EL PAíS › OPINION
EL NOVEDOSO ACUERDO CON EL FMI FORTALECE AL GOBIERNO PERO TIENE COSTOS

Sobre la autoestima y otras yerbas

El país con el default más grande del mundo consiguió un acuerdo novedoso. La mística oficial y alguna lectura más templada. Qué pasó. Los roles de Kirchner y Lavagna. Sus roces. La economía y el presupuesto que se vienen. Un alerta, las broncas con el gobierno brasileño. Sigue la maratón electoral y se garantizan internas para el año que viene.

 Por Mario Wainfeld

En el discurso que pronunció en las escalinatas de la Facultad de Derecho, Fidel Castro utilizó una palabra inusual en política, más frecuente en jerga psicológica. Habló de la “autoestima” de los pueblos. Curiosamente, Roberto Lavagna, que no debe contar al líder cubano entre sus lecturas de cabecera, la retomó en un par de intervenciones periodísticas. Con la negociación ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha crecido la autoestima del Gobierno y posiblemente, sí que en menor medida, la de sus representados. Esa autoestima, producto de la seriedad, dignidad y trabajo de equipo que connotaron las tratativas, vistas desde el lado argentino, no debería derrapar en la soberbia a la que son tan propensos los endogrupos de gobierno. Duro es el camino por recorrer y duras las condiciones aceptadas, asumiendo y valorando que pudieron ser peores.
La presencia y el activismo presidencial insuflan mística a sus compañeros de gestión, aun a los empinados y en especial a sus coterráneos que integran el gabinete. Esa mística oficial contagiada desde el vértice del poder político, que tanto faltó en la gestión de la Alianza, es un activo de este oficialismo, un energizante difícil de sustituir. Néstor Kirchner fue central en las negociaciones, fue el más duro de los negociadores argentinos. Su presencia y su rol fueron una novedad para acceder a un acuerdo que también es por demás original. Argentina pactó condiciones propias de una nueva época, distintas a las de arreglos precedentes. Pero esa, relativamente, auspiciosa primicia no puede ocultar el escenario general: Argentina es un país dependiente que tiene una deuda sideral, que se ha comprometido a pagar. También ha comprometido un esfuerzo fenomenal, un superávit primario que no alcanzó en la última década y que quizá no alcance este año, de inusual crecimiento económico.
En el Gobierno no se ignoran estos datos pero la autoestima prima sobre la contención. “Es el mejor acuerdo de la historia”, musitan los kirchneristas de la primera hora que moran en el Rosada, militantes del club de admiradores del Presidente que se la pasó corrigiendo borradores, lapicera en ristre. “Tachó la palabra ajuste”, se extasían.
“Es un acuerdazo”, sella Lavagna ante quien quiera oírlo.
Como suele observar el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre Argentina, éste es un país de records. Ostenta el default más grandede la historia y un montante de deuda que no le va en zaga, siendo un país pequeño en términos relativos. Y ahora funge de vanguardia de un nuevo paradigma de acuerdo, producto del fracaso de la moda neoliberal de dos décadas, hoy en retirada indigna.
Un mérito básico le cupo a los negociadores argentinos, con Kirchner y Lavagna a la cabeza: el “leer” ese cambio de contexto, que permitía endurecer posiciones. Las condignas resistencias surgieron no sólo de los cerriles defensores de intereses (lobbies pro privatizadas, pro tenedores de bonos, pro Bancos) sino también de quienes no podían intelectual o ideológicamente aceptar el cambio. Pero lo aceptaron, el comunicado del FMI anunciando el acuerdo técnico habla de la reducción de la pobreza como un objetivo de lo pactado. “Antes si uno quería mencionar la pobreza, lo mandaban al Vaticano”, satiriza un negociador avezado, “ahora, la expresión la pusieron ellos”.
