los colocó al margen de ella.

* Coautor del libro sobre las Fuerzas Armadas Peronistas.

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