El texto completo del acuerdo se conocerá recién cuando tenga su aprobación definitiva. De momento, se conocen sus lineamientos mas no su letra chica. Uno de los puntos que ya detona debates es precisar qué se ha concertado respecto del montante del superávit primario en 2005 y 2006. Según críticos del oficialismo, esa cifra está pendiente de fijación y nueva deliberación. El Gobierno, parafraseando al filósofo Héctor Veira, postula que “la base está”, es el 3 por ciento que podrá variar tomando en cuenta tres referencias concretas: crecimiento del PBI, evolución del desempleo y de la pobreza. “No está abierto, es una virtual polinómica, aunque los números no estén determinados ya”, proponen en Economía.
Lo que enorgullece a la Rosada y Economía es esencialmente lo que no hay, lo que no se puso en blanco sobre negro. Lo que, de un modo u otro, tachó la estilográfica presidencial. No hay, ya se dijo, menciones al ajuste y esa es una porfía del Presidente. No hay nuevos “créditos” para Argentina y ése es un bastión de Lavagna. No hay promesas de leyes que contradigan la acción actual del Gobierno, nada se dice de la privatización de la banca pública.
Las reformas fiscales establecidas, dicen los oficialistas, no tienen el rango de una imposición ya que están on line con la política actual. Se habla de “inicio de reducción de las retenciones” pero sólo de “inicio” y despuntará recién en 2005. La reducción del impuesto al cheque estaba en las carpetas de Economía y el segundo paquete antievasión prometido también.
La pregunta del millón es si el Gobierno accederá al portentoso e inédito superávit primario comprometido con el principal auxilio del crecimiento previsto para este trienio y de la mejora de la recaudación fiscal. Lavagna-Kirchner, ya se sabe, privilegiaron la cruzada antievasión a una reforma fiscal más compleja. Los instrumentos centrales son, siguen siendo, las retenciones y el IVA, en un contexto de reactivación, adunados a la apuesta de hacer más aguerridas a la AFIP y la Aduana. Se trata de una decisión opinable, a la que el Gobierno juega muchas fichas. Es del caso señalar que el primer paquete antievasión aún no se está aplicando aunque el disciplinado bloque parlamentario del PJ viene garantizando su avance legislativo.
Lavagna y Kirchner tienen muchos puntos en común, entre ellos el de enconarse cuando se les reprocha ausencia de un plan económico. Cierto es que el establishment y la derecha vernácula, más papistas que el Papa, llaman “plan” al de los lobbies. Ese que Su Santidad el FMI resignó en la mesa de negociación. Pero es real que el reproche podría hacerse no ya por derecha sino por izquierda postulando una política económica que hiciera algo más que encaballarse en el ciclo (parcialmente) virtuoso de la devaluación y del rebote en el fondo del pozo. La desigualdad feroz del ingreso no parece estar en el centro de las acciones gubernamentales más orientadas a trabajar sobre el crecimiento que sobre la redistribución. Elcentroizquierda, atónito por no tener enfrente a un gobierno derechoso o medroso, podría acometer una agenda con esos puntos como centro. Pero nada consistente dicen, azogados porque Kirchner les ocupó el espacio. Por ahora, nadie propone más que el Gobierno, dueño de toda la iniciativa.
La gradualista política de Lavagna tiene como próxima etapa el presupuesto 2004 que por estas horas recala en el primer piso de la Casa Rosada, en tránsito entre el despacho del Presidente y el del jefe de Gabinete. Las dos áreas más favorecidas, con relación al 2003, serán (el dato no es menor) las manejadas por dos ministros incondicionales de Kirchner: su hermana Alicia y Julio De Vido. Desarrollo Social recibirá más recursos y seguramente añadirá nuevas funciones en el próximo año. La obra pública, en especial la pensada para generar empleo, será la segunda niña bonita del plan de gastos 2004. El área de Ciencia y Técnica de Educación recibirá lo suyo, cuentan cerca de Kirchner. La reactivación, la generación de trabajo y la acción reparadora del Estado serán las prioridades, si los números son los que se prometen.
Cuitas en Palacio
Dos cicatrices deja a futuro el febril tramo de la negociación con el Fondo. Merecerán sendos párrafos en esta columna y mucha atención a futuro. La primera es la que dejaron las discusiones entre Lavagna y Kirchner. En la Rosada y en Hacienda, pasado el trance, se le baja el precio pero lo cierto es que hubo disensos cuya magnitud y repercusión cabal medirá el tiempo futuro.
El origen de las diferencias es indisputable: el estilo presidencial es inédito, bien ajeno al de precursores muy tributarios de sus ministros de Economía. Kirchner es hiperpresente y le gusta resaltarlo. También procura que todos, los integrantes de la subcultura política y las gentes del común, sepan que la última decisión es suya y siempre más dura que las de sus ministros. Las mujeres y hombres de su riñón están habituados a ese trajinar y, por lo que se ve, les fascina. Para Lavagna es una novedad, no siempre sencilla de procesar.
También está dado que el ministro se conformaba con un acuerdo algo más concesivo para el FMI, en especial en lo que hacía a un cronograma de aumentos con las privatizadas. Kirchner le puso límites y le colocó un ladero que no entusiasma a Lavagna, Alberto Fernández. Enmendó algunos borradores del ministro junto a sus allegados más allegados, la senadora Cristina Fernández, Carlos Zaninni, el ya citado Alberto Fernández. Y hubo alguna discusión fuerte en medio de los tironeos de cierre, cuando los nervios se tensan producto de la ansiedad y las horas robadas al sueño.
“Lavagna no debe enojarse. Kirchner no lo desautorizó sino que profundizó el rumbo que él inició. Obtuvo un mejor acuerdo, en el mismo sentido que Roberto propuso. El debe entender que Kirchner consiguió mejorar su propuesta, no desvirtuarla”, analiza alguien que estuvo retocando borradores.
“Lavagna podía moverse más cómodo con Duhalde que delegaba más. Pero él entiende que como ministro-negociador ha tenido tres etapas, a cual más propicia. La primera cuando no sabía si Duhalde lo iba a apoyar hasta las últimas consecuencias, como lo hizo. La segunda, cuando sabía que contaba con ese presidente pero tenía caballos de Troya en el Banco Central y en algunos funcionarios como Alfredo Atanasof. Ahora sabe que tiene al Presidente más firme que nadie, con todo el Gobierno encolumnado. La fortaleza es mayor y los resultados insuperables”, dice un allegado de plena confianza del ministro de Economía.
Así dicho todo suena edénico. No es para tanto. Dos figuras de perfil alto, con ambiciones potentes, coexisten en el actual gobierno y algo pasó entre ellos. No irrisorio pero tampoco grave medido a la luz de los ponderables resultados a que accedieron. Lo sensato sería que las aguasbajaran pero queda pendiente saber cuál es la lectura subjetiva de los protagonistas. De su templanza futura, del modo en que procesen esa diferencias y su división de roles depende su buena onda futura.
O mais grande do Mercosur
La otra cicatriz es la relación con el Brasil, principal socio en el Mercosur. Fue patente la falta de apoyo, rayano en la mala onda, del gobierno de Lula durante las negociaciones. Es que el esquema de negociación argentino pone en carne viva discusiones que dividen a la sociedad brasileña y a su gobierno. El Banco Central, en buena medida el equipo económico del país hermano y el propio Lula parecen anclados en una visión “a lo Machinea” de la situación, pendientes sobre todo del riesgo país. Itamaraty y algún cuadro histórico del PT, Marco Aurelio García, privilegian una visión más orientada a salir de la recesión. Lula firmó un acuerdo con el FMI que queda como muy concesivo si se lo coteja con el que suscribirá Kirchner.
En este marco, mientras llovían señales de aval a los negociadores argentinos, los brasileños hurtaron el cuerpo. Su presencia llegó tarde y nunca apareció Lula. Las broncas argentinas, acaso justificadas, fueron empero demasiado estentóreas. La conducta del más famoso hincha del Corinthians ratificó una proclividad del presidente argentino: sentirse mucho más a sus anchas en la relación con Ricardo Lagos que en la existente con Lula. Lo cierto es que Lagos no sólo es un insistente apologista de Kirchner y Lavagna, también un puntal cuando cuadra apuntalar sus políticas ante autoridades de otros países o de organismos internacionales. Pero esa comunidad, que debe agradecerse y valorarse, no debería ocluir una realidad. Chile es un aliado de distinto rango y tamaño que Brasil, no compite por un liderazgo latinoamericano. Y atraviesa (muy) otra situación que Brasil.
Los rezongos oficiales se hicieron públicos en apariciones mediáticas, incluida una de Kirchner por una radio de gran audiencia. Algo que puede excitar reacciones y alejamientos mayores. La autoestima propia de un momento de auge no debería pervertirse en arrogancia y desdén de los límites propios y de las dificultades del otro. Ni distraer de los objetivos estratégicos del Gobierno y aún del país. Los aliados permanentes requieren atención, respeto y, cuando cuadra, tolerancia. No se trata de debilidad sino de intereses nacionales, más perdurables que el estado de ánimo durante una instancia táctica.
Combatiendo en Capital
La formidable elección que hizo el insondable Carlos Reutemann y el aplastante éxito que, todo lo sugiere, logrará hoy el PJ bonaerense prefiguran un cuadro que estará casi completo cuando se dilucide la crucial contienda porteña de hoy. Kirchner se ha jugado todo a manos de Aníbal Ibarra y ganará o perderá en proporción a lo que apostó. Pueden discutírsele muchas cosas al Presidente pero es difícil negarle claridad en sus posturas políticas y sagacidad para analizar la coyuntura. Tal como piensa Kirchner, una eventual victoria de Mauricio Macri sería un dolor de cabeza casi inminente para la Rosada. La maltrecha derecha peronista -sospecha y acierta Kirchner– se reconstituiría alrededor del presidente de Boca, sumando a Lole y al celoso José Manuel de la Sota. Del otro lado quedarían el patagónico junto a Duhalde. Pero, claro, con menos poder relativo de cara a sus adversarios y aún a su aliado.
El duhaldismo espera la tenida con más calma que la Rosada. Es que el PJ bonaerense tiene la vaca atada. “Patti me llamó ofreciendo bajarse -cuenta un habitualmente sincero operador del ex presidente–, le dije que era tarde, que perdiera nomás. Y le corté”. Ganar por goleada fomenta la autoestima. Los bonaerenses, atentos a la madre de todas las batallas, ya piensan en marzo del año que viene. Para entonces, se relamen, habrá que normalizar el partido. Así que imaginan una interna que llevará a Duhalde a la presidencia del PJ. Servirá, además, para evitar que muchos argentinos padezcan síndrome de abstinencia electoral tras el atracón de votaciones del 2003.
La Argentina es tierra de records y de paradojas, suele escribir con razón el politólogo sueco. Para apuntalar su poder en el PJ, Kirchner necesita que un extrapartidario, ungido con sus colores en la Capital, sea electo hoy. La puja se muestra pareja. Algunos encuestadores piensan que el acuerdo con el FMI mejora, por carácter transitivo, la intención de voto de Ibarra. El propio jefe de Gobierno deslizó en oídos de Kirchner, mientras lo felicitaba, “esto me vale tres puntos”. Un resultado propicio podría culminar la mejor semana del Presidente durante una gestión que viene siendo mucho más que una grata sorpresa.
Que hablen las urnas
El Consejo de Guerra que juzga a Genaro Díaz Bessone, Albano Harguindeguy y Reynaldo Bignone, compuesto por oficiales de las tres armas, ya tiene in pectore su decisión. Así lo cuenta un funcionario que conoce bien el paño. Puede haber, describe el hombre, alguna abstención pero el resto de los votos será una condena, que traerá aparejada la baja y la pérdida de beneficios previsionales. Los derechos humanos son un territorio fértil para el decisionismo presidencial, un núcleo de su política.
En materia económica y social al Gobierno le queda mucho por hacer, máxime después de la acertada negociación con el FMI. La maratón electoral no termina hoy pero sí tiene su punto culminante. Fuera cual fuera el resultado, mañana quedará claro el escenario de los próximos meses. Buena parte de ese escenario depende de la decisión popular que se expresará en cinco provincias bien disímiles de ese país que hace un año parecía en disolución y que hoy, a trancas y barrancas, empieza a asomarse a la esperanza.

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